XIX: ¿PODEMOS HABLAR?

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Bruno

La merienda-cena había transcurrido sin más. Simplemente como me imaginaba. El ambiente estaba un poco tenso, sumado a que Bella evadía mis miradas. Recordamos alguna que otra anécdota divertida, pero poco más. La situación en la que nos hallábamos no era la más adecuada para echarnos a reír como si nada pasara.

Ya eran las nueve de la noche. Estábamos en la terraza. Era principios de otoño, pero el frío aún se soportaba. Algunos, como Jeff, Becca y Andrés, se echaron a fumar; yo decidí irme a dormir. Me había levantado a las siete de la mañana, había hecho unos cien kilómetros y con todo lo que había pasado hoy, ya no podía más. Mi cuerpo estaba pidiéndome a gritos el descanso profundo.

- Chicos, yo me acuesto ya – me despedí – buenas noches.

- Buenas noches – me respondieron todos, menos Bella. Obvio. Ella me dedicó una mirada de reojo y en seguida la apartó al ver que mis ojos la interceptaron.

Llegué a la habitación y cerré la puerta. Mierda. No me acordaba, tenía que prepararlo todo. Me tocaba dormir al suelo.

Arrastré un colchón que estaba debajo de la cama para posicionarlo a dos metros de distancia de esta, pero en las frías baldosas. De uno de los armarios cogí unas sábanas limpias e hice la cama. Me puse el pijama, me tapé con la manta más gruesa y calentita que encontré y cerré los ojos a la espera de que el sueño viniera a mí.

Las 22h., las 23h., las 24h., ... y aun seguí despierto. Levanté un poco mi cabeza de la almohada, Bella aun no había subido. Volví a recostarme con las dos manos debajo de la nuca. Giré la cabeza a mi derecha, hacia la ventana. A través de los grandes ventanales podía divisar un cielo completamente negro, donde las millones de estrellas hacían que este no pareciera tan tenebroso. Era precioso. Eso era lo que más me gustaba de la montaña. Simplemente tranquilidad. Estar en un lugar donde las consecuencias de una sociedad inhumana, aun no la habían invadido o si bien, era en poca cantidad. Era como tener una cita: tu con la naturaleza, nadie más.

En una de esas, la puerta se abrió y unos pasos sigilosos entraron.

- ¿Bella, eres tú? – pregunté.

- ¡Joder Bruno! – pegó un respingo. La asusté.

- Pe-perdona, no quería asustarte.

- Pues lo has hecho. – me respondió tajante. Al parecer aun seguía enfadada conmigo y no la cuestiono, está en todo el derecho del mundo. Antes me he comportado como un auténtico gilipollas, de una forma totalmente impropia y sin semejanza alguna con mis principios.

- ¿Po-podemos hablar? – dije dubitativo.

- Ahora no me apetece. Es demasiado tarde y tengo sueño.

Exactamente lo que me imaginaba. Su plan de evadirme aun seguía en pie. Pero no podía seguir así por mucho tiempo o mi existencia iba amargarse más de lo que ya estaba en estos momentos.

- Bruno...

Un chispazo de esperanza estalló en mi interior. Cuando de repente crees haberlo perdido casi todo, menos la esperanza, que como dicen, es lo último que debe perderse, la vida te da una segunda oportunidad para arreglar todo aquello que has hecho mal, para que reacciones ante tus errores y no volver a caer nunca en ellos y, de ser lo contrario, para que te levantes de nuevo las veces que haga falta.

- ¿Sí?

- Date la vuelta... - ¿qué? – tengo que ponerme el pijama...

- ¿Te recuerdo que estoy en el suelo y no veo nad...?

- ¡Me da igual! – no me dejó terminar – date la vuelta.

- Está bien.

Acaté sus órdenes y me di la vuelta, dejando su cuerpo a mis espaldas. Si ella tenía que sentirse más segura, eso iba a hacer.

¿La chispita esa que se había encendido en mí? Se fue tan rápido y fugaz como había venido. La verdad es que me extrañaba que hubiera recapacitado y querer arreglar las cosas ahora. Era un poco orgullosa y testaruda, cuando se le metía una cosa entre ceja y ceja, no había manera de hacerle cambiar de opinión o hacerle ver las cosas de una forma distinta a lo que ella creía o quería creer. Sé que nunca llegué a hablar tanto como para conocer a la perfección su manera de ser, pero siempre tenía mis cinco sentidos puestos en ella cada vez que hablaba con los demás, así que la conocía más de lo que ella se pensaba, por lo menos, hace 6 años. Y, por lo que sigo captando, eso todavía no ha cambiado.

- ¡SERÁS MENTIROSO! – le entregó ese grito al silencio.

¡Pam!

Una almohada lanzada con muy mala ostia había impactado en mi cabeza.

- ¿¡Se puede saber que he hecho yo ahora!? – me levanté enfadado. Ahora si que ya no podía más. Con rabia, dejé el cojín encima de la cama y me medio incorporé, por al menos, poderle ver la cara. Una cosa es que estuviera enfadada por lo de antes, que lo entiendo, pero otra muy diferente es que me lanzara una almohada gratuitamente y descargando su ira en mí.

- QUE, ¿¡QUÉ HAS HECHO! Oh vamos, Bruno, no te hagas el despistado... ¡Solo te he pedido una cosa muy simple! – gesticuló el número uno con el dedo índice – te he pedido que te dier...

- Sí, que me diera la vuelta para que no te viera – continué desesperado, sabiéndome el discurso de memoria – y eso es lo que he hecho.

- ¡No me mien-tas en mí ca-ra! – remarcó cada sílaba – Has sido tan descarado de mirar al espejo mientras me estaba cambiando, has aprovechado que yo estaba de espald...

- ¿Qué? ¿De qué me hablas? – desconcertado y con el ceño fruncido, me di la vuelta para ver lo que señalaba. En la dirección en la que me volteé, había un grande espejo de pie. – Bella, te juro que ni me había fijado – me defendí con la verdad de los hechos.

- No te creo Bruno.

- Pues muy bien, haz lo que quieras, pero me parecen de muy mal gusto tus gratuitas acusaciones sin tener pruebas de nada. Acusando solo basándote en tus creencias sin pruebas sólidas que las respalden.

Me miraba con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados. Irradiaban rabia hacia mí. Sus manos formaban un puño en el que resaltaban unos nudillos blancos. Parecía ser que la había dejado sin palabras ni argumento válido, algo que ella odiaba. Simplemente, me ignoró. Se metió en la cama dándome la espalda, dispuesta a dormirse.

Miré mi reloj. Las tres de la madrugada. Las horas iban pasando y yo seguía sin conciliar el sueño. Mis ojos observaban fijamente la luz de la luna que se proyectaba en el techo a través de la ventana. Estaba maldiciendo una y otra vez el momento en el que decidí venir a pasar esos cuatro días aquí. Lo que tendrían que haber sido unas pequeñas vacaciones, se estaban convirtiendo en un auténtico suplicio.

Me incorporé, quedándome sentado en el colchón, mientras observaba a Bella. ¡Qué tía! Parecía un trozo de hierro. Podía dormir a pierna suelta aun que hace unas horas hubiéramos discutido dos veces. En cambio, yo no puedo. Me enerva el solo echo de pensar en que la chica que me gusta está enfadada conmigo y yo soy el culpable de la razón que lo motivó.

Me empecé a inclinar otra vez, cuando vi que sus piernas y sus brazos empezaban a moverse de forma nerviosa. Arriba y abajo. Otras veces, de derecha a izquierda. Ahora su cabeza.

Estaba gritando en sueños. Supongo que tenía una pesadilla.

De un revuelo me levanté y me posicioné a su lado.

- Bella... - empecé a acariciar su cara. Estaba empapada. Cuanto tiempo había deseado hacer eso, pero no me lo había imaginado así. – Bella... estás soñando. Estoy aquí...

Parecía que la pesadilla se había esfumado. Me retiré lentamente, pero no pude. Algo me amarraba. Sus brazos estaban entrelazados en el mío. Me convertí en su recluta. Ojalá siempre estar preso en ellos.

Falso CulpableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora