Capítulo 33 - Descuidada y equivocada circunstancia

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—¿Dónde está Perth? —cuestionó Plan mientras terminaba de comer el emparedado que su amigo de ojos pequeños le había preparado.
—Fue a t-traer algo para hacer l-la cena —contestó el muchacho de ojos pequeños antes de acercarle un vaso con zumo de naranja a su amigo.
Saint sujetó su recipiente de cristal y se lo aproximó a la boca para darle un par de sorbos.
—Me alegra tanto que ya estés mejor.
—Gracias. Yo t-también me alegro m-mucho, Plan.
El mencionado lo miró suspirar y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Has recordado algo más? —Suppapong asintió y lo miró a los ojos.
—Sí. Recuerdo c-cuando Perth y yo nos hicimos pareja. R-Recuerdo como su act-titud cambió. Rec-cuerdo lo arisco que era y t-todas las veces que discutimos —Y Saint volvió a suspirar—. C-Cuando me enamoré de él, creí que jamás se iba a fijar en m-mí. Al principio pensé q-que iba a ser inalcanzable para a-alguien como yo. P-Pero ahora aquí estoy, a su lado, y s-soy el hombre más feliz s-sobre la Tierra.
Plan ensanchó su sonrisa y después se terminó todo el jugo que su amigo le había servido.
—Aunque —siguió el de ojos pequeños—, siento q-que hay algo muy importante q-que me falta de recordar. S-Siento que es algo dem-masiado significativo, pero… por más que lo pienso…
—Hola, amor —escucharon de pronto ambos chicos.
Saint se sobresaltó al instante y giró el rostro, encontrándose con la profunda mirada de su pareja, quien se le acercó con rapidez y le dio un suave beso en la mejilla.
—Hola —susurró Suppapong.
—Hola, Prrth.
—Plan, me alegra verte, ¿te quedarás a cenar?
El chico volvió a sonreír y después se puso de pie, caminando hacia el fregadero para dejar el vaso y el plato.
—Lo siento pero, mi madre también me invitó a cenar y no quiero rechazarla. Hace varias semanas que no la veo.
—Entiendo.
—Pero otro día aceptaré con gusto.
—Está bien.
—Debo irme. Los veo después.
—Ve con cuidado.
—Lo haré. Hasta pronto, Saint.
Suppapong le regaló una última sonrisa antes de verlo atravesar la cocina y dirigirse a la puerta principal. Plan les dedicó un ademán de despedida a ambos y salió de la casa.
—¿Cómo te fue en tus clases? —preguntó el mayor al mismo tiempo que abrazaba a su joven pareja por la espalda.
—Muy bien. D-Dijo el profesor que en unas c-cuantas semanas podré retomar mi carrera e-en la universidad.
—¡Oh! Es una estupenda noticia —exclamó Tanapon, y entonces se aferró más al cuerpo de Saint, dejándole varios besos sobre sus suaves cabellos— Yo también te tengo otra noticia genial.
—¿En s-serio?
—Zee me llamó hace unos minutos para decirme que ya tiene un comprador para tu casa.
Y Saint se giró entre su agarre para besarlo en la boca, enredando sus brazos alrededor del cuello del mayor mientras una pequeña sonrisa adornaba también su rostro. Perth atrapó sus labios de una forma lenta y cariñosa y el chico de pequeños ojos correspondió a su gesto de la misma manera.

Al día siguiente, Suppapong y Perth se levantaron temprano y, después de darles un “aventón” a los hermanos Surat a sus respectivas escuelas, se dirigieron al restaurante para encontrarse con Zee y el comprador de la casa, pensando también en tomar su desayunó en el lugar.
Entraron al edificio tomados de la mano y los corteses saludos de los empleados no se hicieron esperar. Se dirigieron con pasos lentos a una de las mesas del fondo y, a mitad de camino, el gerente los interceptó.
—Señor Tanapon, joven Suppapong, buenos días.
—Buenos días, Zee —contestó Tanapon, y el muchacho de ojos pequeños sólo le dedicó una sonrisa mientras se inclinaba un poco.
Pero de pronto, el pelinegro extendió una de sus manos en dirección del menor y éste la sujetó sin pensarlo, aprisionándola con suavidad.
—¿Cómo ha estado, Saint? —preguntó Zee y el chico de ojos pequeños volvió a sonreír. Aunque de un momento a otro se sintió algo avergonzado por la atención y el interés del gerente.
—Mucho m-mejor, gracias.
—En verdad me alegra —respondió con sinceridad el azabache, y después le pareció que un leve rubor se instalaba en las mejillas del menor.
Zee suspiró en silencio y su mirada se mantuvo fija en los pequeños y curiosos ojos de su hermano por un momento más, aunque, un leve carraspeo lo sacó de repente de su ensoñación. Así que el pelinegro dejó ir la mano de Saint y después su mirada se clavó en el rostro de su jefe, el cual parecía un tanto inconforme con la escena.
Y de pronto Zee cayó en la cuenta de su “error”. Porque seguramente eso se malinterpretaría, y Ser no quería causar ningún disgusto entre la pareja. Debía conversar con Perth cuanto antes y aclararle las cosas. Tenía que hablar con su “cuñado” y explicarle el porqué de su comportamiento.
—El comprador no tarda en llegar —aclaró el azabache, caminando otra vez hacia la mesa cuando la pareja retomó su andar.
Perth retiró una de las sillas, ofreciéndosela a su esposo, éste tomó asiento y Tanapon le pidió al pelinegro que les trajeran el almuerzo después de que el otro hombre llegara.
Y Zee asintió, inclinándose antes de darse la vuelta para dejarlos solos. Tanapon lo observó alejarse y sostuvo por un momento más su mirada sobre la espalda del gerente. Entrecerró los ojos por un leve instante y la imagen de la mano de su joven marido siendo aprisionada por la del pelinegro de pronto le pareció muy molesta de recordar.
Varios días atrás, ya había notado a Zee algo extraño, y no le hacía nada de gracia la “rara” forma con la que miraba a su esposo desde ese entonces. Así que Perth empezó a maquilar cosas sin sentido en su cabeza.
Pensamientos sobre el pelinegro y su esposo.
Ideas sobre el gerente, queriendo llamar la atención de su marido.
Porque no le encontraba otra explicación al repentino cambio del pelinegro. Zee era amable y muy dedicado con las personas pero, de cierta forma (y sabía que no se equivocaba), lo estaba siendo aún más con su pareja.
El repentino brillo en los ojos de Zee no mentía. La sincera e imborrable sonrisa del gerente no se podía disimular. Su delicada y hasta “melosa” forma de hablarle le decía que algo estaba pasando.
Y se mantuvo pensando en eso mientras Saint cerraba el trato con el comprador cuando éste había llegado y se había sentado frente a ellos. También mientras tomaban el almuerzo. Incluso cuando comenzaron a platicar sobre cosas triviales y el hombre terminaba de firmar los papeles.
Minutos después lo despidieron y su joven marido le dio las gracias al tiempo que se inclinaba. Se acomodaron de nuevo en la mesa, y entonces Zee se les acercó.
—Me parece inc-creíble que haya v-vendido mi casa tan pront-to, Zee —mencionó el chico de ojos pequeños segundos antes de regalarle una sonrisa al gerente.
—Bueno, es una excelente propiedad. Realmente no fue compli…
Y el azabache no terminó de hablar, porque de pronto el menor se le había echado encima para rodearlo del cuello con ambos brazos mientras le daba las gracias.
Así que el pelinegro no pudo evitar sentir que su corazón se aceleraba, y por un momento quiso extender los brazos de la misma forma y aprisionar a su hermano entre ellos, pero el ruido de una de las sillas moviéndose lo hizo desistir, carraspeando cuando sus ojos se cruzaron con los de su jefe y alejándose de inmediato del muchacho cuando notó la manera fría y molesta con la que lo miraba Perth.
—Vámonos, amor. Aún tenemos que ir al centro comercial —mencionó el dueño del restaurante, tomando de inmediato una de las manos de Saint.
El chico le sonrió de nuevo al azabache y dio un par de pasos hacia atrás, aterrizando entre los brazos de Tanapon, quien lo sujetó por la cintura con posesividad al tiempo que parecía querer atravesar con sus ojos a Zee.
Y el gerente tragó saliva en silencio por la acción, intentando a la vez sostenerle la mirada a su jefe, quien le dejó más que claro que había descubierto su cambio de personalidad hacia su esposo.
Y entonces el azabache supo que había cometido más errores. Se dio cuenta que su “extraña” actitud no había pasado desapercibida por Perth.
Así que pensó en ponerle remedio de inmediato pero, cuando menos se lo esperó, la gruesa voz de su jefe lo hizo quedarse con la idea en el aire.
—Estaré muy ocupado estos días, así que no quiero que me llames, a menos que sea un asunto demasiado importante o algo que sólo yo pueda arreglar. ¿Entendido, Zee? —declaró Tanapon, aún con su joven consorte entre sus brazos.
Saint parpadeó un par de veces y lo miró de reojo, sintiendo de pronto un tierno beso de parte de su novio en una de sus mejillas.
—Entendido, señor.
Y después Perth tomó la mano de su pareja, caminando a la salida sin despedirse del pelinegro, aunque Saint sí le dedicó un ademán antes de que cruzaran la puerta.
Se perdieron de la vista de Zee y éste sonoramente soltó el aire que estaban reteniendo sus pulmones mientras intentaba procesar lo que había sucedido.
Porque era seguro que Perth había malinterpretado todo, pero ni siquiera le había dado una oportunidad para explicárselo.
Y Zee no sabía si en otra ocasión podría hacerlo. Era la primera vez que Tanapon lo trataba con tal seriedad. Sin duda estaba molesto, y entonces Zee comprendió que tenía que hablar con él lo más pronto posible.


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