Des-Ayuno

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Si tuviese la opción de elegir en ese momento si seguía viviendo o moría estaba seguro de elegir la segunda sin dudarlo, una vida de intenso dolor no podía llamarse vida, y aquel dolor de cabeza hacía que quisiera su muerte tres veces por segundo, Gustabo pensó por un momento que si tal vez cogía su arma de servicio podría darse un tiro y poner fin a tanta tortura, pero para su mala suerte, no tenía su arma cerca, aún no era capaz de abrir los ojos, y evitaba realizar cualquier movimiento para que el dolor palpitante no se hiciera más intenso sobre sus cienes.

Era su culpa, no había otro culpable que él mismo por haberse dejado en esa situación, él tuvo la gran idea de seguir utilizando la droga que había conseguido, él había tenido la grandiosa idea de salir de fiesta para seguir con su autoexploración sin tener ni un sólo resultado positivo.

Y ahí entraba una nueva problemática ¿Qué era lo que desencadenaba aquel deseo sexual? Sí, la droga podría ser un condicionante o más bien el carbón de una hoguera pero no el mechero, y lo tenía claro, sólo la droga no era suficiente y parecía que una mayor dosis no tenía el mismo resultado, había algo más que agregar a la ecuación pero era una variable que aún desconocía y no podía pensar entre su dolor.

Con dificultad abrió sus ojos volviendo a sentir las ganas de morirse apenas sintió la luz traspasar sus córneas, aquello le ayudó a despertar un poco mejor, pudo notar que no era su cuarto, notó la sequedad de su boca, el olor de una habitación que no había sido utilizada en mucho tiempo mezclarse con el olor a tela calentada por el sol. Con esfuerzo y pequeñas pausas logró apoyar sus codos sobre la cama y se acomodó para evitar el mareo.

Sintió la desnudez de sus piernas, y al mirar su pecho vio una camisa de dormir que no era suya, y a todo el embrollo mental que ya de por sí tenía, debía agregar que estaba en la casa de un desconocido, que la noche anterior había perdido la conciencia hasta el punto de no recordar dónde estaba ni quien lo había llevado ahí, esperaba desde el fondo de su alma que ese alguien fuera una persona misericordiosa que no se haya querido aprovechar de un ebrio desvalido.

Siguió su labor de levantarse de la cama y apenas se puso de pie sintió su cabeza aún más pesada sintiendo las ganas de afirmarla con ambas manos para que esta no se cayera de su cuello. Caminó despacio y sin meter mucho ruido, sólo tomaría sus cosas y se marcharía, pero sus acciones se vieron obstaculizadas por un mareo al abrir la puerta, la gravedad y su propio peso llevándolo de rodillas al suelo entre medio de un doloroso quejido.

— ¡Que cojones haces haciendo ruido tan temprano! — en tan sólo unos segundos tenía al dueño de casa parado frente a él con su voz más grave de lo normal taladrando su cerebro, con un pijama de seda color gris y sin lentes.

— Buenos días Conway — respondió un poco más tranquilo por saber que no estaba en la casa de un total desconocido pero no del todo al saber que era la del superintendente.

— Buenos días a tu puta madre. No puede ser que no pueda descansar ni en mis días libres de tus gilipolleces — su mirada era severa, su cabello lucía desordenado, aquella informalidad en el superintendente se le hacía nueva, extraña pero no incómoda de ver.

— Buen traje por cierto, abuelo. Brilla como cabeza de calvo al sol —

— Levántate y sígueme — El rubio vió como el hombre pasaba por su lado sin siquiera tenderle una mano y sin responder a su broma.

Gustabo supo minutos después que estaba envuelto en una situación que comenzaba a incomodarle como nunca, que cada palabra que se le ocurría para decir no salía de su boca, que frente a él descansaba una taza de café con la que se había bebido la medicina para la resaca anteriormente y un par de tostadas con mantequilla.

Su dolor había ido disminuyendo pero seguía ahí presente y estar pensando mil cosas a cada segundo la imposibilitaba una cura más rápida, pero el silencio no se iba, la tensión estaba en el aire y aquel señor mayor, que ya no se veía tan mayor sin estar envuelto en su habitual formalidad no ayudaba en lo más mínimo.

— Bonito departamento — pronunció luego de mucho tiempo sin decir nada.

— ¿Ni siquiera vas a preguntar cómo llegaste aquí? —

— Bueno, es su casa, tengo otra ropa que no es la mía, no me duele el culo así que supongo que no fui secuestrado. Con eso me basta — Le respondió en una sonrisa divertida.

— Tú eres un tremendo dolor en el culo para mí, Gustabo. Tuve que traerte después que estuve por horas escuchando tus historias de niño con Horacio y que como agradecimiento te vomitaras encima casi cuando veníamos llegando. — su voz se apaciguó, como las veces en que perdía la memoria temporalmente, dejó escapar un suspiro largo y masajeó sus cienes.

— ¿Eras el viejo cascarrabias del bar? —La voz del rubio ya no trataba de disimular su risa, salía de su garganta fuerte y clara llenando aquel espacio silencioso en el que había estado envuelto hace unos momentos.

— ¿Cómo que viejo cascarrabias? —

— Gracias super —

El mayor no respondió, pero después de aquellas palabras la atmósfera había cambiado, no era pesada, se sentía libre, en paz, como si las ganas de morirse que tuvo esa mañana hubiesen desaparecido por completo, tomó un trozo de pan para llevárselo a la boca, disfrutando de la amena compañía que podía dar el suerintendente. 

Des-Inhibition || IntendentePlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora