capitulo 3

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TYLER

Owen tampoco es un experto en socializar. Su parte favorita de las fiestas, es instalarse en el sofá, tomar el mando de los videojuegos y organizar competencias en torno al montón de chicos que se turnan para competir con él. Es divertido observar la manera en que se concentra y logra ganar, pero es aún más entretenido cuando pierde y suelta líneas de frustración. Aunque sucede muy pocas veces. Mi compañero de piso es un experto, hizo de su pasatiempo una carrera al estudiar programación y diseño de videojuegos. Hablo en serio cuando digo que es un maldito genio.

Verlo ganar es divertido al principio, luego se vuelve monótono y el sueño empieza a abrumarme, haciendo que mis parpados comiencen a sentirse pesados. Bostezo e intento encontrar algo de confort reacomodándome sobre el mango del sofá.

En la mesa ratona, yacen un sinfín de latas de cervezas abiertas, a medio tomar, terminadas e incluso derramadas, largando su característico aroma. Y a veces simplemente ocurre, que, un olor o un pequeño detalle me traslada hacia el pasado. Mi padre vivía ingiriendo cerveza.

Durante un largo tiempo, lo de revivir situaciones pasadas, ocurrió seguido. La recurrencia de esa tortura fue disminuyendo con el pasar de los años, pero no se esfumó por completo. Todavía imágenes, pesadillas y escenas, suelen presentarse en mi cabeza sin previo aviso.

Cierro los ojos, inspiro una extensa cantidad de aire, el pecho se infla, sube y baja. Pienso que estaría bien salir un instante hacia afuera, distanciarme del olor a cerveza y buscar aire fresco.

—Amigo. Aquí estabas —pronuncia Neal aliviado, apoyando la mano sobre mi hombro. Diablos. Por un rato creí que no lo vería aparecer—. Llegaron las chicas —sonríe con marcado entusiasmo.

—No es el mejor momento, Neal. Tengo que salir —trato de explicar, pero hace caso omiso.

—Las chicas están esperando, no seas descortés —insiste y entonces, debo armarme de paciencia y seguir sus pasos—. Por cierto, tienes que hacerme un favor... —comienza a hablar, mientras andamos, abriéndonos camino entre la gente. El apartamento no es pequeño, pero tampoco es lo suficientemente grande como para organizar una fiesta. Las personas aquí están algo apretadas, aunque se divierten de todas formas.

—¿Un favor?

—Sí, es de vida o muerte. Bueno, no tan así, pero es importante —bromea—. Necesito un sitio para estar con la chica, pero no puedo echar a todos aquí. ¿Me prestarías tu apartamento? Mira, solo serán un par de horas. Hacemos lo nuestro, luego regreso y te devuelvo las llaves —no me da ni siquiera tiempo a responder, cuando cambia de tema—. Eh, ahí están. Aquella es Tara y esa, la pelirroja, es Maddie.

Abro la boca para decir algo, pero simplemente me quedo tildado como un idiota. Ahí, entre medio de toda la gente, Maddie está bailando. La Maddie que yo conozco. La que se convirtió en una de mis amistades más cercanas desde el día en que me mostró la colección de discos de nuestra banda favorita. Nuevamente, mis ojos pasean a través de su cuerpo, hasta llegar a sus facciones y finalmente, hallar sus ojos. Allí, compruebo que es ella.

En cuanto nota que estoy ahí, sus movimientos se detienen y proporciona una mirada que vacila entre ternura y nerviosismo.

—¿Y? ¿Qué te parece? ¿Está buena, no? —pregunta y lo ignoro, porque echo a caminar en dirección a ella—. Espera, deja que las presento... —Neal queda hablando solo, mientras acabo con la distancia restante hasta llegar a Maddie.

La última vez que la vi, fue hace tres semanas, cuando regresé a la ciudad. Damon y Keira me pidieron cuidar a los mellizos por una noche, Maddie también vino, aún continuaba recuperándose de la emboscada que le jugó Riley y su mejor amiga. Ella dice que lidiar con los niños la pone de buen humor, en especial porque estos siempre encuentran algún motivo para hacerla reír.

Dulce tentación [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora