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- CRAZY -

Fuego. Un fuego abrasador expandiéndose por todo su cuerpo, quemándole cada centímetro de la piel. Su corazón bombeando sangre descontroladamente, sintiendo como la adrenalina recorría por sus venas, estremeciéndola por completo. Jadeó eufórica, con las pupilas dilatadas y las plantas de los pies entumecidas. Estaba tumbada en el suelo, boca arriba, con la mirada clavada en el oscuro y mugriento techo del ático. Y de nuevo, ahí se encontraba. Como si hace tan solo unos efímeros segundos no hubiese estado en el cuarto de su abuela, como si nunca hubiera tenido aquella conversación. Todo era tan irreal que incluso para Soyeon parecía una maldita broma del destino. ¿Así era como quería jugar? Pues no, no mientras Jeon Soyeon siguiera respirando.

La pelinegra se incorporó rápidamente del suelo, sintiendo como los huesos de su espalda crujían bajo la piel y la pequeña magulladura de su rodilla resplandecía por la intensa luz de la luna. Fijó la mirada en la redonda ventana de su izquierda, el único foco de luminosidad que poseía aquel minúsculo cuarto, apreciando la silenciosa noche que se cernía sobre las calles. Todo se hallaba en plena calma. Soyeon dejó salir un leve suspiro entre sus labios, apretando por inercia los dos minerales con sus manos. Se dirigió hacia el viejo baúl, agarró la tela aterciopelada y dejó las dos piedras en su interior, guardándolas de nuevo en el fondo del arcón. Supuso que Akira no subiría a echar un rápido vistazo al abandonado y sucio ático, después de todo hacía años que no posaba un solo pie en aquella habitación, por lo que decidida se dispuso a bajar las escaleras de la escotilla. Cabe mencionar que la pelinegra se adelantó a agarrar la botella de vodka del mueble de madera. En aquél preciso momento Soyeon requería severamente de los efectos embriagadores del alcohol, por lo que siquiera yo soy capaz de juzgarla, no después de lo que acababa de vivir.

Antes de bajar los cuatro últimos escalones, la pelinegra sacudió el polvo de sus hombros y codos, cerciorándose de que la chaqueta de cuero negro de Minnie no se hubiese visto afectada a ningún tipo de rasguño. Despeinó con sus dedos aún más el corto pelo e inclinó la boca de la botella por sus labios, donde el líquido amargo arañó su garganta por completo. Por muy surrealista que pareciera, lo cierto es que Soyeon no podía simplemente entrar de nuevo en pánico y perder los nervios. Era de suma importancia que ella, como saltadora, debiera seguir comportándose como si lo del ático nunca hubiera pasado. Si no cumplía esa simple norma, entonces acabaría volviéndose una demente. Akira se lo dejó bien claro una vez. Y por eso mismo la pelinegra tomó la mala decisión de emborracharse para no acabar gritando hasta quedarse afónica. No serviría de nada empezar a llorar y romperlo todo, solo se haría más daño a sí misma, y patéticamente el alcohol acallaba el fuerte impulso de salir corriendo y mandarlo todo a la mierda. ¿Qué más daba? El dolor siempre lo sentiría, hiciese lo que hiciese.

Soyeon bajó los últimos escalones con impaciencia, acercándose hacia la entrada de la cocina, donde se encontró con una rubia devorando una pizza familiar ella sola mientras cierta tailandesa la miraba con incredulidad.

— Aún sigo sin entender como un cuerpo tan pequeño puede tragarse algo tan grande. — Dijo con burla Minnie, haciendo reír a la rubia.

Las dos chicas ni siquiera se percataron de la presencia de la pelinegra, hasta que ésta irrumpió en la sala bruscamente impactando la botella de cristal contra la encimera, sorprendiéndolas. Soyeon intentó forzar una débil sonrisa en sus labios, sin llegar a tener éxito, los dos pares de ojos la miraban expectantes. Nerviosa, tragó saliva, agarró un pequeño vaso de plástico y vertió el líquido transparente en este.

— ¿Quieres? — Soltó de repente Yuqi, estirándole una porción de pizza con una boba sonrisa plasmada en su rostro.

La pelinegra negó con la cabeza antes de llevarse el vaso a los labios. Sus ojos miraban un punto fijo, perdiéndose en la inmensidad de sus pensamientos. Minnie, aún estando ebria, se dió cuenta de ello, por lo que decidió acercarse hacia su ausente amiga. Apoyó el codo sobre la encimera de granito, recostándose de lado, analizando con suma paciencia el perfil de la pelinegra. Sutilmente agarró el vaso de entre sus dedos, siendo la tailandesa esta vez quien bebía del amargo contenido. Soyeon seguía sin responder. Entonces fue cuando a la confundida chica se le ocurrió acariciar la mejilla de la pelinegra, intentado llamar así su atención. Pero en cambio, Soyeon la miró con extrañeza, como si nunca antes la hubiera visto. Sus ojos estaban vacíos, sin brillo alguno y sus rosados belfos se encontraban a medio abrir, impactando su aliento caliente contra la barbilla de la tailandesa.

• O F T E N •    {SoJin/2So}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora