Touch me gently.

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Cuando Crowley volvió a pisar las calles de París, sintió una enorme oleada de nostalgia al apreciar los cambios que habían derivado de su trabajo con la revolución. Los monumentos dejarían su marca en la historia.


Actualmente había prosperidad, pero tarde o temprano un nuevo conflicto surgiría, tal vez antes si él se ocupaba de acelerar las cosas.


Podría hacerlo, pero no se encontraba en Paris para crear caos, su prioridad en ese momento era Aziraphale.


Después de aceptar el vínculo irrompible que los unía, se comprometieron a llevarlo de la mejor forma posible. Hasta el momento no había ninguna señal de que el infierno sospechara algo, y Crowley esperaba que se mantuviera de esa forma.


Era un demonio y eventualmente debería que continuar con sus deberes, en los que no podía llevar a un ángel, entonces necesitaba que Aziraphale aprendiera a vivir entre los humanos. Su plan era proveerle un lugar agradable donde estar, con todas las comodidades, y enseñarle a tener una vida humana y a simular que lo era, así como él lo había hecho desde el inicio del tiempo.


Parecía ser un buen plan, pero primero tenía que conseguir que Aziraphale se familiarizara con las costumbres humanas, y para eso debía convencerlo de dejar el cuento del ángel devoto y obediente.


Los primeros días fueron tensos, Aziraphale se mostró incomodo ante el lujo y las comodidades, tampoco parecía tener sentido del humor para los chistes que hacían alusión a la guillotina. Pero al menos la gastronomía francesa era lo suficiente buena para que se dejara tentar por la gula.


Afortunadamente, esa actitud cautelosa y escandalizada solo se mantuvo por un par de semanas. La tentación llego cuando se toparon con una novedosa tienda de libros donde se exhibía uno de los tomos más recientes de una variedad de cuentos traídos desde Prusia, creados por un escritor de apellido Hoffmann. Aziraphale se mostró entusiasmado, y le había suplicado para conseguir esa maravillosa pieza de lectura. Y lo hizo.


Ese fue un punto a su favor, y Crowley supo aprovecharlo. Y aunque las librerías no eran tan interesantes como los chismes de los salones, podía tolerar un poco de aburrimiento, para tener a su omega contento.


Cuando llegaron las primeras nevadas, su convivencia ya era más amena, lo suficiente para que pudieran actuar como un matrimonio feliz. Crowley había aprendido de todos esos momentos, de cada pequeño detalle que cautivaba el interés del ángel. Incluso si solo se trataba de darle un postre extra, ajustar la talla de su ropa, o ayudarlo a conseguir una primera edición de un autor famoso. El ángel siempre mostraría su gratitud.


Y poco a poco, pudo ver como se liberaba, mientras paseaban por los antiguos jardines de palacios reclamados, y cuando disfrutaban el entretenimiento del teatro. Después pudo escucharlo reírse con sus bromas, y también tuvieron conversaciones profundas, y algunas borracheras, cuando Aziraphale se familiarizo con el alcohol.


Eventualmente, el ángel fue más expresivo, sobre su manera de pensar, incluso en sus acciones, lo que permitió que su trato fuera más familiar e intimo. Recientemente, lo había escuchado tararear las alegres melodías que memorizaba de la opera, y estaba convencido de que había algo especial en sus movimientos, y su voz, más allá de su esencia angelical.


As the world falls down  [GoodOmens]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora