4. I Want To Know What Love Is

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Había pensando en fingir una fiebre irremediable y quedarse a salvo en casa, pero su madre ni siquiera lo había oído cuando dejó unos billetes en su alcoba y salió rápidamente para volver a la oficina.

Steve tenía, y se sentía, con un aspecto miserable esta mañana.

Sus ojos bien abiertos la noche de desvelo y su mente jugándole malas pasadas, a cada instante, fueron las causas de su insomnio indomable.

Tomó las llaves de su BMW y subió sin prisa ni gloria.

Odiaba fielmente este día, ese semestre y a ese imbécil de pelo rubio que apareció para destrozar su normalidad.

—Vamos, maldita sea —presionó el pedal cuando al fin logró arrancar el auto tras unos cuantos intentos desesperados.

La mañana era tan monótona como la anterior, con unas nubes acaparando el cielo y una leve brisa sacudiendo las hojas.

Steve ya tenía unos jodidos dieciocho años, porqué no simplemente faltaba a las eruditas clases y se tomaba un descanso sabatino.

Golpeó el duro timón con frustración mientras avanzaba por las solitarias aceras en la ciudad.

No quería verlo.

No quería ver a Billy Hargrove ni siquiera en pintura.

Porque sabía que si lo tenía ante sus ojos, las memorias pasadas llegarían velozmente, recorrerían toda su cabeza y eso era lo que menos necesitaría cuando el confianzudo californiano se acercara a comenzar su rutina de intimidación matutina.

Evitarlo era la opción perfecta, solo si no quería quedarse petrificado ante el bronceado rostro y los rizos dorados que le gustaría tocar.

Respiró hondo cuando se estacionó, el genio no había llegado aún, no había rastro de su endemoniado automóvil y eso le formó una sonrisa victoriosa en el rostro.

Estaba dispuesto a tomar su mochila casi vacía y salir con un aliviante aura.

Y quizás el no tardarse demasiado en el festejo debió ser lo ideal, pues el ronroneo de un Chevrolet azul pronto estaba en sus oídos y, cuando giró a su derecha para confirmar tal jodida presencia, tragó saliva maldiciendo en lo más profundo de su cabeza.

Tras la ventanilla semi transparente, estaba el maldito Billy Hargrove, lanzando algunos gritos hacia la conocida pequeña pelirroja y señalando a la escuela con una firme y agresiva mano.

Un portazo se oyó y más gritos llegaron cuando Max le dió la espalda al iracundo rubio y entró por los pasillos con un viejo skate entre sus brazos.

Steve se vió pronto en un apuro. Espiando mientras esperaba no ser descubierto había sido el peor plan y ahora tenía los azules ojos del rubio sobre él.

Era, era extrañamente hipnotizante.

—Carajo —rápidamente desvió la mirada y fingió observar la radio, tomándola mientras buscaba alguna emisora y sintiendo esa mirada quemando su mejilla.

Parecía que volverse pequeño e indefenso ante Billy se estaba haciendo costumbre.

—Carajo, carajo... —mascullar no estaba ayudando en la tarea.

La puerta del contiguo carro sonó al cerrarse.

Harrington bajó la cabeza mientras revisaba la estúpida gaveta, buscando algún papel, alguna nota para tomarla entre sus manos y fingir un original interés.

Pero unos golpeteos divertidos en su ventanilla de piloto le hicieron saltar de su asiento.

—Llegaremos tarde, princesa.

Queers (Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora