XXV: DESENMASCARADA

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Apolo

Después de conducir aproximadamente una hora y media, habíamos llegado a la caseta de la cual Samu me había prestado las llaves. También estaba perdida de la mano de dios y yo esperaba que, por lo menos, en unos días, nadie nos encontrara allí. Necesitaba ubicarme en el tiempo y ver que podía hacer con mi vida. En menos de veinticuatro horas había pasado de ser un chico normal, a un criminal en fuga. Me acusaban de homicidio, además múltiple. Mi vida se había ido a la mierda y, por si no fuera poco, el destino me ha cruzado con un lastre más en el camino: Hera. No sabía nada de ella, solo que, de bien seguro, su presencia a mi lado, no iba a significar nada bueno. Es más, había más probabilidades de que empeorara mi situación.

Bajamos del coche.

- ¿Vives aquí? – me preguntó Hera.

- No, es la casa de un amigo. Me la ha prestado. Mi casa ahora mismo debe parecer de todo menos una casa. – la probabilidad de que la policía hubiera interceptado en ella y me la pusieran patas arriba, era del noventaicinco por ciento.

- Probablemente – argumentó con indiferencia.

Entramos en casa. No era gran cosa. Más bien, era como una casita de campo. No tenía habitaciones ni nada por el estilo. Una única planta, con una pequeña cocina abierta al comedor y el sofá era un sofá cama.

- ¿Y bien? ¿Ahora que piensas hacer? – me preguntó Hera.

Me senté en una silla. Apoyé mis codos en la mesa y, con las manos, me sujetaba la cabeza. No podía parar de mover mi pierna en señal de tic nervioso.

- No lo sé, Hera, no lo sé. Ni siquiera sé por qué me están haciendo esto, ni quien, ni por qué tengo que ser yo la víctima... ¡No sé nada! – la desesperación me impedía mantener la calma y, consecuentemente, pensar con claridad.

Ella se acomodó en la silla que había justo en frente de mí, al otro lado de la mesa.

- Si quieres que te ayude, tendrás que contármelo todo des de cero. Como ha sido que te has enterado que te incriminan, si tienes alguna posible duda de culpable, ... todo, aunque pueda parecer información absurda. Por qué no entiendo cómo ha podido pasar, si tu estabas con nos...

Inmediatamente calló. Levanté la cabeza de entre mis manos y la miré desconcertado, frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos. Parecía que iba a soltar algo que no debía, pues había empezado a hablar en carrerilla y las palabras que salían por su boca iban más rápido de lo que podía llegar a alcanzar su cabeza.

- ¿Qué? – cuestioné haciendo un ligero movimiento de cabeza denotando confusión.

- No, nada, nad...

- Hera, ¿qué ibas a decir?

- He dicho que nad...

- ¡Y YO TE HE DICHO QUE ME LO DIGAS! – arreé un fuerte golpe encima de la mesa.

Su cuerpo reaccionó con un pequeño sobresalto. Poco a poco, fue quitándose las gafas de sol. Su cara, su cara me resultaba muy familiar. Recientemente la había visto. Esa piel... Esos ojos marrones... Pero la cosa no acababa aquí. Seguía.

Lentamente, agarró su pelo negro por la parte superior y fue retirándolo. Debajo dejaba ver un liso pelo de color castaño muy claro, como el de...

Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo. No podía ser real lo que tenía delante de mí. Bueno, más bien dicho, a quien tenía enfrente de mí.

- ¿¡BELLA!?

Se encogió de hombros y, con cara de culpabilidad exclamó dubitativa: - ¿¡Sorpresa!?

Falso CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora