Bruno
Estaba a cinco minutos de llegar. Ahora sí que mi estómago era un puñado de nervios a punto de explotar.
¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy tan nervioso? No, yo no soy así... joder... vaya mierda... me meto en cada fregado yo también... ¿Quién vendrá? De verdad que depende de cómo sea, me voy mañana mismo...
Mi subconsciente empezaba a crear un dialogo interno de discusión, maldiciendo una vez más el por qué había decidido asistir. Hacía 6 años que no nos veíamos y si durante este tiempo nadie se ha pronunciado, todo podía seguir perfectamente igual durante 6 años más, ¡pero no!, se le tuvo que ocurrir esa idea... y lo peor, yo acepté.
Estaba tan sumergido en mis pensamientos que no me di cuenta de que había llegado. Delante de mí se plantificaba la casa de las fiestas. Esa donde, durante la adolescencia, parecía más mi casa que la propia de mis padres, aquí había pasado de todo: borracheras, resacas, líos, peleas, rechazos amorosos, ... Mi nostalgia estaba a flor de piel.
Aparqué mi querido FordFi del 2012 delante de la casa y al lado de un Audi A1 nuevecito, recién salido del horno.
Madre mía, como se los gastan... No me extraña, muchos procedentes de familias empresarias y ricachonas... niños y niñas de papá.
En ese instituto yo era uno de los pocos que descendía de una familia humilde y trabajadora, hijo único al que querían inculcar la mejor educación para brindarle un futuro mejor del que mis padres pudieron tener. Pero la verdad que, a mí, esa vida no me molaba para nada.
Descendió del auto y abrí el maletero para coger mis cosas.
- ¡Buuuh! – me asusté. Alguien me había empujado por mis espaldas. Rápidamente me volteé.
- ¡Romy! – Bruno la abracé en seguida. - ¿cómo estás?
- ¡Muy bien! ¿y tú?
- Muy bien, también. Me alegro mucho de verte. – nos dimos dos besos.
Romy era una chica muy maja. Era la bondad personificada. Tenía el pelo castaño, por los hombros. Sus ojos azul topacio resaltaban en su rostro de piel con un ligero tono moreno. Siempre habíamos sido muy amigos y nos lo confiábamos todo, pero des de EL día, des de ese incidente, todo volvió a ser distinto. No solo con ella, sino con todos.
- ¿No hay nadie más? – pregunté.
- Mmm...no, he ido a pasear por ahí – señaló el bosque – y no había nadie, tampoco he entrado en la casa, pero por el momento solo están tu coche y el mío.
- Pues ven, vamos dentro a dejar las maletas. Supongo que deberá haber una llave donde siempre.
Efectivamente, debajo de la tercera planta empezando por la izquierda, había una copia de la llave. Parecía que nos estuviéramos apoderando de una propiedad ajena a nosotros, en medio de la naturaleza, perdida de la mano Dios. Esa casa era de Becca. Era como una segunda residencia que sus padres le regalaron por qué no iban nunca, pero siempre que alguien la necesitaba nos la prestaba, de aquí que supiéramos donde estaban las llaves. Ahí montamos una de fiestas increíbles, pasé mis peores borracheras, y ahí también perdí la virginidad.
Un montón de recuerdos invadieron mí cabeza. Estaba empezando a darme cuenta que el haber asistido a ese reencuentro tampoco había sido tan mala idea.
- Sigue igual... - Romy estaba observando la casa nostálgicamente.
- Si, qué tiempos aquellos... – le respondí en el mismo plan.
Al acceder por la puerta principal, había un pequeño recibidor que se juntaba con el comedor, ubicado a la derecha. Este estaba unido a la cocina, que era abierta. Si seguías recto, había un pequeño pasillo que daba a una puerta. Tenía acceso a un patio trasero con un porche de madera. Des de ahí, las vistas eran geniales. Se veía gran parte del bosque y unas inmensas montañas se alzaban ante él. Simplemente, precioso. A la izquierda de la puerta principal había unas escaleras que subían al piso de arriba, donde había las habitaciones y dos baños. El interior tenía un acabado rústico que lo hacía todavía más acogedor y más, con el fuego a tierra y en esa época del año, otoño.
- Ya pasan de las once, des de luego... a ese paso el reencuentro solo vamos a ser tú y yo – dijo Romy.
Me reí: - Sabes que la puntualidad no ha sido habilidad de ninguno de los que estamos aquí.
- Cierto – sonrió.
Un ruido de motor se acercaba. El contacto de los pneumáticos pisando la tierra y las piedras del bosque se hacía cada vez más notorio. Un Jeep acababa de aparcar al lado de mi FordFi.
- ¿Quiénes son? – preguntó ella moviendo la cabeza de un lado para otro intentando averiguar quién se escondía dentro de esa carrocería.
- No lo sé.
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Falso Culpable
RandomEn la distancia se oían unas sirenas policíacas que cada vez se hacían más presentes. Abrí la puerta del coche y empujé a la chica. Yo me posicioné en el asiento del conductor. - Me estás secuestrando, lo sabes, ¿verdad? - Te he advertido y has segu...