Ahora sí, ahora ha llegado el momento de hacer frente a la vida que dejé atrás hace una década. Cojo toda mi ropa y la de mi hija metiéndolo todo en la misma mochila que llevé al hospital. Salgo de la habitación con mi hija sujeta en brazos y la mochila colgada a la espalda. Acudo a recepción para devolver la llave de la habitación y pagar la estancia. En cuanto la recepcionista me ve sacar el refajo de billetes enseguida me dice:
-No, no, los pagos se hacen telemáticamente.
La miro con cara de asco y respondo:
-Lo tengo en efectivo, y te lo puedo dar ahora mismo, de hecho hasta de podrías esconder un billete en el bolsillo y darte un capricho-le vacilo.-Anda, cógelo.
Lo cierto es que tras los siete años de robos y atracos con Zulema el dinero en efectivo me sobra, por lo que ni siquiera tengo cuenta bancaria.
Salgo del hotel y llamó un taxi que enseguida acude a mi encuentro. A su llegada, el taxista baja para ayudarme. Me coge la mochila, vigilando de no hacer daño a la bebé, y la guarda en el maletero. Después me mira con una cara extraña.
-No, no tengo sillita de bebé; la llevo en brazos-le digo antes de que llegue su comentario.
El hombre levanta las cejas poco convencido y temiendo ser multado, pero le puede más el dinero, como a todos. Al subir, le doy la antigua dirección de mi hermano.
-Eso está bastante lejos, va a tener un coste muy elevado-me advierte antes de arrancar.
-¿Tengo cara de ser una muerta de hambre? Mejor dicho, ¿las muertas de hambre viajan en taxi?-le pregunto en un tono escueto.
No responde, se limita a arrancar dándose cuenta de que está transportando a alguien absolutamente repelente. Realmente no lo soy, simplemente he acabado tomando la misma esencia que Zulema; digo lo que pienso en todo momento y, a poder ser, con un cierto toque de humor negro.
Pasan varias horas hasta que entramos en la Comunidad de Madrid. Al entrar en este territorio, el taxista me avisa de que estamos cerca de mi destino.
-Lo sé-respondo.-Si te he dado la dirección de una casa es porque la como con, ¿no cree?
Oigo un resoplido del taxista harto que me produce una risita por el desquicio que le estoy provocando. Yo antes no era así, ni de lejos, pero la década que he pasado alejada de todo lo que tenía antes de pisar por primera ves Cruz del Sur me ha hecho convertirme en la persona que soy ahora, también es innegable que Zulema ha influido en mi nueva esencia.
Pasan unos cuantos minutos más y me doy cuenta de que ya estamos a unos pocos metros de la casa de mi hermano. Me pongo tensa, muy tensa. ¿Qué le voy a decir a mi hermano al que quise yo misma dejar de ver hace tantos años? Y lo peor, ¿qué le voy a decir a mi sobrina la cual tiene mi nombre en honor a su tía desaparecida? No lo sé, no sé nada; ni siquiera sé si mi propio hermano me va a reconocer como a su hermana con la que se crió. Soy otra, eso es un hecho, la duda es si todos estos años me han hecho crecer como persona, a pesar de los delitos cometidos, o si, por lo contrario, tan solo soy una hija de puta como la que se creían que era Zulema.
Llegamos justo a la puerta de la casa de Román, le pago lo que le debo al taxista y bajo a coger mis pertenencias. El hombre ya ni se molesta en ayudarme con la mochila, intuyo que se ha hartado de mis bromas de mal gusto.
Cuando ya lo tengo todo, camino unos pocos pasos hasta llegar a la puerta de la casa de mi hermano. Antes de tocar el timbre, inhalo y exhalo lentamente tres veces para tratar de relajarme un mínimo, aunque sé que es imposible. A la vez que oigo sonar el timbre, oigo unos pasos dirigiéndose hacia la puerta. La tensión en mi cuerpo aumenta y noto el latido de mi corazón acelerado. Abro mis ojos y noto como mis pupilas se dilatan. Los pasos se acercan cada vez mas y, cuando ya se encuentran a unos pocos centímetros de mí (separados por una puerta), oigo como agarra un juego de llaves. Escucho como entra la llave y empieza a girar el cerrojo. No sé qué decir cuando lo vea, no sé cómo va a reaccionar; no sé nada. Mis latidos aumentan más todavía y quedo absolutamente pálida por los nervios. Respiro aceleradamente esperando con ansia a que la puerta se abra de una vez por todas. Oigo girar el pomo y, en cuanto la puerta se abre por completo, quedo atónita y aún más confusa que antes.
-¿Quién eres?-pregunto con un hilo de voz a la mujer que tengo enfrente.
-No, ¿quién eres tú?-me pregunta ella antes de responderme.
En cierto modo tiene sentido que lo quiera saber antes ella que yo, ya que he sido yo la que he venido hasta su casa.
-Soy la hermana de Román-respondo aún con la voz entrecortada.
-¿De quién?-pregunta la nueva dueña de la casa achinando los ojos.
-El antiguo dueño, supongo-contesto tratando de ser lo más educada que puedo.
-Ah, sí-me dice recordando a quién le compró la casa.-Hace años que él no vive aquí, ¿no te ha dicho nada?
-No-respondo algo avergonzada.-Hace años que no hablamos demasiado, por no decir nada-le explico apenada.
La mujer se da cuenta de mi sentimiento de culpa y siente compasión por mí.
-No tienes donde ir, ¿verdad?-se da cuenta de mi desesperación.
Niego con la cabeza mientras me cae una lágrima por mi mejilla derecha.
-Yo aquí solo vivo con mi marido y la casa es grande, bueno, ya la conoces-me dice con una media sonrisa.-Si quieres te puedes quedar unos días en lo que localizas a tu hermano, sé que resulta raro esto ya que no nos conocemos de nada, pero soy psicóloga, así que sé ver quién es buena gente y quién no.
Me siento profundamente agradecida, a la ves que extrañada, pero tampoco tengo a dónde ir, así que acepto. Ella me agarra la mochila para que pueda estar más cómoda y me invita a pasar. Piso con cautela tratando de no hacer demasiado ruido para no molestar ya que me siento una carga.
-Ven, acompáñame al salón que te presentaré a mi marido-me dice dejando mi mochila en el suelo de la entrada.
La sigo y me lleva hasta el salón. En dicho lugar se encuentra un hombre sentado en la mesa de espaldas con varios papeles sobre la mesa. Lo cierto es que su silueta me resulta algo familiar.
-Cariño, deja lo que estés haciendo y ven a saludar a... ¿cómo te llamabas?-me pregunta antes de terminar la frase dirigida a su marido.
-Maca-respondo.
El hombre se vuelve hacia mí y enseguida reconozco su rostro, el reencuentro con este hombre me resulta aún más conmovedor que el que pensaba que iba a tener con mi hermano. Él me mira con los ojos vidriosos al igual que yo a el.
-Fabio...-susurro.
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𝐌𝐚́𝐬 𝐚𝐥𝐥𝐚́ 𝐝𝐞𝐥 𝐎𝐚𝐬𝐢𝐬 (✍️)
Hayran KurguLa historia en el Oasis acabó, pero las vidas de Maca, Goya y Triana no acabaron allí, al contrario de las de Zulema, Flaca y Mónica. Tras un atraco con un final fatal, aún quedan vínculos irrompibles entre ex compañeras de prisión. Lo que Cruz del...