Des-Apego

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¿Que había sido eso? ¿Cómo sucedió? ¿Era acaso así como la gente se sentía? ¿Era eso el deseo sexual que describía Horacio cuando se comía un culo? Necesitaba saberlo, ansiaba conocer en más detalle sus propias sensaciones, y si hubiese tenido un video grabado de lo que había ocurrido estaría en ese momento con papel y lápiz analizando cada segundo de lo que había pasado.

Sí, podía ser comparable pero no es su totalidad. Empezaba desde la nada y de golpe con una sensación de calor, se le sumaba la agitación de un subidón de adrenalina, luego podía decir que sentía algo parecido a los escalofríos de la fiebre y además se le agregaba la satisfacción de cuando pica alguna parte del cuerpo y te rascas. Era eso lo que más o menos había llegado en su avance mental del tema durante toda la noche.

El efecto de la droga al menos en una muy baja cantidad no le causó mayores problemas y el insomnio de la noche pasada y sus ojeras de la mañana se las atribuía más a su paso por lo desconocido que a a droga en sí.

Necesitaba más información y daba gracias a tener a un guarro de compañero y familia.

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— ¿Por qué lo preguntas? — cuestionó con algo de incredulidad en sus ojos.

— Bueno, no sé, curiosidad, siempre hablas de que te coman el culo, del cruising, de salir a jugar y tenía curiosidad de que sentías con eso. — respondió tratando de no titubear.

— Pero tú has hecho eso también, Fred —

— ¡Eh, eh, eh! Lo del cruising no cabrón. Pero... ya sabes que ha sido más para no sé, saber. Soy asexual. Lo sabes. —

— Bueno pues lo normal supongo. Se te calienta ahí abajo y te dan ganas de salir a jugar. — contestó entre medio de risas el de la cresta.

— Pero si eso lo entiendo, pero qué pasa ¿Sientes calor? ¿Te da frío? ¿Sientes que si no te comes un culo te explota la pinga? — el rubio habló hastiado alzando su voz frente a la poca cooperación por parte de Horacio.

— Te da calor, sientes que cualquier roce y toque te quemara la piel pero sin hacerte daño y el resto sería algo como instintivo casi, como estar ebrio pero no estándolo al mismo tiempo tu cuerpo se mueve solo y sabe lo que debe hacer y lo que quiere. — concluyó su compañero dejando esta vez un poco más tranquilo a Gustabo con su respuesta.

— ¿Te dijo algo Emilio después de la entrega? —

— Que todo en orden y que las dosis extras el jefe dijo que no te las iba cobrar por el buen trabajo, que nos quedáramos con el dinero de la venta. —

Eso era una buena noticia, las pruebas de su lealtad eran menos necesarias y aquel paso en forma de regalo por parte del jefe de la mafia de Emilio al cual aún no conocían era una muestra de confianza con ellos, sus lazos se afianzaban más y con ello esperaba que pronto avanzará esa investigación.

Pero Gustabo sintió de repente un balde de agua fría sobre él ¿Qué iba hacer? Si la investigación seguía en algún momento iba haber un enfrentamiento, si salía bien quizás el mismo sería quien llevara a Emilio esposado a la federal o quien le diera un tiro en la cabeza, y cuando eso ocurriera su poder dentro del bajo mundo se vería truncado, ya no existiría, todo ese tiempo haciendo trabajos de mierda y pruebas irían a dar a la basura.

Gustabo se dio cuenta en ese momento que podría perder algo que deseaba así como podría conseguir algo de poder al avanzar, eso significaría que podría perder mientras más cerca de la cima estuviese; se dio cuenta que necesitaba mover sus hilos en comisaría, porque eso era lo otro, el abuelo sólo había prometido un bono terminada la investigación, pero para el rubio había quedado claro que el dinero no era su principal motivación. Quería poder, ansiaba más poder, si de algo había servido su confesión con el cura de la ciudad era en darse cuenta que el miedo no te aseguraba el poder, que el poder a base de miedo era frágil y que sólo bastaba una cabeza en alto para derrumbarlo.

— Joder Gustabo, estás hecho un asco hoy al volante — la voz de su compañero lo trajo de vuelta a la realidad.

A su realidad actual, una en la que iba dentro de un patrulla camino a un atraco en licorería, que no sabía por qué ese mismo día había rehuido de Conway al llegar a comisaría, que aún le quedaban cuatro bolsitas con droga y que la necesidad de probarla una vez más (quizás por una última vez) antes de volver a su habitual nulo deseo sexual y esperaba que en esta ocasión no fuese condicionada por el olor a cigarrillos, perfume y voz del superintendente.

— ¡Que vá! Son gafas —

— Te pasaste dos semáforos en rojo y te pasaste a la vía contraria y luego soy yo el que conduzco como el nabo ¿no? —

No supo responderle, se había quedado sin palabras, su pico de oro comenzaba tener averías.

— Que fueron gafas — repitió a sabiendas que no le servía como excusa.

— No sé qué pasa contigo pero sabes que puedes contar conmigo, somos familia. — Tragó saliva sin contestar de vuelta, no tenía pensado contarle nada a Horacio, no tenía porqué saberlo, era un tema trivial que no necesitaba más actores que él mismo.

Sus ojos azules salieron de la carretera para fijarse en el rostro cubierto de su amigo/compañero/hermano, aquellos puestos que sólo podía ocupar él, que nadie más podría merecer con el cual además llevaba tiempo cuestionando esos lazos, en lo que significaban, en que tan lejos debería llegar para cumplir sus objetivos y si entre esos mismos objetivos el chico de la cresta estaba presente o no y si aquel apego infantil de un vida en su compañía sería suficiente de mantenerlos unidos cuanto tuviese que tomar su real elección.

Des-Inhibition || IntendentePlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora