VIII

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Max sonaba sincero, y escucharlo pronunciar con su ronca voz esas dulces palabras resbalar por su boca como miel, hacía que todo rastro de duda hacia él desapareciera, dejando paso a que una intensa rabia creciera en mí. Me estaba dejando engatusar por sus tiernas promesas, por su guapo semblante, su cabello revuelto, por sus besos, esos tibios besos que me había dado tan solo algunos días atrás. Tan solo apariencias.

Levantó su rostro para verme a la cara, pero aparté la mirada de inmediato, sabía que si me cruzaba con sus ojos pardos lo perdonaría sin mayor cuestionamiento. Me abracé las piernas al pecho y por el rabillo del ojo pude ver que se sentó a mi lado. Se mantenía a una distancia prudente de mí y buscaba constantemente encontrarse con mi mirada. Un largo silencio se instaló entre los dos, y así lo prefería, seguía sin saber si quería escuchar una explicación o si prefería olvidar todo y no hablar nunca más del tema. Pero no había duda de que sería un fantasma que me perseguiría durante un tiempo, las fotos en la red son para siempre, solo esperaba que el cotilleo se apaciguara rápidamente.

Podía escuchar su pesada respiración a mi lado, expresando su angustia, pero eso no me producía la más mínima lastima hacia él. Estaba tan llena de odio que quería gritárselo a la cara, golpearlo, hacerle daño. Me contuve, no podía dejarme cegar por los sentimientos, nunca debí hacerlo.

Abrió su boca para decir algo, desistió al ver mi ceño fruncido y mis ojos llenos de rabia. No quería escucharlo, quería que se fuera, dejar de oler su aroma, no sentir su presencia y así poder sacarlo de mi cabeza.

-Lea...- soltó finalmente- en serio lo lamento.

-¿Es lo único que decir?- espeté.

-No, sobre lo que pasó el sábado...

-No tienes que darme explicaciones- lo interrumpí mientras me levantaba. Levante la mirada al cielo y limpie mis pantalones, faltaba poco para que comenzaran las clases y en serio no quería llegar tarde-. Ya te disculpaste, eres mi amigo y no es bueno guardar rencores. Te perdono, pero no quiere decir que no esté...molesta- más bien furiosa pensé- por lo que pasó.

-Pero yo quiero explicarte, quiero que sepas que yo si te...

-Y yo no quiero escucharlo. Fue un error, un lapsus, solo procura que no quede evidencia de él.

-No puedes decir que fue un error, no lo fue. Para mí fue...- hizo ademán de tomar mi mano, pero me aparté rápidamente. Debía salir de allí.

-Haz que esas fotos desaparezcan, Max- las palabras que salieron de mi garganta eran tan ásperas que no logré reconocer mi propia voz-. ¿Entendido?- pregunté al no escuchar respuesta. Asintió cabizbaja.
Sentí una inmensa satisfacción al verlo así de obsecuente. Me estremecí ante mi propio pensamiento, que hizo que una corriente fría recorriera mi espalda.

Con la frente en alto y pasó decidido me dirigí a mi sala de clases. Algunas miradas estaban sobre mí, pero no me importó, el rencor me daba la fuerza que necesitaba para cruzar los interminables pasillos. Llegué rápidamente a la sala, todavía estaba un poco vacía, los demás llegarían al filo de la campana. Me senté al fondo, cerca de la ventana, no tenía intención de prestar atención a la clase. Mi amiga llegó unos minutos después y me miró confundida, no era normal que no estuviera en las primeras filas del salón. Ignore su ceja arqueada y miré hacia la ventana. Había buen día.

-¿Y qué pasó?- indagó mientras se sentaba a mi izquierda.

-Nada- escupí entre dientes.

-No puedes decir que no pasó nada, tu cara dice todo lo contrario y yo no soy ciega.

-Pues a veces pareciera que sí- mascullé.

-¡Lea!- exclamó en un susurro para que la profesora no le llamase la atención-. No te reconozco, ¿qué te pasa? Habla conmigo.

-Este es el asunto Thais. No quiero hablar ni contigo ni con nadie. No quiero que nadie me mire, me hable o me moleste. ¿Haz entendido o lo necesitas más claro?

- ¿Quién eres?- me pregunta asqueada para luego darse vuelta y no volver a dirigirme la palabra.

Tenía razón, en una fracción de segundos me volví un monstruo. No era yo, estaba dejando que algo sin importancia me afectara más de la cuenta. Aunque para mí sí tenía importancia, tenía mucha rabia, quería causar caos a mi paso. Pero el cómo me sintiera no me daba el derecho ser así de desconsiderada. Thais no se merecía mis malos tratos, en realidad nadie se lo merecía. Bueno, quizás Max sí, pero no estaba en mí desearle mal a los demás. Solo tenía que pasar el resto del día, sobrellevar el cuchicheo a mis espaldas y sacarme a Max de la cabeza. No tenía idea de cómo hacerlo, eran muchos años de estar enamorada, o al menos eso era lo que creía. A lo mejor ni siquiera era amor, solo una inevitable atracción a un chico guapo que me prestaba atención de vez en cuando por ser amigos. Ya tendría tiempo de pensarlo, lo más importante en ese momento era disculparme con Thais, no podía estar peleada con ella. Me giré para pedirle perdón, pero mi amiga ya había recogido sus cosas y estaba cruzando el umbral de la puerta.

No me habló en el resto del día.

El almuerzo lo pasé sola, necesitaba tranquilizarme, pensar, ordenar mis ideas. No comí mucho, el apetito me faltaba, así que solo me limité a mordisquear una manzana. Me senté en un escaño frente a la cancha donde acostumbran jugar los de la rama de fútbol en los almuerzos. El cielo estaba despejado, y poder sentir los rayos del sol en mi rostro me agradaba mucho. Desde ahí podía ver a Max, sentado en una banca hablando con sus amigos.

Ese día me di cuenta lo sola que estaba. Tenía una sola amiga, con la que me había peleado, y un "amigo". En realidad no sabía si podía llamar a Max un verdadero amigo. No nos conocíamos, es decir, no sabía su color favorito, la película que podría ver mil veces o cómo se ponía cuando estaba de mal humor.

-Hola extraña- saludó una voz masculina.

Su figura alta se paró frente a mí, y no pudiendo identificarlo por la luz llegando directamente a mis ojos puse mi mano en mi frente para lograr distinguirlo.

-¿Puedo acompañarte, preciosa?

Su voz profunda y ronca me era familiar, al igual que su tono algo burlón, pero no sabía de dónde.

Se encorvó para estar a la altura de mis ojos en busca de una respuesta. Entonces logré reconocer a un chico de músculos definidos, cabello revuelto, y semblante amable.

-¡Tú!- respondí finalmente.

-Si, yo...¿puedo sentarme?

-¿Qué haces aquí?- pregunté en vez de aceptar su compañía.

-¡Calma tigresa! Yo no muerdo, pero al parecer tú sí- sonrió. El chico tenía razón, aún seguía muy agresiva. Frente a su comentario bajé la mirada y le hice un espacio a mi lado invitándolo a acompañarme. Al sentarse dirigió su mirada a Max-. ¿Ese no es tu novio? ¿Por qué no está aquí contigo? Si yo estuviese en sus zapatos no te dejaría sola ni un solo segundo.

-Él no es mi novio, la foto que me enviaste esta mañana era un montaje, una mentira-respondí abatida.

-Hey, preciosa, ¿Qué pasa, por qué esa cara?- quiso saber poniendo su brazo al rededor de mis hombros-.

Preciosa. Ya llevaba llamándome así dos veces, y me agradaba mucho. Aún no sabía su nombre, pero sentía que lo conocía de toda la vida.

Sin ti, no soy nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora