— ¡Quédate quieto capullo! — protestó lo más bajo que pudo.
Pero para Gustabo fue tan sólo un susurro que llegó tras su oído, que no ayudaba en nada a su actual situación, dentro de la poca lucidez que aún conservaba maldecía a Emilio con todos los insultos que podía recordar, por su culpa y su gran idea de probar esa nueva droga para comprobar su lealtad se encontraba en tal situación, con su cabeza hecha un lío, su corazón palpitando al punto de querer romper sus costillas para salir de su pecho, el sudor que corría de su frente empapando su máscara y sin tener la movilidad necesaria para desprenderse de la prenda que tanto mal le causaba en ese momento.
A eso se le sumaba la vibración que sentía en la palma de sus dedos y a los sentidos e impulsos que jamás había tenido despiertos en una vida de asexualidad. Y tal vez esa sería una de las peores partes, aquel terreno inexplorado aquellas nuevas sensaciones que habían sido casi un mito durante todos sus años de vida.
La necesidad de soltar el aire de los pulmones con cada roce de su cuerpo con cualquier cosa, el aumento gradual de su temperatura corporal y una necesidad de frotar su cuerpo con lo que fuese sin saber a ciencia cierta si eso llegaría a atenuar su actual condición, porque realmente no lo sabía, sus experiencias se habían basado en conocimiento y exploración finalizando con reacción fisiológicas normales, pero nada satisfactorio como a lo que Horacio alguna vez le relató.
Afuera se escuchaba el sonido de disparos, gritos, pasos corriendo y el sonido de vehículos en marcha, el olor a pólvora podía sentirse en el ambiente, pero para Gustabo el único olor que tenía presente eran las notas amaderadas de un perfume colándose por su nariz.
Se resistía, se negaba a sucumbir, las gotas de sudor que humedecían su máscara eran la prueba de su lucha interna, no estaba dispuesto a dejarse controlar por aquellos instintos provocados por una droga y menos teniendo cerca a aquel sujeto.
— Estas respirando muy fuerte gilipollas — volvió a protestar quien estaba encargado en ese momento de mantenerlos a salvo.
Pero Gustabo no alcanzó siquiera a protestar cuando su boca fue tapada con una mano amortiguando un gemido involuntario que nació desde su garganta a lo que lo siguió un escalofrío a nivel corporal.
— Que cojo...nes —
Ambos estaban de frente dentro de ese reducido espacio de metal, podían notar el rostro del otro con la tenue luz que se colaba por las pequeñas rendijas, Gustabo buscaba aguantarse en lo más hondo de su ser la vergüenza que sentía en ese momento y el sentirse intimidado por la mirada confundida y despectiva de su superior.
El sonido de un celular cortó el incómodo momento llevando al superintendente a leer el mensaje que había llegado a su móvil.
"Estaré cerca del hospital del norte, les dije a la banda que alcancé a huir con Gustabo y que lo llevo al hospital porque empezó a convulsionar. Ya debería poder escapar en paz, todos han huido.
Besos Papu."
— Sois unos anormales de mierda, algún día irán a dar al carré porque no podré salvarles el culo. ¡Anda! — su voz ya había subido de tono, escuchándose aún más molestas entre tanto silencio.
Conway fue el primero en salir del escondite y aún con su arma en la mano se mantuvo atento a su alrededor, pero para Gustabo su salida del armario metálico no había resultado igual de garbosa dando con sus rodillas al suelo, con sus piernas temblando, respirando con más fuerza y tratando de sacar con desespero la tela que cubría su rostro para ver si el frío de la noche calmaba su calor.
— ¿Qué coño haces? — La pregunta era clara pero a los oídos de Gustabo en ese momento ya era un murmullo.
— ¡Va! Levanta el culo del suelo o te lo levanto a ostias — sus ojos seguían puestos en el cuerpo de su subordinado tirado en el suelo actuando de una manera extraña, entendiendo poco y nada de lo que ocurría cabreandolo aún más si es que podía ser posible.
— ¡Dejad de hacer el capullo! — Volvió a gritar sin tener ninguna respuesta, aumentando el enojo que ya cargaba encima por tener que haber intervenido para resguardar a uno de sus agentes, el mismo que ahora no era capaz de hablar.
Su cabeza descansaba pegada a la tierra, sus uñas se enterraban en el suelo mientras temblaba y se frotaba consigo mismo en la misma posición, ansiaba más, quería más, su mente había dejado de luchar sucumbiendo a la droga, ya no lo importaba donde estaba, no le interesaba estar a los pies del superintendente frotándose a sí mismo buscando saciar aquel apetito sexual que recién había descubierto y que estaba experimentando.
Sintió un mano tomar la tela de su ropa haciéndolo levantar su tronco del suelo, Gustabo podía sentir las vibraciones de su voz, pero no podía entender lo que le decía, estaba perdido en los ojos de Conway y con apenas las fuerza necesaria para mantener su estabilidad propia llevó sus manos agarrando la ropa del otro dejando fluir el perfume que había sentido hacía apenas unos momentos atrás combinado ahora con un poco de sudor y el olor a tierra húmeda.
Y llegó, con su cabeza agachada mirando unos zapatos negros, y un gemido que en su vida había dado, esta vez su cuerpo se convulsionaba entre oleadas de placer que no era capaz de controlar, sintió que sus ojos se humedecían sin saber el porqué cada célula de su cuerpo disfrutaba de aquel momento culminé que llevaba aguantando, pero los resquemores de su mente aún obligaban a rechazar esas nuevas sensaciones como el sentir asco propio por su actuar inconsciente el cual dejaría abierta la puerta de una lucha contradictoria de una experiencia vívida contra su conocimientos previos de sí mismo.
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Des-Inhibition || IntendentePlay
RomanceSe suponía que debía ser sólo un paso más en su infiltración en la mafia, que sólo se trataría de una prueba más para validar de una vez por todas su lealtad, pero todo había ido a dar a la mierda, todo lo que conocía de sí mismo comenzaba a volver...