Des-Encanto

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— ¡No! — gritó asustando a la chica.

— ¿Qué sucede? ¿Algo no te gustó? — preguntó acomodando con delicadeza su largo cabello negro mientras que sutilmente dejaba caer uno de los tirantes de sus sostén.

— Si aquí parece que está bastante feliz de verme — su mano terminó apoyada sobre su erección pero pese a lo pensó que sucedería no ocurrió nada.

No sentía espasmos, no sentía aquel abrasante calor que le había descrito Horacio, estaba el calor de su cuerpo, sentía su corazón palpitando todo su cuerpo reaccionaba fisiológicamente "normal" a la droga, pero no estaba bien, no era lo que quería, no era lo mismo que había sentido, su tacto, sus labios, su cuerpo restregándose contra él no era lo que necesitaba, no era lo que deseaba, sabía que aquella mujer de manos y boca experta podría hacer lo que imaginara, pero el solo tenerla cerca producía una reacción contrariada entre el calor de su cuerpo y el disgusto que bordeaba el asco que le provocaba.

— Toma el dinero y vete. — Gustabo se levantó de golpe retirando de un manotazo la mano de la prostituta como si esta le quemara pero produciéndole dolor.

— Pero si apenas empezamos y aún no sé ni tu nombre. — le contestó endulzando su voz.

— ¡Que te vayas joder! — volvió a gritar.

La mujer no esperó una segunda frase para tomar el dinero dejado sobre la cama y su ropa para marcharse de la casa. Sólo bastó un portazo para que el rubio notara nuevamente la soledad de su habitación.

Su cuerpo seguía sintiéndose igual buscando algo para calmarlo pero no sabiendo bien que era y por más que llenara sus ojos de porno de internet, su orgasmo no llegaba, sólo una contracción vacía que sólo dejaba la sensación de insatisfacción y hastío por no poder replicar lo que sintió días atrás y  además por tener que limpiar los restos de su fracaso.

Tal vez sería el ambiente, podía ser la chica en específico, era de noche, mañana sería su día libre, aún no tenía nuevas noticias de la mafia y aún no deseaba rendirse, tal vez debía aumentar ligeramente la dosis y probar suerte en algún club de la ciudad y de paso distraerse un poco de la semana de mierda que llevaba encima.

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Era la tercera chica de la noche, esta vez era una chica morena de cabellos ondulados de grandes caderas y un buen escote, sus lenguas intercambiaban saliva sus cuerpo se acercaban explorando el otro, pero tal como había estado ocurriendo en toda la noche su cuerpo lo rechazaba, su cuerpo, su mente le decían que no, que no era eso lo que él quería y con la excusa de ir al baño se marchó del club derrotado y ya rendido al menos por esa noche, no tenía sentido seguir aguantando el sonido alto de la música y las bebidas baratas para no conseguir absolutamente nada.

Sus pies se arrastraban por el suelo, el efecto de la droga empezaba a menguar y agradeció que fuera de ese modo, un efecto no tan prolongado pero sí constante, no podía unir las piezas faltantes en el rompecabeza, no conocer su propio cuerpo era un derrota peor de lo que podía imaginar, sus pies ya le dolían de tanto baile inservible y sus ganas de llegar a casa a encontrarse con la soledad y su fracaso que no lo dejarían dormir era una opción para nada tentadora.

Pero frente a él unas luces de color neón se alzaban, una visión celestial en tonos rojos y azulados, una música agradable pero no al punto de romperle los tímpanos y lo mejor de todo era que de seguro habría un asiento para descansar. Y lo habían, varios de hecho, apenas un grupo de gente en una de las mesas y otra persona sentada en la barra.

— Que te sirvo chico — le recibió la voz del barman apenas se sentó.

— Algo para terminar gritando que todo es una mierda. — respondió.

El hombre le sonrió y tomó una jarra de cerveza y la puso frente a él, aquel dulce y amargo néctar que te permitía poner énfasis a un grito levantandola en el aire, brebaje de celebración o igual de útil para ahogar problemas y tristeza.

— ¿Y tú por qué bebes hoy? —le preguntó al hombre sentado a su lado que cubría hasta su nuca con el cuello de una chaqueta, además de un gorro y anteojos oscuros que escondía sus cabellos y ojos.

— Por lo mismo — le respondió llevando la bebida hasta su boca.

— ¿Vas de incógnito o qué? — los restos  del estupefaciente que aún corrían por su torrente sanguíneo sumado a las bebidas baratas estaban provocándole aquella valentía de hablar con desconocidos que sobrío probablemente le importaría una mierda, pero bajo la excusa del alcohol y huir de sus pensamientos era la mejor idea que podía tener.

— Sí, para evitar que me hablen gilipollas — le respondió sin siquiera mirarlo.

— No lo tomes en cuenta es un viejo que se pone más cascarrabias cuando bebe — le respondió el hombre del bar en una sonrisa.

— ¿Lo conoces? —

— Sí, ha sido un puto dolor de cabeza desde que llegó a mi bar, pero es un gran amigo — Se escuchó un chasquido de lengua tras las palabras del dueño que provocó risa en los otros dos.

— ¿Y por qué todo es una mierda el día de hoy, chico? — Gustabo se quedó pensando unos segundos, había muchas cosas por las cuales hablar y su garganta estaba demasiado seca como para empezar y de un solo sorbo se tomó toda la jarra golpeándola con firmeza sobre la barra cuando terminó.

— Por todo, por los padre, por las mafias, por la gente y sus gilipolleces, por los policías y sus mierdas, por un abuelo igual de cascarrabias como el que tienes aquí, por todas las putas acciones que he tomado que me trajeron a esta ciudad y que cada vez me atan a ella como unas putas cadenas. — concluyó empujando el vaso al señor de cabello negro y canoso para que fuese rellenado una vez más.

Los vasos siguieron vaciándose en su garganta y vueltos a rellenar cada vez que sólo se veía la espuma, estaba siendo una larga noche, una pesada noche; pero no para él, sino que para el hombre a su lado.

— Gilipollas, que eres un gilipollas — le gritaba mientras sacaba a uno de subordinados debajo del brazo después de haber oído las mil y una mierdas que tenía para contar.

— ¡Abuelo! ¡Cuando llegaste, vamos a beber un poco más! — gritó mientras apenas podía mantenerse en pie.

— Cierra la puta boca o te la cierro a ostias, capullo. ¡No puedo descansar un puto día tranquilo! — habló con exaspero el superintendente mientras usaba su fuerza para cargar como un saco de papas al rubio.

— No quiero ir a casa — rezongó con dificultad para hablar.

— ¡Cerrad la boca puta boca ya! —

— No quiero volver a casa, un día más ahí es un día menos para que todo se vaya a la mierda — respondió a duras penas dejándose adormilar por el olor de Conway que entraba a su nariz, trayendo tranquilidad y seguridad.

— Esta te la voy a cobrar capullo, con el audi y con el dinero que te he dado. Trabajaras toda tu puta vida para mi hasta pagarme toda la mierda por la que me haces pasar, capullo — a Gustabo no era al único al que el alcohol había terminado afectando, no al mismo nivel pero la voz de Conway notaba aquellos rastros de licor.

— Ojalá, así nunca tendría que elegir nada abuelo. — alcanzó a responder hasta sentir que su mente se volvía nebulosa y con pensamientos cada vez menos claros para terminar en la osburidad y el no sentir nada más.

Des-Inhibition || IntendentePlayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora