Capítulo 5: Otro techo

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Siente los ojos somnolientos, no tiene ganas de absolutamente nada, simplemente quiere seguir durmiendo y olvidar toda esta mierda de vida, luego recuerda que sus pesadillas lo atormentan, lo persiguen hasta hacerlo gritar y jadear por ayuda que sabe nunca llegara, lo asfixian y torturan hasta que despierta sudoroso, gritando tan fuerte que incluso sopeso la posibilidad de que terminará dañando sus cuerdas vocales.

Qué más daba si de igual forma nadie acudía a su llamado. No quiere esa sensación de agobio y desespero, se obliga a abrir los ojos, para contemplar el blanco techo que permite una mayor iluminación a esa odiosa habitación de un blanco impoluto. Se siente desorientado, abatido y el cuerpo le duele horrores.

No tiene ni idea de lo que ha pasado, le cuesta reconocer el lugar, pero aquel peculiar y desagradable aroma a antibióticos se lo dejan más fácil, no entiende que hace en un hospital mirando el blanco techo, mucho menos se hace una idea clara de cuanto es que lleva en ese detestable lugar o el porqué de su estadía. Aprieta la mandíbula y sus manos retuercen la sabana que cubre su maltratado cuerpo cuando un intenso dolor se ha hacho presente, limitando su idea de moverse, incorporarse y largarse de ese lugar.

«Que todos se jodan», es lo que piensa, tiene una idea del porque está en esa cama, prácticamente tirado y abandonado, es patético, tal vez demasiado, entonces desea haber muerto, porque está seguro que su padre le ha golpeado hasta el cansancio, entonces la puerta se abre dando paso a un hombre con bata blanca y sus pensamientos se esfuman para observar detenidamente al recién llegado.

Detesta su mirada hipócrita, aborrece sus ojos que le miran con compasión y lastima. Solo le falta que el hombre palmee su espalda y exclame “pobrecito”. No es necesario, ya lo ha hecho con verle de esa manera aberrante,  recordándole lo patético que es cada día.

—¿Cómo te encuentras?

«Acostado, adolorido, sintiéndome peor que una mierda, como si me hubieran golpeado por horas… ha, corrección eso sí lo hicieron». Tantas posibles respuestas a una de las preguntas más estúpidas que haya escuchado. No le interesa hablar con ese hombre, chasquea la lengua y fija su mirada en la ventana y el suave movimiento que hacen las cortinas al moverse delicadamente con la suave brisa que poco a poco refresca la habitación, llevando consigo aquel desagradable aroma de hospital que le provoca nauseas.

El médico suspira, pero cree entender a la perfección a su joven paciente, para él apenas es un niño de diecisiete años que se ha enfrentado al mundo, a uno cruel que le ha mostrado lo peor de la humanidad. Le quiere ayudar, está dispuesto a hacerlo, pero teme atormentarlo, se acerca despacio, tanto como si tratara con un animalillo salvaje y asustado que teme ser dañado nuevamente. 

—¿Recuerdas lo que paso? —inquiere el hombre con demasiada cautela.

Claude le voltea a ver, aquella amable mirada ámbar a quedado en el olvido para dar paso a una fría, que mira sin compasión y desprecio, aquel medico podría jurar que era casi sádica, que el odio estaba impregnado en sus pupilas, trago grueso, no podía negar que aquel joven azabache le intimido un poco, aun así se obligo a acercarse, después de todo era su trabajo.

—No —responde tajante.

¿Qué caso tenía recordar una paliza? Era insignificante, nimiedades, tan solo quería largarse de ahí, preguntándose si podría regresar a su casa, mejor dicho, si tenía animo de regresar a esa casa, tal vez la calle sería una mejor opción, quien sabe. Lo medito por unos momentos, pensó en su madre ¿acaso había ido a verlo? Tal vez este tan ocupada con su amante que ni tiempo tiene para su hijo, ya no le sorprendía, siempre fue así y a esas alturas no creía que cambiaria en algo.

Fastidiado cerró los ojos, no se encontraba de ánimo para un estúpido interrogatorio, fue en ese preciso momento que su mente le jugó una mala pasada, aquellas imágenes, su padre golpeándolo hasta el cansancio solo para… para. ¡No! No podía ser cierto, a él no lo… entonces su madre estaba muerta, murió sobre su cuerpo.

Mirada ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora