XVI

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Saludé brevemente a mis padres antes de subir a toda prisa a mi habitación y cerrar la puerta tras de mí. Ya no cabía de felicidad y una electricidad que me llenaba de energía, al punto de hacerme querer gritar a todo pulmón, me recorría de pies a cabeza, dejándome un cosquilleo en el estomago. De pronto, por ser tanto mi estado de aceleración, sentí que no podía respirar del todo bien. Me lancé con agilidad hacia mi ventana para abrirla y salir al balcón, satisfaciendo la súbita y vital necesidad de llenar mis pulmones de aire que me invadía en ese momento. Como si la vida se me fuera en ello, por mi boca y mis fosas nasales dejé que el aire helado de esa noche de principios de otoño me reconfortara. Me era impensado que hacía tan solo unos minutos había besado al chico del que más profundamente había estado enamorada en mi vida. No solo con eso, sino que además lo había hecho casi desnuda. Algo estaba muy mal conmigo, algo que me llevaba a quitarme la ropa cada vez que estaba a solas con él, algo inexplicable que hasta hoy no logro comprender. ¿Por qué tenía ese apuro de quedar en paños menores frente a ese chico tan perfecto para mí? ¿Tan desesperada estaba? Ya iban dos veces en las que voluntariamente me había presentado frente a él en nada más que ropa interior, a lo que Max, haciendo prueba de gran caballerosidad, apartaba tímidamente la mirada para darme privacidad y mostrarse respetuoso. Pero fuera de esos bochornosos reflejos que tenía con Max, estar con él era simplemente perfecto. La sensación de que solo podría estar con él se instaló desde ese día en mi corazón. No que no pudiera intercambiar más que solo palabras con otros chicos, pero que solo con él podría ser amor, amor del verdadero. Como cuando sabes qué nota sacaras en un examen, como cuando sabes la reprimenda que te espera en casa por llegar tarde, como cuando sabes que será así y no de otra forma, porque otra manera es inconcebible, inadmisible. Simplemente: imposible.

Mis ganas de compartir lo que había pasado esa tarde con Max eran enormes. Quería, no, necesitaba, contarlo, sacarlo de mí para saber que era real. No por requerir que alguien lo escuchara, pero porque me urgía escucharlo salir de mi propia boca, que alguien me escuchara, para saber que no había sido un sueño. Instintivamente pensé en Thais. Tal vez contándole a mi mejor amiga podría apaciguar el fuego que comenzaba a subir por mi garganta. Pero, por otro lado quería guardarlo par mí, para nosotros. Que fuera nuestro, por lo menos por un rato más. Como comer un chocolate a escondidas para no compartirlo. Después de todo, eso era lo mejor. No eran pocas las relaciones que había fallado porque todo el Liceo se enteraba y los demás comenzaban a meterse donde no les correspondía. Me había tocado verlo muy de cerca por Thais. Andrés y ella eran la pareja más duradera que todas las clases conocieran, eran algo así como un referente o icono del amor, aunque nosotros, los que realmente conocíamos a los involucrados, sabíamos que no todo era como lo pintaban. Su relación estaba muy idealizada, y a pesar de que la realidad no se alejaba tanto del sueño como uno se lo hubiese esperado, no todo era color de rosa para mis amigos. Sobretodo cuando les tocaba enfrentarse a los rumores y ese fastidio constante. Preguntas fuera de lugar sobre su intimidad sobraban, también como las varias veces que creyeron que mi amiga estaba embarazada o que su novio le había sido infiel. El repertorio era amplio y para todos los gustos, dejando ver que la imaginación iba mucho más allá de lo que se podría pensar. Aun así ellos seguían juntos, muy por el contrario a otras parejas, que por mucho menos no volvían a hablarse temiendo que se malinterpretara y repitiera la misma historia. Así que decidí callar y guardarme este dulce momento para mí.

Volví al interior de mi habitación y como bajando de una nube me dejé caer sobre las sabanas de la cama. Sin darme cuenta me quedé dormida en el más profundo de los sueños que había tenido en mucho tiempo, lo supe porque hacía varias semanas que no despertaba tan llena de energía. Hasta mi madre me lo hizo notar al escucharme tararear en la cocina a la mañana siguiente, preguntándome que cómo me había ido ayer y que qué me había hecho ese "agradable muchacho" para ponerme de tan buen humor. Yo solo reí en respuesta llevándome una cucharada de mouse de chocolate que encontré de la cena de la noche anterior. Solo Max y yo sabíamos la respuesta a esa pregunta, y por más que me costara no contárselo a cuanta persona se me cruzara por delante para compartir mi inmensa felicidad, así sería por un largo tiempo. Solo Max y yo, nadie más.

Apenas había terminado de desayunar cuando escuché el timbre. En una pequeña carrera fui a abrir la puerta a mi amiga, para poder terminar de prepárame, pero resulta que bajo el umbral estaba mi príncipe azul. Con su cabello algo despeinado por el viento bastante fuerte que comenzaba a levantarse a esas alturas del año y un chaleco azul marino que lo hacía ver guapísimo. Después de un muy respetuoso "¿puedo?" me besó. Evidentemente me puse un tanto nerviosa de que mis padres nos vieran, por lo que me separé rápidamente y lo invité a pasar, pidiéndole que me esperaba mientras tomaba mi bolso y un abrigo para las posibles gotas que caerían más entrada la noche. Mientras, desde la planta superior escuché el timbre nuevamente.

-¡Max! Podrías abrir tú, debe ser Thais. Ya casi estoy abajo- grité para que me escuchara.

-No hay problema, nena- respondió de muy buena gana haciendo que mi corazón diera n vuelco por esa última palabra.

Bolso al hombro bajé las escaleras, cayendo frente a una escena que no tenía en absoluto prevista para esa mañana. Noah, en una tenida bastante ligera para un día tan nublado como ese, con un ramo de camelias rosas en mano le ponía una sonrisa picara, como marcando territorio a Max, que trataba de matarlo con la mirada, y que de haber podido, le habría saltado al cuello en ese mismo instante. Tragué con dificultad frente a la tensión que tenían ambos sin saber qué hacer para bajarle los humos a uno y calmar al otro.

-Hola preciosa- saludó Noah antes de que pudiera decir cualquier cosa y poniéndome en una posición aun más complicada.

Boquiabierta y paralizada no hice más que ruborizarme ahí parada a los pies de la escalera. Sin esperar invitación, Noah entró, dejando a Max con una mano en el pomo de la puerta y la otra a un costado de su muslo apretándose cada vez con más fuerza. El recién llegado se puso a mi lado, rodeó mi cintura con su brazo haciendo un leve presión y presentó el ramo de flores frente a mí mientras me daba un beso en la mejilla con tanta intensidad que casi suelto un pequeño chillido ahogado.

-¿Las pongo en agua?- preguntó con la voz ronca-. ¿O dejamos que se marchiten?

-¡No!- exclamé sin poder controlar los nervios-. Es decir- me aclaré la garganta-, yo lo hago.

Sin ti, no soy nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora