XVI: CÓMPLICE

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Bruno

Los tres descendimos las escaleras para reunirnos de nuevo con el resto en el salón. Andrés ya iba preparado con sus maletas.

- Chicos, ¿alguien me ha llamado? Antes me ha parecido oír mi nombre – soltó Romy inmediatamente al vernos.

- No. No. No. Que va... - mintió Jeff – Que pasa, ¿qué ahora te crees el ombligo del mundo? ¿Piensas que todos hablamos de ti? – le dijo acercándose a ella con cara de pena.

Se empezaba a denotar cierta rabia en su cara: - ¿Hace falta que te conteste, Jeff? Mira, mejor déjalo, no voy a desperdiciar más tiempo conversando con personas incapaces de razonar porqué no tienen cerebro.

- Eh, vamos... - Bella intentó calmar la situación.

¿Se puede saber que le pasaba a ese imbécil integral? Si lo que quiere es llamar la atención de Romy, así va a conseguir completamente lo contrario. Hay que ser idiota.

- Tío, ¿por qué le hablas así? ¿No te das cuenta de que estás consiguiendo todo lo contrario? – le susurré.

- No lo sé. No sé qué me pasa. Pero aquí no. Aquí, delante de ella, ni se te ocurra hablar de eso, ¿me has oído? – bisbiseó.

Asentí. No quería ganarme otro puñetazo.

- Por cierto, ¿y tú se puede saber dónde vas con eso? – curioseó Romy señalando a Andrés y sus maletas.

- ¿Qué donde me voy yo? – rio sarcásticamente – donde vamos todos, bonita. Nos piramos de aquí. No tenemos por qué aguantar a un tarado que intenta desquiciar y aniquilarnos.

- Si. Tiene razón. Yo también me voy. De hecho, deberíamos hacer todos lo mismo. – le apoyó Bella.

- Sería lo mejor si queremos seguir vivos. – argumentó Becca.

- Pues vamos a recoger las maletas y vayámonos antes de que sea demasiado tarde. – concluí.

Empezamos a subir las escaleras decididos a abandonar esa mierda de encuentro que alguien que todavía desconocemos, había organizado para nosotros. Ya sea para aniquilarnos o hacernos terminar de manera que estuviéramos para encerrar en un centro psiquiátrico. Sinceramente, tampoco tenía ganas de descubrir más.

- ¡No! – el grito de Romy nos sobresaltó.

Por acto reflejo, volteamos todos la cabeza hacia ella. Ahora tenía a cinco personas prestándole la máxima atención.

- Em...yo quiero decir que...no lo hagamos, que mejor nos quedemos. El...bueno, o ella, ha dicho que no hiciéramos nada que no nos indicara o nos arrepentiríamos. – balbuceó.

- ¡Si mira y que nos mate! ¡Una mierda! Tu haz lo que quieras, pero nosotros nos vamos. No pienso morir en manos de un psicópata. – replicó Becca.

Romy, en sus lentos e indecisos movimientos de no saber si esa era la mejor opción, decidió subir a por sus cosas.

- Eh, vamos. No pasará nada. – la tranquilicé propiciándole un beso en la cabeza.

Asintió forzosamente con la cabeza. No había manera de evadir el recelo que en esos instantes se apoderó de ella, siendo esa, ahora mismo, su única esencia.

En menos de diez minutos salíamos todos por la puerta principal. Antes decidimos despedirnos en el vestíbulo de la casa por si esa fuera, otra vez, la última que nos veríamos en mucho tiempo. Corrimos. Cada uno hacia su coche. El miedo de volver a pisar el exterior sabiendo que hace escasas horas alguien nos había disparado, originó cierta ansiedad en mí. Empecé a tirar marcha atrás cuando, de repente, el claxon de uno de los autos empezó a sonar reiteradamente en señal de advertencia. Instantáneamente frené. Volteé la cabeza en busca de explicaciones. No vi nada. Bajé del coche, no muy convencido, y me dirigí donde estaban Jeff y Andrés. Fueron ellos los causantes de ese alboroto. Las ruedas traseras de su Jeep estaban pinchadas.

Es más, detrás de cada coche, a unos metros, había una hilera de pinchos colocada estratégicamente, con la distancia calculada al milímetro para que no viéramos nada al subirnos al coche o dejar el equipaje en el maletero, pero si para no dejarnos recorrer mucha distancia en el momento que pretendiésemos huir de lo que estaba empezando a ser nuestra mayor pesadilla.

- ¡MIERDA! ¡ME CAGO EN LA PUTA! ¡JODER! – Jeff golpeó enfurecido su Jeep rojo metalizado.

- ¿Y ahora qué? – consultó Romy que también acababa de bajar de su coche con las ruedas en la misma situación  – os lo he dicho. Hubiera sido mejor hab...

- Mejor, ¿qué? ¿Quedarnos ahí dentro, contando los minutos para recibir a tu muerte en la puerta? Por favor, Romy, eso hubiera pasado igualmente. Algún día tendríamos que habernos ido. Simplemente nos hemos anticipado. Punto. – Andrés estaba rabioso al ver que su modesto plan había fracasado y que, definitivamente, no teníamos escapatoria.

- Pues nada, chicos, ¿volvemos dentro? – La voz de Becca nos sobresaltó por detrás. – No hay nada que hacer. Mis ruedas también están reventadas.

Quitamos, de nuevo, el equipaje de nuestros respectivos maleteros y nos volvimos, otra vez, para entrar en la casa.

Un fino refunfuño detuvo mis pasos. Retrocedí unos metros y, a la distancia, divisé a una preciosa chica peleándose, pegándole patadas a la rueda del coche. Me acerqué.

- No te pongas así, estamos todos igual – intenté calmarla, hasta que bajé la mirada y dejé de entender el móvil que originó su enfado. – Pero... espera... ¿se puede saber por qué te enfadas? Tus ruedas están int...

- ¡Shhh! – me silenció tapándome la boca con su delicada mano, de seda al tacto. Alargó el cuello y analizó el entorno, cual animal salvaje acechando a su presa, para ver que no había nadie más alrededor. – No di-gas na-da – me advirtió imponiendo un tono de amenaza. – He visto que tú tampoco has llegado a pisarlos.

Con un ligero movimiento de cabeza me separe de su mano. Al acto, ella la retiró.

- Está bien. Y no, por suerte me ha dado tiempo a frenar cuando he oído el claxon del coche de Jeff.

- Escúchame bien. – asentí un poco asustado – Hay alguien de dentro que está compinchado con alguien de fuera. Es imposible que una sola persona del exterior pueda mover tanto y saber que vamos a hacer en cada momento sin estar presente ahí. Debemos ser prudentes y no llamar mucho la atención. Ver, oír y callar a lo que digan los demás. ¿Entiendes?

- S-sí – me quedé casi sin palabras – pe-pero ¿por qué? Es decir, ¿con que objetivo nos quiere aquí?

- Eso todavía no lo sé, pero debemos averiguarlo. Ahora entremos antes de que empiecen a sospechar.

Sacó sus maletas del coche, yo cogí las mías y recorrimos el corto camino hasta llegar a la puerta de casa. Antes de abrirla, una pregunta pasó por mi cabeza como un cometa, fugaz pero impactante.

- Un momento – me detuve – ¿Como sé que no eres tú esa persona compinchada?

💥💥

¿Y bien? ¿Quién creéis que puede ser ese cómplice que dice Bella?

¿Vosotr@s pensais que existe?

Falso CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora