Capítulo 8 - Silencioso y desesperante malestar

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La semana pasó más rápido de lo que Saint había imaginado y el sábado por la mañana, después de desayunar, su jefe los llevó a él y a sus futuros suegros al restaurante del que era dueño.

El chico se asombró con la decoración. Recordaba el primer día que había ido al edificio y lo hermoso que era por fuera, pero en esa ocasión se quedó impactado con el interior. Era digno de ser admirado e inmortalizado en un gran cuadro. Saint se quedó anonadado por las velas y la hermosa cristalería, los arreglos florales y las finas telas que cubrían las mesas. La elegancia y el dulce aroma que desprendía el lugar eran dignos de un palacio.

—¿Qué te parece madre? Ya casi está todo listo.

Mencionó Perth, y su madre se sostuvo de su brazo para después darle un beso en la mejilla.

—Es precioso, cariño.

Le dijo ella, y Saint notó una gran sonrisa de satisfacción en el rostro de Perth. Éste lo miró por unos segundos, y el chico no pudo evitar sonrojarse un poco por la mirada tan penetrante que poseía su jefe.

Perth los dejó por un momento a solas para hacerse cargo de algunos detalles de la que sería su fiesta de cumpleaños, y Saint y sus futuros suegros se sentaron en una de las mesas para ser atendidos por varios empleados mientras éstos les hacían saber que Perth quería que probaran el menú.

Saint asintió con alegría, y luego notó a unos cuantos metros de él que varios de los camareros no le quitaban la vista de encima al mismo tiempo que cuchicheaban entre sí. El chico frunció el ceño, algo desconcertado, y después se acercó un poco a la madre de su jefe para hablarle al oído con suavidad.

—Madre, ¿por qué todos me miran tan raro?

Preguntó el muchacho, con un poco de disimulo. Su futura suegra le sonrió en seguida y lo tomó de pronto de la mejilla, moviendo su rostro con diversión.

—Es porque están asombrados por lo apuesto que eres, cariño.

Le dijo ella, tomando de nuevo sus cubiertos para seguir comiendo, pero el muchacho no se quedó tranquilo por su respuesta. Aun así, tomó también su tenedor y comenzó a probar la pasta que le habían servido minutos antes, tratando de ignorar las frías miradas y las no tan disimuladas críticas hacia su persona de los empleados del restaurante.

—Lo siento, pero van a tener que regresar sin mí a la casa, madre. Hay otras cosas de las que tengo que hacerme cargo y necesito quedarme un poco más.

Mencionó Perth mientras miraba de reojo a Saint. Su jefe le dio un beso en la frente a su progenitora y sus futuros suegros asintieron a sus palabras. El chico agachó un poco la vista, y de pronto sintió un par de dedos sujetar su barbilla que lo hicieron estremecer.

—Te veo al rato.

Le dijo su jefe, acercándose a pocos centímetros de su rostro, y Saint no pudo evitar sentir el aire atorarse en su garganta.

Entrecerró un poco los ojos, y Perth dibujó una socarrona sonrisa antes de soltar su mentón y alejarse de él. Saint tragó saliva, y se decepcionó un poco porque estúpidamente había pensado que su jefe acortaría la diminuta distancia para besarlo. Había olvidado por completo en ese instante que todo era una farsa, y el chico se golpeó mentalmente por haber tenido esos ridículos pensamientos.

La madre de su jefe se le acercó segundos después y lo tomó del brazo, llevándolo hasta la salida mientras iban tras su esposo que ya había abordado un taxi. Saint le indicó a la mujer que subiera primero, y después el vehículo se puso en marcha cuando ya los tres se habían acomodado en el interior.

El Contrato - PinSon [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora