XIV

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"Pensé que tal vez podríamos ser más que amigos".

Esa frase se repetía una y otra vez en mi mente. Sentía el pecho encogido, mis mejillas sonrojadas y el latido de mi corazón rugir como el motor de un formula uno antes de partir la carrera. Esa frase, esa simple frase, con esas tres palabras que podían cambiar todo y que hacía unos días atrás esperaba que Max me dijera, terminó saliendo de la boca de ese chico que apenas conocía. Me sentí muy mal, no era culpa, era pena. Realmente lamentaba que hubiese perdido a su novia y mejor amiga, su confidente y complice, que después de estar cerrado emocionalmente durante todos esos años se hubiese enamorado de mí, que no podía corresponderle, o al menos eso creía.

No sabía lo que sentía en ese momento. Temía a perderlo, que desapareciera del cuadro, que nunca más me hablara por vergüenza a haber confesado sus sentimientos por mí, por enojo al rechazo, por celos a Max, por cualquier razón. Sus hombros caídos, su cabello color miel, revuelto por el viento, lo claro de sus ojos con la luz cálida de ese sol de principios de otoño, todo eso se repetía en bucle como una película y fue lo único en lo que pensé el resto de ese día, y del siguiente, y del subsiguiente. Terminé entendiendo que no me había molestado escuchar de su boca que le hubiese gustado ser más que mi amigo y cada vez que lo recordaba, una sonrisa invadía mi rostro. Al parecer me había enamorado de su carisma, de su misterio, de su honestidad, transparencia, sonrisa amplia y mirada diáfana. Pero me rehusaba a creer que fuera posible que en menos de una semana un completo desconocido me hubiese embaucado de esa forma. Era simple atracción, porque Noah era bastante guapo, y su confesión me hizo sentir muy halagada al llamar a tal punto su atención.

En los días que pasaron él mantuvo su distancia, siguiendo con esa calurosa cercanía, caballerosa compañía y simpática conversación. Se había vuelto un hábito caminar los tres desde nuestras respectivas casas al Liceo tanto de ida como de vuelta, pero ya no habíamos estado tan solo nosotros dos solos, para evitar cualquier tipo de situación comprometedora. Sin embargo comenzaban a faltarme. Esas dos veces que conversamos, de corazón a corazón, en mutua compañía, habíamos logrado una conexión y comprensión tan distinta a la que siempre había tenido, que me hubiese gustado repetir. Pero me mantuve al margen, no quería enviarle señales erróneas, confundirlo ni mucho menos jugar con sus sentimientos. Esperaba que con el tiempo sus sentimientos se fueran aplacando y así pudiéramos cultivar esa amistad que prometía mucho.

Si bien trataba de eliminar cualquier pensamiento de Noah como algo más que un simple amigo, a veces guardaba un poquito de esa idea, porque era lo único que lograba hacer que me olvidara de Max. Ya no sabía si seguir reprimiendo mis sentimientos o dejarlos surgir, había escogido darnos una oportunidad, pero la confesión de Noah me hizo ponerlo en duda. Me sentía bien en ese momento, no me atrevía a salir de mi zona de confort y desatar las sombras del amor para que me arrastraran a esa puerta desconocida de las relaciones. Por un lado tenía a Max, acercándose a mi, recuperando mi confianza poco a poco, dándome miles de señales de que quería algo más y que esperaría a mi aprobación cuando estuviera lista, mientras que por el otro un torbellino de dudas se montaba en mi interior. ¿Sería mejor el arrepentimiento o el remordimiento? ¿El pesar de no haberme atrevido o de haberlo hecho mal?

Ese periodo fue una nebulosa, pasó entre sombras y dejó lagunas en mi memoria. Recuerdo a Thais, incentivándome a tomar la iniciativa y por fin darnos una oportunidad con Max, a Noah, aconsejándome a seguir mi instinto y apagar por un momento mi razón, a mí, sobre la cama dándole vueltas y vueltas a lo que quería hacer, a lo que debía hacer, a partir de ese momento. No logro recordar lo que hice en esos días, tal vez tuve una prueba y conseguí una mala nota, seguro me reprendieron por no prestar atención y no poder contestar a lo que quería el profesor. Me veía como desde fuera de mi cuerpo, caminando por los pasillos vacíos de mi casa, del Liceo, por la calle, por mi mente...hasta que sonó el timbre.

-¿Qué haces aquí?- pregunté a un Max muy arreglado y perfumado frente a mi con un enorme ramo de rozas.

-¿No es buen momento? Lo siento, debí llamar antes.

-En absoluto, solo me sorprendiste- sonreí al darme cuenta de lo poco hospitalaria había sido.

-Yo venía...vengo a... Yo quería invita-arte a salir, solo si tú quieres, no tienes que decir que sí, em-m...- el nerviosismo hacia qué su voz temblara. Se le veía acalorado y no dejaba de tocar el cuello de su camisa, que tenía los primeros botones desabrochados, dejando ver esa fina cadena que siempre llevaba. Por primera vez en ese tiempo era él el que se mostraba intranquilo y perdiendo el dominio de lo que decía o hacía. Sentía que tenía el control en ese minuto, y eso me encantó, haciéndome sonreír con picardía.

-¿A dónde vamos?- pregunté dándole a entender que aceptaba su invitación. Sus ojos brillaron como los de un niño en navidad y con una sonrisa tímida me extendió el ramo. Yo lo tomé, impregnándome del aroma de esas rosas y escondiendo mi rostro tras sus suaves pétalos.

-Donde tú quieras, te acompañaría hasta el mismo infierno con tal de estar contigo.

-Entra, voy por una chaqueta, ¿esta bien?

-Claro.

Después de cerrar la puerta y que Max se acomodara en el sofá del salón, puse las flores en agua y subí a mi habitación para buscar un bolso y una chaqueta, ya que las tardes comenzaban a helar poco a poco con el pasar de los días. Antes de bajar de nuevo, fui a la habitación de mi padres, donde estaba mi madre descansando.

-Mamá, voy a salir.

-No vuelvas tarde, no me gusta que estés sola cuando oscurece.

-Estaré bien, voy con Max.

-Ese chico no es...- levantó la mirada de su lectura y me miró con las cejas alzadas. Sabía a lo que se refería, pero no me gustaba hablar de esas cosas, menos con mi madre, eso me ponía muy incómoda-. Está bien, te dejo, sé que no te gusta hablar de eso. Tengan cuidado.

-Lo tendremos- me acerqué y me despedí con un beso.

Una vez en el salón pude ver que Max ya no estaba en el sofá, sino que de pie frente a unas fotos familiares sobre un estante. Tomó una en la que aparecía yo hacia unos años atrás en un campamento de verano. Fue uno de los mejores veranos de mi vida, habían personas de otros pueblos e incluso de otros países, la pasamos increíble. Ese día yo estaba recogiendo los platos sucios y uno de mis compañeros de cabaña me lanzó un balde de agua haciéndome quebrar más de un plato. La foto me la tomaron justo después de eso, tenía una sonrisa de oreja a oreja y la piel casi roja por la constate exposición al sol.

-Te vez hermosa en esta foto- dijo una vez que me asomé al salón-, pero no es nada comparado con verte en persona- la sangre subió a mis mejillas tiñendo las de rojo, por lo que instintivamente subí mis manos a ellas.

-¿Dónde vamos?- cambié de tema.

-Ya verás- con sus manos apartó las mías de mi rostro y posó un tierno beso cerca de la comisura de mis labios.

Sin ti, no soy nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora