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               El pequeño omega miraba el mar asombrado, pues nunca había pasado tanto tiempo en un barco. Cuando sus ojos claros miraron las costas en la lejanía comenzó a saltar de emoción mientras que bajaba corriendo a cubierta para acercarse más al borde y tener una mejor vista de la isla que se levantaba frente a él.

Cuando llegaron, una escolta ya los estaba esperando. Los llevaron al palacio donde apenas entrar por los altos portones de metal vieron a la familia real en su espera. Se saludaron formalmente frente a los cientos de ojos curiosos que miraban por primera vez a la familia real de la tribu agua del sur. Pasaron al banquete donde se olvidaron de formalidades cuando se encontraron con pocos sirvientes, o al menos lo hicieron los adultos porque había un silencio incómodo entre los menores.

—Zuko, cariño ¿puedes llevar al príncipe  Sokka a sus aposentos?

El menor miró a su madre con una cara de pocos amigos. A sus trece  años era un chico muy  serio y de un carácter bastante explosivo, aunque la única persona con quien siempre guardaba un gran respeto era a su querida madre. Cuando se dio cuenta que la mirada de su progenitora no dudaba ni un poco sobre las palabras que acababan de salir de su boca dio un suspiro pesado y asintió con la cabeza. Las dos familias se miraron cómplices mientras caminaban por el lado contrario para convivir unos momentos alejados de los herederos.

—Soy Sokka.

—Se muy bien quien eres.

Para tener ocho años el menor era bastante lógico y muy inteligente. Aun con una personalidad alegre y amistosa hacia todos los que le rodeaban le molestaba mucho las personas pesimistas y groseras y la forma de ser de Zuko no le había gustado para nada. Cerró sus pequeñas manitas en forma de puño y miró al frente frunciendo el ceño pensando seriamente en lo poco que el niño a su lado le agradaba. Cuando el alfa noto el enojo mezclado con el aroma del omega se dio cuenta que debía de hacer algo, pues estaba enterado de lo que su mamá buscaba dejándolos solos y estaba seguro que volver con una negativa por parte del niño de ojos claros le traería consecuencias.

—Soy Zuko. ¿Quieres que te de un recorrido por el palacio?

Los ojitos de Sokka brillaron mientras pensaba con emoción en el extenso palacio de colores cálidos que tantas ganas tenia de recorrer y que aunque habían empezado con el pie izquierdo nunca había a,islas que comenzara perfecta.

—¡Claro!

Sin pedir permiso tomo el brazo del príncipe de la nación fuego y comenzó a caminar con pasos decididos como había aprendido en todas sus clases de etiqueta.

—Muy bien, ¿A donde vamos primero?

Y de cierta forma, sin saber realmente el porqué, pero al de ojos ámbar no le había molestado su imperativa y efusiva reacción o el insesperado agarre a su brazo; de hecho hasta cierta medida la calidez del otro le resultaba reconfortante, algo que nunca admitiría en voz alta.

PactadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora