*Capítulo 5

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«Primera ley: un androide no debe de herir a un humano, o por pasividad permitir que un humano sea lastimado».

Y ahí estaba él. Demacrado y con las muñecas atadas. Encerrado dentro de unas cuatro paredes. Postrado, arruinado, abandonado sobre una silla de fierro. Ignorando el indócil reflejo de su mirada frente al gran cristalino ventanal. Los ojos perdidos. La mente confusa. Resistiendo. Resignándose. Aguantando. Débil. Sintiendo un dolor profundo, muy interno, socavando el resentimiento insípido de su ser.

«Segunda ley: un androide debe de obedecer todas las órdenes dadas por un humano, a menos que esas órdenes contradigan la primera ley».

Nadie hablaba, nadie le despertaba del trance. O no quería escuchar, no quería desaparecer de aquel falso mundo dentro de su cabeza. Donde solo estaban ellos, donde solo estaba él. Lejos, muy lejos. Tan lejos que ni la brisa del viento reconocería su respirar. Un mundo en el que podría dormir tranquilo, en paz. Una realidad alternativa en donde, por fin, tendría el valor de confesarse, de aferrarse, de soñar.

«Tercera ley: un androide debe de proteger su propia existencia mientras que hacerlo no contradiga la primera ni la segunda ley».

Ojalá pudiera regresar en el tiempo. No para cambiar el pasado, sino para revivirlo. Regresar una y otra vez. Pero solo durante los mejores momentos; cuando podía pestañear lentamente, sin miedo, sin la necesidad de tener los ojos abiertos constantemente. Esos eran los buenos recuerdos. Ojalá pudiera volver... ojalá. Aunque era imposible. Aunque estuviera atrapado. Aunque estuviera prisionero.  

Triste.

Frágil.

Y enojado.

Yoongi se cruzó de brazos

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Yoongi se cruzó de brazos. 

Quieto, parado en la habitación continua al cuarto de interrogatorios. Sin ganas de hacer absolutamente nada; porque estaba obligado a interactuar con el divergente que capturó, porque tenía la responsabilidad de hacer contacto directo con la criatura que vigilaba a través del enorme cristal blindado que los dividía.

Cuando la detective de turno arribó la estación, se enfocó en trabajar con la intervención del divergente, pero el tiempo voló sin más. Una hora después, no obtuvo ni la mirada del sujeto en cuestión. No dijo ni una sola palabra, no reaccionó en absoluto. No se excusó, no se movió ni un centímetro. Estaban en blanco.

Lo habían atrapado, finalmente. El «divergente uno» estuvo encerrado lo que restó del día anterior y toda la noche. Solo. Apartado de cualquier interacción ajena. Pero justo cuando estaban dispuestos a reintegrarse al caso, no tenían cómo ni de dónde. Y no es como si fuese la primera vez, no eran unos inexpertos. El único problema es que se estaban quedando sin tiempo. Totalmente a la deriva. 

My Human. {Taekook}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora