‹ The Night Comes Down ›

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01 de diciembre, 1972

Abrió la puerta de su casa, escuchando el sonido de pisadas venir hacia ella logrando ver a sus tres perros, quienes no dejaban de mover sus colas y saltar hacia ella, feliz de ver a su dueña después de lo que ellos consideraban mucho tiempo, incluso uno de ellos se mantuvo en dos patas moviendo una de las delanteras mientras ladraba, tratando de llamar su atención.

Dianna se tiró al suelo, como usualmente hacia cada vez que llegaba a casa, dejando que sus bebés, como ella les decía, lamieran su cara saludándola y expresándole el cariño que sentían por la chica que los alimentaba, bañaba y arropaba.

-Estás de vuelta -una voz masculina arribó el lugar, ocasionando que ella detuviera las caricias a sus perros, mirando hacia arriba.

Aaron Rivera, su hermano mayor, la miraba con una pequeña sonrisa, mientras se recargaba de la pared, vestía con ropa de salir por lo que sospechaba que acababa de regresar de su trabajo, a diferencia de Dianna, él era su propio jefe.

Jodido bastardo.

-¿Y mamá y papá? -preguntó, notando la casa sin el usual olor a sándalo de los inciensos de su madre o la televisión encendida en el canal de noticias por su padre, al menos cuando no tenían que viajar por su trabajo.

-Salieron de compras, ya sabes que se irán en tres días a América a seguir con el contrato de la empresa de papá.

Dianna asintió, mientras acariciaba la cabeza de Reina, su consentida, Duque estaba a los pies de Aaron, no hacía falta decir que era el consentido de su hermano y Princesa, la hija de ambos, era la, como decía su nombre, princesa de la casa, la consentida de todos.

-¿Acabas de llegar? -preguntó, señalando su ropa, a lo que su hermano negó.

-Llegué hace tres horas, pero me dormí en el sofá de lo ebrio que estaba -llevó una mano a su nuca rascándola, Dianna soltó una pequeña risa.

-Ojalá yo llegara borracha de mi trabajo, dios, sería lo mejor.

-Sí, salvo que tú eres una ebria llorona, así que no te soportarían -ahora fue el turno de Aaron de reír, recordando todas las veces que su hermana se había embriagado y llorado por la más mínima cosa, su favorita había sido cuando le había llorado a un ligue por mirar a una señora, que había resultado ser su madre y preferirla a ella antes que a Dianna.

-Hey, he dejado de llorar, estoy progresando -se defendió, levantándose del suelo sacudiendo sus manos sobre sus piernas, se había colocado el vestido de anoche-. ¿Qué tal estuvo tu trabajo?

-Estuvo bien, mis chicos estuvieron increíbles como cada noche, el público quedó encantado -su hermano sonrió, orgulloso de lo que había logrado con tan sólo 29 años de edad, mientras Dianna con solo 23 años, solamente sabía llevar tres bandejas al mismo tiempo sin derramar nada.

Aaron era dueño de seis pubs nocturnos de Londres, Doncaster y Manchester, dos en cada estado, todo muy bien ahí hasta que la gente se enteraba que era dedicado para la pequeña y desprotegida comunidad gay de Reino Unido, su hermano había sido uno de los primeros en crear un lugar así y pensaba, con el pasar del tiempo, seguir expandiéndose por el país, para que ellos pudieran tener un lugar para sí mismo, donde nadie los juzgara y pudieran conocer a personas con sus mismos intereses, además de que, Aaron era abiertamente gay, por lo que, notando lo difícil que era la vida de ellos por la ilegalización de las personas homosexuales en Reino Unido, decidió crear esos pubs donde mantenía un control absoluto en sus empleados, clientes y visitantes.

Nadie entraba a ese lugar sin que Aaron supiera quien era o que buscaba, se codeaba con otros grandes dueños de pubs de ese estilo, por lo que Dianna no se sorprendería si había una mafia entre ellos, aun así, sabía que su hermano estaba en buenas manos, o mejor dicho, los clientes y empleados estaban en buenas manos, pues Aaron pagaba cada mes un chequeo médico para estar al tanto de la salud de sus bailarines, prostitutos y demás.

Dianna sonrió, se sentía orgullosa de su hermano, era con el que más convivía por lo que no podía evitar sentir ese apego y conexión familiar que había perdido con el pasar de los años con sus padres en Aaron.

-Yo saldré hoy con un amigo -avisó, pasando sus manos por sus caderas, nerviosa -. No creo que regrese tarde, pero por si acaso, puedes pedir algo para comer.

Aaron levantó su mano, negando levemente.

-Yo cocinaré, tranquila. Hace mucho que no cocino y sé que no has comido otra cosa más que las cosas de Funk Coffe -se cruzó de brazos, viéndola acusador -. Mamá me contó antes de irse -respondió antes de que ella pudiera formular la pregunta de quién le había contado.

Dianna miró hacia otro lado asintiendo a los pocos minutos, discutir con Aaron sobre su alimentación no tenía caso, sabía que no quería que repitiese lo de la secundaria, pero a veces era inevitable.

-Está bien -accedió -. Ire a buscar mi ropa, me cambiaré donde Charlotte -habló, avanzando por la sala de estar hasta las escaleras.

-Dianna -la llamó, ella se detuvo, dando media vuelta con la interrogante en su rostro, Aaron la rodeó con sus brazos, antes de depositar un beso en su coronilla -. Es bueno verte feliz.

Dianna parpadeó varias veces, evitando que sus ojos se cristalizaran, rodeó con sus brazos el cuerpo robusto de su hermano unos segundos antes de separarse, palmeando su rostro.

-Es bueno verte en casa -y subió las escaleras, hacia su habitación dejando a Aaron en la sala, con Duque tirando de la bota de su pantalón para que volviera a jugar con él.

Dianna abrió su armario, sacando un par de prendas, debía vestirse sencillo, pero sim perder su usual estilo, sí, saldría con Roger, pero sería una cita de amigos, por lo que no debía arreglarse demasiado, no quería hacerle saber que se había preocupado por su apariencia, aumentando así su conocimiento en que ella sí estaba interesada en él.

Durante unos minutos, estuvo sacando ropa dejándola tirada por doquier, no encontraba nada que la convenciera, todo era, o muy sofisticado o muy sencillo, no podía ir a ninguno de los dos extremos, no quería arreglarse demasiado, pero tampoco quería dejar a entender que no se preocupó por su aspecto cuando fue todo lo contrario.

Fue ahí, cuando decidió que lo mejor era un intermedio.

El día se había vuelto caluroso, algo particularmente raro teniendo en cuenta la fecha en la que se encontraban, pero no sería algo que desaprovecharía. Tomó un kimono blanco con diseños negros, la tela era ligera parecida a la seda, pero sin serlo, junto con un short negro, un cinturón blanco y una camiseta sin mangas blanca también, todo eso lo combinaría con unas sandalias sin plataforma o tacón y un juego de collares que su hermano le había regalado en su cumpleaños pasado.

Guardó todo en el bolso y bajó las escaleras, había pasado un poco más de media hora por lo que debía apresurarse para llegar a casa de Charlotte y tener tiempo de arreglarse, no saber a qué hora iría Roger la tenía con los nervios de punta y la ansiedad a mil, por lo que se despidió de sus perros y su hermano rápidamente y emprendió camino hacia la casa de su amiga, esta vez tomando un taxi para ahorrar tiempo.

Beautiful Stranger | Roger TaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora