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  —¡NO!— gritó el estadounidense agotado despertando de golpe. Su respiración era más rápida de lo normal y sus ojos estaban abiertos como platos. Trato de calmarse pero le era imposible, había tenía otra pesadilla. Aquella que es tan mala que cuando despiertas ya no la recuerdas. O eso debería pasar, porque recordaba perfectamente como la voz lo atormento en el sueño con sus dos miedos más grandes: los espejos y los circos.

  Estaba en un laberinto de espejos, fueron a la feria con sus estados y de un momento a otro término ahí. La voz lo atormentaba con palabras crueles y duras, mientras los espejos lo rodeaban sin salida. Deseaba con todas sus fuerzas que el sueño desapareciera, pero no lo hizo. Suspiro pesadamente y se bajó de la cama, sintiendo un pequeño escalofrío la tocar el suelo helado.

  Salió de su habitación (con su pijama de una blusa holgada y un short) y cruzo el pasillo hasta las escaleras. Vio como Argentina, Perú y Venezuela dormían plácidamente en una cama, cada uno con un pie en Canadá, las manos en Narnia y el otro pie en la cara de su compañero. Vio como Chile y Uruguay dormían abrazados en otro cuarto, y como sus estados dormían en los restantes. Al llegar a la cocina, el reloj de pared le hizo caer en cuenta que eran las cuatro de la madrugada.

Salió al patio, el cual sorprendentemente no estaba para nada frío. La noche estaba tibia y agradable, la nieve había parado y ya volvía a hacer calor. Probablemente habría sol esa mañana. Camino entre la nieve y decidió que esa vez iría más allá que la hamaca paraguaya, así que atravesó la piscina y fue hasta el bosque, aquel que rodeaba la casa. Recordó que habían construido una casa del árbol ahí.

-¿Y su subimos a un árbol y nos lanzamos al lado congelado?- sugerió la voz.

USA la ignoró, pero tomo en consideración aquella propuesta. El lado era bastante profundo en algunas zonas y, al estar congelado, haría que muriera de hipotermia. Despejó esa idea de su mente y siguió caminando hasta encontrar la casa del árbol. Subió los diez escalones de 5x10 y abrió la puerta, encontrándose a México Sur sentado en una esquina.

—Hola— saludo levantando una botella de whisky, era de tamaño mediano y estaba medio vacía.

—Hola— devolvió con pesadez cerrando la puerta. Se acercó al mexicano y se sentó a su lado.

—¿Quieres?— le dijo este ofreciéndole la botella.

—Si, gracias— el estadounidense la tomo y bebió dos tragos de la bebida, no estaba tan fuerte como la recordaba. Se la pasó otra vez al mexicano —¿De dónde la sacaste?— preguntó.

—Venezuela me la dió— respondió tomando otro sorbo y mirando hacia la ventana de la casa — lo ayudo a entrenar a cambio de una de estas maravillas— levantó la botella y bebió otro trago —en el hospital me daban vino si me comportaba, pero eso no se compara en nada a esto—.

—¿Por qué estabas encerrado?— volvió a preguntar mirando también a la ventana. La vista no era algo maravilloso, pero las estrellas valían la pena.

—¿Depertaste curiosos o que pedo?— el mexicano lo miro con una expresión de impaciencia mezclada con tranquilidad.

—Solo curiosidad, ya no lo recuerdo— respondió.

  El mexicano suspiro con algo de arrepentimiento.

—Canibalismo— dijo sin más —¿Y tú?—.

—Anorexia, supongo— respondió algo inseguro —no lo sé, algunas veces escucho una voz y cada vez que intento adelgazar engordo más— comentó empezando a mover las manos sin sentido.

—Hagamos un juego— propuso el mexicano.

—Okey— respondió USA inseguro.

—Bien. Quiero que imagines a una versión tuya de diez años sentada ahí— propuso señalando al frente de ambos con la botella. Justo bajo la ventana.

  USA pensó un poco y, al final, logro ver a un pequeño de diez años con ropas viejas y una curita en la mejilla, el pequeño estaba con su osito de peluche, Daniel, si la memoria no le fallaba. Sonreía con sus dientes chuecos y un poco afilados mientras jugaba con él.

—¿Quién es el osito más lindo del mundo mundial? ¡Tu lo eres!— dijo el pequeño mientras jugaba.

—¿Lo ves?— preguntó el mexicano.

—Si— respondió.

—Bien, ahora, quiero que le digas a ese pequeño que es gordo— dijo el mexicano.

La palabra le cayó como un bote de agua fría.

—No voy a hacer eso— respondió.

—Dile que es inútil— prosiguió el mexicano haciendo oídos sordos a USA —que es feo, que— ubiese seguido, pero USA lo interrumpió.

—¡Basta! No voy a decirle eso— lo detuvo.

—Pues eso es lo que te dices a ti mismo todos los días— dijo el mexicano, haciendo que USA mirara otra vez a la pared frente a ellos, mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas —¿Crees que él es gordo? ¿Piensas que ese niño es feo?— preguntó.

—No..— respondió el estadounidense con la voz quebradiza.

—¿Tu lo eres?—.

USA no aguanto más y se desmoronó en lágrimas como nunca antes los hizo. Se quebró como el cristal del baño cuando lo golpeó. Se quebró como la copa de vino que su padre le estampó contra la cabeza cuando se emborracho de más, aquel golpe que lo obligó a llevar una curita en la mejilla porque se cortó con un vidrio. Cada golpe, quemadura, todas sus grietas, cada pequeño golpe que su cuerpo tolero durante 22 años volvió a presentarse en este. Libero un océano de lágrimas frente al mexicano, quién, en vez de decirle algo siquiera (o lanzarle la botella ya vacía en la cabeza, como pensó que pasaría), solo se quedo ahí. Mirándolo unos momentos. Finalmente, dejo la botella en un costado y abrazo al estadounidense.

—Ya wey, déjalo salir— le dijo en forma de consuelo mientras lo abrazaba.


Because (Coutryhumans, USA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora