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Palabras: 3504
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Freya sonreía forzosamente ante la llegada de su tía Sarah y sus primas Si y Am...dos gemelas la mar de repelentes, no habia tenido buenas experiencias con ninguna de ellas.
Todavía podía recordar cuando a sus cinco años de edad le hicieron un corte de pelo...que terminó en desastre, esas niñas por poco la dejaron calva, por otra parte la tía Sarah estuvo enseñandola a comportarse como una señorita, pero no de la manera dulce y bondadosa con la que lo hacía Linda, sino que fue mucho más dura y estricta.
Debía de usar los cubiertos correspondientes para cada comida y si se equivocaba se quedaba sin comer hasta la cena en la que se repetía el mismo proceso, así que si no quería morirse de hambre más le valía aprenderse los cubiertos.
Pasó demasiados años junto a ellas, sus padres no estaban a penas en casa por cuestiones de trabajo, fue una tortura, nunca le dijo nada a sus padres además...¿de qué serviría eso? Quizás no la habrían hecho mucho caso cuando tan solo era una renacuaja.
-...por aquí está la comida de Axel...- Su madre le estaba mostrando a la tía Sarah donde se encontraba dispuesto todo para los cuidados del niño.
Freya se quedó sentada en el sofá con su libro en mano, a sabiendas de que dos gemelas insoportables que le estarían haciendo la vida imposible durante unos días, se encontraban tras de ella observandola de forma maliciosa. Freya trató de ignorarlas intentando concentrarse en lo que haría ahora Mikel para lograr conquistar a la inalcanzable Jessica, era un romance la mar de interesante entre una princesa y un simple granjero, le parecían hermoso la manera que tenía Mikel de intentar conquistar a su princesa.
No estaba muy por la labor de formar una familia o casarse pero cuando se integraba en ese tipo de historias su perspectiva cambiaba un poco.
Pero no pudo seguir divagando por aquel maravilloso mundo pues una de ellas le había arrancado el libro de las manos leyendo entre risas la página por donde se había quedado Freya.
-¡Mira lo que pone aquí Am!- Si leyó con misma sonrisa que tenía su hermana y ambas comenzaron a reírse de aquella forma tan aguda y estridente.
Freya siempre había pensado que eran unas brujas horrendas simulando ser unas chicas jóvenes.
Y a veces les había llegado a causar pavor porque eran exactamente iguales, siempre había intentado encontrar algún rasgo que las diferenciase pero aquella parecía una misión imposible.
Ambas tenían el pelo perfectamente cortado y alineado, liso y castaño, sus ojos eran del mismo azul marino y sus bocas siempre tenían dibujadas unas amplias y finas sonrisas, sus cuerpos delgaduchos siempre se encontraban envueltos en vestidos que cubrían absolutamente todo su cuerpo, como su madre, y siempre vestían de la misma forma, nunca llevaban nada que las hiciese distintas la una de la otra o que las identificase, daban mucho miedo.