XXIII: SEDUCCIÓN

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Romy

Eran las 8 de la mañana. Becca aún seguía dormida. Yo fui al baño para darme una ducha calentita y relajante. Con el frío que hacía, era lo que más me apetecía.

Así que me dirigí al baño y cerré la puerta. Siempre sin el pestillo. Tenía pánico a quedarme encerrada y que nadie pudiera sacarme. Me quité la ropa y, por fin, me encontraba debajo del agua caliente, notando como cada gota caía encima de mi cuerpo. Parecían suaves abrazos que te alejan por unos instantes de la realidad y te sumergen en un mundo paralelo, en el que no hay ni preocupaciones, ni problemas y todos los males desaparecen. Es un mundo idílico en el que cualquiera querría quedarse por el resto de su vida.

Terminé. Debieron pasar unos veinte minutos, así que vuelta de nuevo a la cruda realidad. Abrí la mampara para salir de la ducha, cuando delante de mí vi una silueta de un hombre. Estaba con los brazos cruzados y apoyado en la pared. Parecía que llevaba un buen rato esperando ahí, a que la mampara se abriera para poder ver el contenido de su interior. Su vestimenta escaseaba. Tan solo llevaba una toalla que le cubría la parte inferior.

- ¡AAAAHHHH! – no pude evitar soltar un fuerte grito. Me habrán oído des del pueblo más cercano, que se encuentra a unos 50 km.

Rápidamente cerré la mampara y me quedé dentro de la ducha. Una fina lámina de vidrio esmerilado separaba dos cuerpos que aparentemente querían cosas distintas, pero su interior, no decía lo mismo.

- ¿¡Eres imbécil o qué coño te pasa!? Fue-ra de a-quí a-ho-ra mis-mo. – le dije enervada.

- Vamos...Romy...no te pongas así. Los dos sabemos que esto lo hemos estado deseand...

- ¿¡Qué!? – me escandalicé – Ha-habla por ti, ¡imbécil!

- Que aires de nerviosismo se respiran por aquí, ¿no? Si tan claro lo tienes, no deberías ponerte así... - dijo con picardía – vamos, sal...

- Pásame la toalla.

- Venga... Ro...

- He di-cho que me pa-ses la pu-ta to-a-lla – remarcó.

- Está bien, aquí tienes. – su tono era demasiado tranquilo por ser que estaba acosando a una chica.

Abrí lo justo y necesario la lámina de cristal para agarrar la toalla, sin que me viera. La envolví alrededor de mi cuerpo, de manera que quedó sujeta firmemente y, finalmente, salí de mi escondrijo.

No podía mirarle a la cara, me producía demasiada tensión y nerviosismo.

- Bien, ahora lárgate – ordené señalando la puerta con el dedo.

- Me iré cuando me lo digas mirándome a los ojos.

Encima ese salido mental se atrevía a retarme...

Estaba acorralada y no podía salir por ningún lado. Tenía la espalda contra la pared, con él delante de mí. A mi derecha tenía la puerta, pero su brazo apoyado a la pared me bloqueaba el paso.

Mierda.

Así que no podía hacer nada. Parece ser que no me quedaba mas remedio ni mas opción que obedecer sus deseos. Pero sabía que nada saldría bien ni la situación sería tan inocente viniendo de Jeff. Alguna tenía planeada y lo peor es que no sabía que. Lo podía suponer, pero mi imaginación se queda corta con lo que llegan a alcanzar sus límites.

- ¿Y bien? ¿Tiene mi enfermera favorita algo que decirme? – el tono empezaba a ser seductor.

Respiré hondo. Unas dos veces. Lentamente iba levantando la cabeza. Perdí de vista el suelo y empecé a recorrer su cuerpo: los pies, las piernas, sus muslos, su...su miembro – me salté esa parte rápidamente – sus abdominales esculpidos, sus pectorales y, finalmente su cara. Sus ojos esmeraldas otra vez. Esos que tan solo de mirarlos, me dejaban atónita y embobada. Su cabeza hizo un gesto, así invitándome a hablar.

Falso CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora