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♡∙ 𝗵𝗼𝗻𝗲𝘆𝗺𝗼𝗼𝗻 ∙♡
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— ¿A dónde nos vamos? –le pregunté curiosa.
— Es sorpresa, amor.
No me acostumbraba del todo, todo, todavía a esa palabra viniendo de él. — Pero ¿y los invitados? Se supone que debemos estar compartiendo con ellos, ¿no?
— Se supone... Ellos ya saben qué viene después de la boda, así que no te preocupes. –su tono seductor salió con eso último.
— Qué vergüenza, ¿qué estará pasando por la cabeza de mi papá? –pregunté para mí misma.
Me di cuenta de que habíamos llegado a un lugar muy lindo. Era casa alejada de la ciudad. No muy grande ni muy pequeña. Entramos en ella y al cerrar la puerta, él habló. — Que me voy a comer a su única hija, a su princesa, su bebé.
— ¡Noah! –le pegué suavemente en el brazo.
— Hey, ¿por qué me pegas? Sabes que eso es lo que pasa por su cabeza ahora mismo, pero vamos, hace mucho te desvirgué, así que...
Y ahí estaba esa cara que me tanto me hacía alborotar. Esa que hacía que mis hormonas se elevaran al mil. Y no me pude aguantar más. Me abalancé sobre él y lo besé. Él respondió a mi beso de una manera salvaje, que lo que hizo fue hacerme calentar más.
— ¿Estás despierta? –esa voz– Necesitamos volver a casa.
— ¿Te dije que tu voz de recién levantado me fascina? –negó con una sonrisa coqueta– Me fascina tanto, tanto, que te haría mu...
— No me lo digas, seré un daña momentos, pero sabes cómo terminará y realmente debemos volver. –dijo pegándome una nalgada– Dúchate y cámbiate mientras preparo el desayuno.
Lo vi salir por la puerta y antes de hacer lo que me pidió, me detuve a pensar en que no habría podido escoger a un mejor hombre que él. No todos los hombres preparan el desayuno a sus esposas o novias, y no a todos les queda tan delicioso como a Noah. Aunque todo lo de él y él es delicioso.
Había ropa mía en una gaveta del baño y me pregunto quién la habrá traído. Era un short blanco talle alto, de una tela muy fresca, con una blusa de tirantes color vinotinto. Me quedaba bien, genial. Salí del baño y el olor a omelette hizo que mi estómago soltara un ruido; bajé a la cocina y ahí estaba él.
Su espalda desnuda y ancha... Pasé mis manos por ella y lo besé en la parte que une su cuello con su hombro. Se giró y me dio un beso, de esos tiernos que te hacen sentir cosas en el estómago, y quizá, en otras partes del cuerpo. Bajó una de sus manos a mi espalda baja y empezó a sobar lenta y suavemente.