Una zorra en su lugar.

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Despierto y lo primero que veo es su precioso rostro y me llevo las manos a la cabeza de dolor.

-Te lo dije -susurra bajito.
Abro un ojo y le miro. Su sonrisa traspasa mi alma. Hela aparece de la nada pero la hago a un lado. Llevo puesto solo una camiseta de Christian.

- ¿Tú me trajiste aquí?
Frunce el ceño.

- ¿Crees que dejaría que alguien más te toque? -dice con frialdad. Hela vuelve a subirse encima mía e Christian la aparta -. Venga, no molestes, renacuaja -le dice y la sostiene lejos de mí-. Te prepararé un café y te traeré unos analgésicos.
Sale de la habitación rápidamente sin decir nada más y yo me quedo desorientada mirando la increíble vista de la ciudad.
Me vuelvo a tumbar en la cama y cierro los ojos.

El olor a café me trae de nuevo de mi estado adormilado, abro lentamente los ojos y el impacto de su belleza me despabila de golpe y a la vez me sumerge en un estado hipnótico.
¿Estaré soñando?
La cama se hunde cuando se sienta a mi lado y pone frente a mí una taza de humeante café. Espera que me incorpore y me la pasa con una cautelosa mirada centinela.

-Ana, anoche te estuve esperando. Quería que hablásemos y...

-No creo que tengamos nada de qué hablar. Todo quedó claro la otra noche.
Su expresión se transforma en rabia ocultando un enorme dolor.

-Antes de que digamos cosas de las que nos arrepintamos; tranquilízate. Sé que estás asustada, lo que te hicieron fue una barbaridad. Te juro que van a pagar por ello -dice con esa potencia y frialdad que le invade y yo me quedo sin aliento.

-Me lo advertiste, y yo no... -me callo y bajo la mirada a la taza en mi regazo y él coge una de mis manos y las aprieta con fuerza enfundándome valor, y yo siento que el mundo deja de girar.
Que todo cae por su propio peso. Que el dolor se intensifica y quiero llorar por primera vez desde hace mucho tiempo.

-Cielo... No pasa nada. Lo importante es que estas bien, y que estas aquí. Lo solucionaremos, Ana. Te lo prometo.

-No sé qué hacer -susurro-. Tengo miedo -le digo mirándole con ojos asustados y él me abraza con fuerza.

-No volverán a tocarte, Ana.

-De ellos no. Me siento vulnerable, y perdida, fuera de control y... yo no puedo funcionar así, Christian.
Se separa de mí y me mira fijamente con esos ojos verdes que lo ven todo.

-Yo también me siento así. Te escapas entre mis dedos como el agua, Ana. Es frustrante. -Coge mi mano de mi regazo y la besa con suavidad -. Eres muy complicada, pero no me veo despertando de otra manera que no sea a tu lado.
Sonrío.

-Tienes un don para hacer que cualquier tipo de palabras suenen bien.
Sonríe y se inclina para besarme la cabeza.

Tiempo después aún me encontraba tumbada en la cama junto a él, rodeada de sus brazos, dejando simplemente que el tiempo pasara. No quería pensar en nada. Una vez más, cuando me envolvía bajo su protección, todo dejaba de tener razón de ser. Sentía que no había nada más natural. Pero dentro de mí, algo se negaba a dejarme llevar de nuevo. Lo que siento por él es algo que me aterra, que me tiene expuesta. Sentía cosas, y muchas.

- ¿Cómo te encuentras? -pregunta bajito.
Abro los ojos y su enorme brazo lleno de tatuajes me rodea apretándome contra él. Suspiro contra la piel de su pecho y levanto la cabeza para mirarle.

-Bien -digo seria y él frunce los labios.

-Ana... -me regaña.

-Aún me duele el hombro a veces -digo con un suspiro-. Y las costillas -añado enfurruñada.

Loba rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora