Capítulo 36 - Peculiares y blancas mentiras

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Se había servido la cena en la casa de la familia Tanapon y todos se habían reunido en la larga mesa del comedor para disfrutar de los alimentos. Saint estaba particularmente feliz esa noche porque al fin había recuperado la visión completa de su ojo y su habla estaba por ser casi perfecta. Perth no dejaba de lanzarle miradas llenas de felicidad y amor al mismo tiempo que lo tomaba de la mano con suavidad.
El ambiente entre ellos dos siempre era tan cálido. Algo digno de admirarse. Y de no ser por el repentino carraspeo de James para llamar la atención de los presentes, aquella “preciosa” aura no se hubiera perdido.
Aunque Yacht le agradeció internamente porque ya se estaba “fastidiando” de presenciar el meloso comportamiento de su primo. Una actitud que de verdad lo confundía al mismo tiempo que se le hacía demasiado inusual. Aún no se podía acostumbrar. Siempre había creído que por las venas de Perth corría nitrógeno líquido y no sangre.
—¿Sucede algo, James? —preguntó el dueño del restaurante mientras tomaba su expresión de siempre. Una fría y calculadora que sólo era capaz de ser transformada por Saint Suppapong.
¿O era que Tanapon sólo se portaba de esa forma con ellos? ¿Los odiaba o qué? Eso también se lo preguntó a sí mismo Yacht cuando observó a su hermano de reojo mientras el pequeño se mordía el labio inferior con nerviosismo.
—Sí… Bueno… —Titubeó el menor, y los ojos de Perth se achicaron.
Y Yacht sabía que aquello era un mal presagio.
—No —dijo Perth, antes de que James pudiera pronunciar otra palabra.
—¡Pero ni siquiera has escuchado lo que te voy a pedir! —replicó James, y Perth se limitó a cruzar los brazos.
—No hace falta, la respuesta es no.
—¡Perth!
Los ojos del menor de los Surat se humedecieron entonces y después una de las manos de Saint tomó a Tanapon por el brazo. Suppapong le sonrió a su pareja y, como por arte de magia, éste ablandó su gesto.
—¿Qué es lo que le quieres pedir, James? —preguntó Saint con una tranquilidad impresionante, y aquello hizo que de nueva cuenta el muchacho se armara de valor para hablar.
—Quiero trabajar en tu restaurante, Perth.
Y su declaración descolocó a los dos adultos en la mesa, quienes se mantuvieron observándolo con mucha curiosidad por unos cuantos segundos antes de que su primo tomara de nuevo sus cubiertos y siguiera comiendo.
—Perth…
—No te necesito ahí.
—Pero…
—Pero nada. Dije que no y es no.
James empuñó las manos sobre la mesa y por un momento Yacht creyó que lloraría. Pero, en su lugar, su hermano menor suspiró profundo y de nuevo entreabrió los labios.
—Por favor.
—No.
—Siempre has dicho que tenemos que ser responsables y…
—No así.
—¡¿Por qué?!
—Porque puedes ser responsable aquí, en casa, haciendo tus deberes y portándote bien. Sacando buenas notas y haciendo lo que te digo…
—¡Siempre hago lo que me dices! Te respeto y…
—¡No necesitas trabajar para demostrarme que eres responsable!
—¡Lo sé, pero quiero trabajar!
Perth estuvo a punto de volverle a gritar a su pequeño primo pero de un momento a otro los ojos de Saint lo detuvieron. La expresión de Suppapong denotaba algo de preocupación y el dueño del restaurante no quería que aquello se convirtiera en un problema en su relación.
Las cosas estaban demasiado bien como para que quisiera arruinarlo con eso. Además, James nunca se había metido en problemas y de una u otra forma sabía que el menor lo escuchaba y siempre hacía lo correcto (a excepción de cuando era arrastrado por su hermano mayor), así que aquello le daba cierta tranquilidad para otorgarle al chico un poco más de libertad.
Eso, y que en realidad no sabía la verdadera razón por la que James le estaba pidiendo aquello con tanta insistencia.
—Empiezas mañana, después de la escuela —dijo de pronto Tanapon, y los tres pares de ojos a su alrededor lo miraron con sorpresa.
James dibujó entonces una enorme sonrisa en sus labios y, por más que lo intentó, no pudo contener su alegría. Se levantó del asiento y corrió hasta el lugar que ocupaba Tamapon, quien sólo se limitó a rodar los ojos mientras que su esposo le regalaba una bonita sonrisa de satisfacción y su primo lo apretaba cada vez más con sus delgados brazos.

Y al día siguiente, cuando James llegó al restaurante acompañado de su hermano mayor (quien lo dejó en el lugar antes de asegurarle que iría a recogerlo más tarde) y muy dispuesto a comenzar con su nuevo empleo, Zee no supo si alegrarse o preocuparse. Porque sin duda el “niño” era gentil, simpático y por demás educado, pero el gerente descubrió que también era descuidado y hasta un poco torpe.
Zee le explicó con lujo de detalle cómo debía realizar su trabajo, y James trató a los comensales con una desbordada amabilidad, aunque eso no lo excluyó de cometer errores. No graves (había que aclarar), pero sí lo suficientemente significativos para que Pruk decidiera “esconder” al chico en su oficina, o más bien, en la oficina de Perth.
—En verdad lo siento, Zee. Por favor, no haga que Perth me despida en mi primer día —dijo demasiado avergonzado James en el mismo instante que el gerente cerró la puerta y se giró para mirarlo.
Pero, al contrario de lo que pensaba el menor, Pruk no había considerado aquello en ningún momento.
—No haría eso, James. Sé que te estás esforzando —Y ante aquella aclaración el chico suspiró de alivio—. Encontraré algo que puedas hacer.
Y Zee se llevó un par de dedos a la barbilla antes de ocupar su cerebro en buscar una solución. Porque estaba seguro que había algo que James podía hacer sin poner en riesgo su propia salud mental (y la de los clientes, claro).
—¡Podría ayudar a lavar los platos! —propuso Surat de pronto, pero un pensamiento donde el muchacho acababa rompiendo toda la porcelana del restaurante alarmó un poco al gerente.
—Creo que eso no es una buena idea —dijo Pruk, y después trató de no hacer sentir más mal a James con una simpática sonrisa, con la cual le mostró también su par de lindos hoyuelos.
Y aquello hizo que James se olvidara de su incomodidad por un instante, trayéndole de pronto un episodio de nerviosismo seguido de un peculiar ataque a su estómago por un incontable número de aleteos.
—¿Y si limpio las oficinas? Se me da bien sacudir los muebles —sugirió el muchacho mientras sonreía e intentaba regularizar su pulso, y Zee abrió un poco más los ojos, un tanto interesado en lo que James había dicho. Aunque…
—Pero, no estás aquí para hacer la limpieza. No creo que el señor Tanapon te haya contratado para eso.
—¡Qué importa! Haré cualquier cosa —dijo James, dando un par de pasos más cerca de Zee—. ¿O Perth te pidió ponerme en algún área en particular?
—No, pero…
—¡Entonces todo está arreglado! Yo limpiaré aquí y así no tendrás qué preocuparte de que ahuyente a todos los clientes —Y Pruk rió por sus palabras—. Ambos sabemos que soy capaz de llevar este lugar a la quiebra.
El gerente sabía que el chico exageraba, pero su motivación y la manera en que parecía tomar las cosas era digna de sorprender. Y fue por eso mismo que le tomó la palabra. Era una resolución viable para los dos y James se mostraba muy satisfecho con ello.
—De acuerdo. Te encargarás de asear las oficinas —Y su dictamen le sacó una gran sonrisa a James, quien se apresuró a buscar sus aditamentos para comenzar con sus labores.
Zee lo miró reunir lo necesario en unos pocos minutos y también observó que, como había dicho, era muy meticuloso ordenando y limpiando las cosas. Y eso le hizo pensar en lo que había mencionado antes Surat: Que era bueno sacudiendo los muebles. Aunque el gerente no se imaginaba por qué lo era, si el muchacho venía de una familia adinerada y era obvio que tendría bastante servidumbre para que no se molestara en mover ni un solo dedo.
—Cuando nuestros padres castigaban a Yacht, le ordenaban limpiar su cuarto como castigo. Pero siempre se las ingeniaba para que yo lo hiciera en su lugar —explicó el chico, y aquello le dio a Zee todas las respuestas que necesitaba—. Aunque no podía quejarme. Siempre asaltaba la nevera y robaba helado para dármelo.
El azabache no pudo evitar sonreír por eso y, de pronto, una duda más asaltó su mente: El motivo por el que Perth le había dado trabajo a James en el restaurante.
¿Acaso habría hecho algo Yacht y su hermano menor lo estaba pagando en su lugar?
—Dime, James, ¿por qué estás aquí? —cuestionó el gerente, y entonces los latidos de Surat se aceleraron otra vez; porque nunca esperó que Zee pudiera preguntar la razón—. ¿Es para castigarte? —James tragó saliva y detuvo sus movimientos—. Porque no creo que sea porque necesites dinero.
Y por supuesto que no era por dinero, pero el muchacho no iba a decirle la razón. No podía confesarle a Zee que era a causa suya. No podía decirle que era porque le gustaba demasiado y quería estar cerca de él.
Así que el dinero parecía ser lo único razonable para tomarse como excusa. De todas formas, ya le había mentido a su primo para conseguir trabajar ahí. ¿Qué más daba decir más mentiras? Era seguro que, a esas alturas, Zee creería todo lo que le dijera.

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