Capítulo 33

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Estar prácticamente en primera fila para una escenita como la que mi hermano y Maddie están a punto de montar no es nada lindo.

Puedo escuchar todo a pesar de que tienen la puerta cerrada; ella, sin duda, está consintiendo MUY bien a mi hermanito. Me estremezco al imaginarme lo que está pasando ahí dentro.

Bajo las escaleras silenciosamente, es incómodo, pero quiero que mi hermano sea feliz... en cualquier sentido. Ellos creen que están solos. Así que no se restringirá de ningún sonido saliente de ellos.

Me asomo por la ventana para esperar que Louis llegara, le he mandado un mensaje para que se apresure. Ni loca pasaría esta incomodidad sola, así que, como buena amiga, arrastraría a mi mejor amigo conmigo. Además, ya lo había invitado... Maddie lo hizo por mí el día anterior.

Justo cuando él está a punto de tocar el timbre, abro la puerta.

—Gracias a Dios llegaste —sonrío ligeramente, tratando de ocultar mi incomodidad, pero me doy cuenta de que no lo logré cuando él frunce ligeramente el ceño al ver mi comportamiento. Sigo incómoda, pero ahora también estoy aliviada.

—¿Por qué? —me hago a un lado para darle acceso libre a mi casa.

—Será mejor que no subas si vas a decirle algo a Nathan —le advierto cuando tiene la intención de subir.

—¿Por qué no? —sube tres escalones.

—Nathan está... algo ocupado —hago de mis manos puños y luego las abro.

—¿A qué te refieres? —sube tres escalones más.

—Por favor, no subas —tomo su mano y lo halo hacia abajo.

—¿Por qué?

—Está con Maddie y... —ambos escuchamos un gemido masculino seguido de una risita por parte de ella—. Están ocupados.

—Vamos a interrumpirlos —habla maliciosamente.

—¡¿Qué?! —exclamo en susurro, agarrando su mano con mis dos manos, ¿se le han subido las hormonas a la cabeza, o qué?—. ¡No! Déjalos.

—Sería divertido ver sus caras —me muestra una pequeña sonrisa de lado.

—No —halo su mano nuevamente—. Deja que disfruten, nosotros podemos distraernos de alguna forma —me mira de forma pícara—. ¡No de esa forma, cerdo!

Ríe. Tapo su boca cuando se pasa en el volumen de su risa.

—Vamos —bajamos los escalones que habíamos subido, lo guío hasta la sala.

—Oye, conozco tu casa lo suficiente como para dirigirme yo mismo —habla detrás de mí.

—¿Qué? —lo miro sin entender, mueve su mano, indicándome que aún la tengo agarrada—. Oh —suelto su mano lentamente—. Perdón —no lo siento, para nada. Al contrario, quiero tomar su mano todos los días y caminar así todo el tiempo.

Enamorado de un fantasma [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora