Capítulo 38 - Suspicaz y pertinente conminación

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—Gracias por ayudarme, Zee —Le dijo Saint al pelinegro mientras ambos iban de camino al estacionamiento con todos los obsequios que había recibido Yacht.
El menor de los Surat sonrió ante los ligeros asentimiento de cabeza del otro y, justo cuando estaban por llegar al auto de Perth, Saint tropezó, y el gerente no dudó en soltar las cajas y las bolsas que cargaba para rodearlo con sus brazos y evitar que cayera.
El corazón de Saint latió con algo de miedo y se aferró a los brazos del azabache, soltando un pequeño suspiro cuando se vio a salvo. Dejó escapar una pequeña risa entonces y enseguida se separó de Zee.
—Perdón. Soy algo torpe —aclaró el menor, sonriéndole de nuevo al otro.
—Claro que no. Es el piso. Está… algo disparejo.
Y luego los dos sonrieron al mismo tiempo. El gerente recogió los obsequios mientras Saint abría una de las puertas traseras del auto. Saint metió algunas bolsas y después tomó las que había recogido Zee.
—Si algo se rompió, Yacht se molestará mucho.
—Si eso pasa —intervino Zee y Saint lo miró con interés—, dile que fue culpa mía.
Saint volvió a sonreír cuando terminó de acomodar los regalos. Cerró la puerta y, cuando ambos se dieron la vuelta para regresar al restaurante, abrieron los ojos con sorpresa al ver a Perth parado frente a ellos.
Pero Saint sólo sonrió con alegría y se le acercó un poco más para tomarlo de la mano. Tanapon lo sujetó a la vez con algo de fuerza y lo rodeó con un brazo por la cintura, dejándole un pequeño beso en los labios frente a la avergonzada mirada de Zee.
Y era que el pelinegro había notado algo de hostilidad en los ojos de su jefe, aunque no sabía que tan grave era que Perth le mostrara su cara de pocos amigos. Sin embargo, un fugaz pensamiento pasó por la mente de Zee de pronto. Y la idea de que lo hubiera visto abrazando a Saint estuvo a punto de provocarle un colapso nervioso.
—S-Señor Tanapon…
—Vamos a casa, Saint —susurró Perth, apretando un poco más a su esposo por la cintura—, quiero aprovechar ahora que no hay nadie en casa y…
Zee tragó saliva con algo de dificultad y no logró escuchar lo que su jefe le había murmurado a su hermano menor, pero se imaginaba a lo que se refería cuando vio al menor aferrarse a la camisa de Perth y sonrojarse de golpe.
Entonces observó cómo Tanapon se alejaba un poco de Saint, halándolo hasta el otro lado del vehículo. Su hermano se acomodó en el asiento y después Perth subió al lado contrario, lanzándole una fría mirada a su gerente antes de encender el motor.
Observó de reojo la sonrisa y la cara aún ruborizada de Saint, y Zee ahogó un suspiro, viendo segundos después cómo el auto de su jefe se alejaba del sitio. Pruk dejó escapar el aire de sus pulmones en ese instante y apretó los ojos con frustración, pensando que había cometido otro grave error y, asegurándose también a sí mismo, que Perth le rompería la cara si algo como eso volvía a suceder con Saint. Así que el pelinegro tomó una decisión. Una que dejaría en claro todo lo “extraño” que estaba pasando con Saint.
Su hermano aún no recuperaba la memoria, pero podía decirle la verdad a Perth y, tal vez, de una u otra forma, el mayor le ayudaría a cercarse más a Saint.



Al día siguiente, Zee se levantó con un gran ánimo; con una determinación desbordante. Su entereza era casi palpable y, ante la ocasión, se había puesto uno de sus mejores trajes.
Porque presentarse formalmente ante Perth como el hermano mayor de su esposo era algo muy significativo. Algo de lo que no se enteraba uno todos los días. Una noticia como esa requería de seriedad, y Zee quería dejar en claro todos los detalles. Quería hacerle entender a Tanapon la complicada situación por la que estaba pasando.
Pero pensaba que Perth era una persona con ética. Un ser humano inteligente y razonable. Alguien que iba a comprender todo y que sin duda lo iba a aceptar como parte de la familia. Y por dios que Zee quería ser parte de la familia de Saint. Estaba ansioso por convivir con su hermano. Así como Yacht pasaba el tiempo con James.
Y de pronto la imagen del tierno beso que el mayor de los hermanos Surat le había dado a James se materializó en su cabeza. Zee recordó cómo Yacht había presionado los labios contra los de su hermano menor. Y no pudo evitar ruborizarse ante aquella situación.
Porque, quería aprender de Yacht cómo ser un buen hermano, pero sabía que los “acercamientos” de esa naturaleza estaban de más. Él no era tan “abierto de mente” cómo para hacer esas cosas con Saint.
Pruk suspiró entonces, tomando su saco y su teléfono móvil antes de salir de su vivienda. Subió a su auto y, aún con el peculiar recuerdo que le había dejado Yacht en la mente, llegó al restaurante.
Caminó directo a la oficina de Perth para comenzar a preparar algunas cosas antes de llamarlo para confesarle la verdad, pero se quedó petrificado cuando, al abrir la puerta, observó a su jefe sentado en la silla de cuero tras el escritorio, y Zee comenzó a ponerse más nervioso en el mismo instante en que cerró la entrada a su espalda.
Pruk pasó saliva y se humedeció un poco los labios antes de aproximarse con cautela, quedando a un par de metros de Perth. Se aclaró la garganta y después se inclinó, entreabriendo los labios con la intención de saludarlo. Aunque…
—Estás despedido, Pruk. Y ahora, fuera de mi vista, antes de que te desfigure la cara aquí mismo.
Y Zee parpadeó, demasiado confundido. Sus ojos se clavaron en los de su jefe y dudó un poco en acercarse. Sin embargo, su sorpresivo despido no lo había hecho cambiar de opinión.
—Pero, señor…
—¡¿Qué no escuchaste?! —Y de pronto Tanapon se puso de pie, posando sus dos manos en el mueble de madera—. ¡Quiero que te largues en este preciso momento!
—Señor, si es por lo ayer, quiero explicarle qué fue lo que pasó.
—¡No me interesa que pasó! Sólo quiero que te alejes de mi restaurante y… de mi esposo.
Y con esas palabras Zee supo que tenía muchos problemas por no haber hablado antes. Perth estaba muy molesto, y era seguro que lo mataría en la oficina si no se iba, pero Pruk no podía hacer eso. Así que frunció el ceño y empuñó ambas manos a sus costados, algo que hizo enfadar aún más a Tanapon.
—No puedo hacer eso, señor —Y en un abrir y cerrar de ojos Perth ya lo tenía sujeto por el cuello de la camisa, mirándolo como si quisiera calcinarlo—. Yo, tengo que decirle que…
Y el puño de Tanapon se estampó contra una de sus mejillas, haciendo que cayera de bruces sobre la alfombra. Zee apretó los ojos y se llevó una de sus manos a la cara, limpiándose después la sangre que había brotado de su labio partido.
Se puso de pie unos cuantos segundos después y volvió a encarar al esposo de su hermano pero, a diferencia de lo que el dueño del restaurante se imaginaba, Pruk levantó el rostro y sus ojos se posaron en los Perth de nueva cuenta, casi desafiándolo con ellos.
—Si piensas que voy a dejar que te acerques a Saint, aún no sabes de lo que soy capaz de hacer para protegerlo. Eres un estúpido si crees que dejaré que te aproveches de su condición para enamorarlo —comenzó a explicar Perth y Zee no pudo evitar soltar un silencioso suspiro—. He notado como lo miras, Pruk, no soy idiota.
—Pero… —Y de pronto Perth ya lo había sujetado de nuevo de la camisa, pero Zee hizo lo mismo con las muñecas de Tanapon, ganándose otra reprochable mirada de su parte.
Entonces Perth levantó el puño otra vez, dispuesto a estrellarlo con más fuerza en el atractivo rostro del otro, aunque, sólo una fracción de segundo evitó que el golpe acertara en la cara de Zee, porque…
—¿Qué…? —Perth aflojó su agarre y se separó un poco del azabache, abriendo sus ojos con desmesura ante las palabras que había empezado a susurrarle su ex empleado—. ¿Qué maldita mentira estás diciendo?
—¡No es mentira! Yo… soy el hermano mayor de Saint.
—Saint es hijo único, así que eso es completamente imposible.
—No lo es, señor. Por favor, créame.
—¡Sólo lo dices para que te deje acercar a mi esposo. Pero eso nunca pasará, Zee. ¡No voy a dejar que te aproveches de él por su amnesia!
—¡Somos hijos del mismo hombre! —dijo de repente Pruk, sacando una vieja fotografía del bolsillo de su saco.
Se la extendió a Perth y este dudó un momento en tomarla, pero, una vez que se hizo con ella, la observó con detenimiento y boqueó, incrédulo ante la imagen.
—Esto…
—Es el padre de Saint, conmigo. Una enfermera la tomó cuando nací —Y Zee suspiró con pena—. Es el único recuerdo que tengo de él.
Ante aquello Perth se dejó caer en la silla más cercana, tratando de asimilar la confesión del pelinegro.
Y después se dio cuenta de que todo lo había malinterpretado. Había confundido la curiosidad de Zee por su hermano con otra cosa. Pero, tenía todo para pensar que el azabache estaba interesado en su esposo de otra forma. El pelinegro no podía culparlo por imaginarse cosas raras.
—¿Estás seguro que tu padre y el de Saint son la misma persona? Qué tal si sólo se parecen.
—Mi madre me ha dicho la verdad.
Y Perth suspiró, aún demasiado escéptico ante la situación. Sus ojos se clavaron de nuevo en la fotografía y la observó otra vez con detalle, asintiendo para sí mismo cuando aceptó que aquello era cierto.
Porque, a esas alturas, después de haber visto tantas veces el rostro de su fallecido suegro en los recuerdos impresos que poseía Saint, no le cabía la menor duda de lo que Zee le había dicho. Y, el único problema que había, era que Saint aún no recuperaba sus recuerdos.

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