5. Bitter Tears

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—No te interesa.

Steve no fue siquiera cortés, no lo vio a los ojos, no saludó sarcásticamente y sólo avanzó, casi obviando por completo la jodida presencia.

Los zapatos rechinaron contra el grisáceo suelo recién encerado, acrecentando la tensión muy bien impuesta.

El rubio sonrió sin una gota de gracia cuando el pasillo le fue dejado a su libre albedrío.

El cabello castaño se sacudió cuando rozó el aire a su lado y solo tal acto le hizo crujir los dientes.

—Yo debería decidir eso.

La ronca voz retumbó en un eco sonoro.

A Steve no le importó ni por un instante y sus pies siguieron un camino decidido hacia el escape proyectándose muy lejos.

No sólo porque verlo de cerca le causaría estragos en el hormonal corazón bombeando sangre.
Sino porque estaba en su límite del aguante pacifista, en el límite de tal paciencia que había mantenido cuando el contrario se acercaba y lo hacía vulnerable.

—¿A dónde mierda crees que vas?

—Lo repetiré solo una vez más —las escaleras se veían más largas de lo común —No es de tu jodida incumbencia, imbécil.

—¿Qué carajo?

Steve se encontraba en un confuso dilema emocional.

Una extraña adrenalina lo invadió cuando esas gruesas manos lo empujaron brusca y firmemente contra la pared bermellón y, una irremediable ira, se acrecentó al sentir el frío dolor en sus huesos.

—Vine para hablar, no para esto.

Billy había estado pensando en el asunto horas atrás y quizás se sentía arrepentido.

—No voy a hablar —la pálida mano lo apartó al instante —No contigo.

—¿Necesitas un abogado? —la sonrisa volvió y Steve odió verla.

—No voy a dejar que tu mierda me afecte, se terminó este estúpido juego.

—Dijiste que no ibas a hablar, princesa.

Steve sonrió amargo esta vez.

—Yo mismo se lo diré a la escuela entera —el castaño tenía un ceño fruncido y un tono de voz demasiado sombrío —les diré que besé a Billy Hargrove —el contrario tragó saliva al oírlo en sus labios —y que al idiota le encantó, porque es un maricón, al igual que yo ¿Te parece un trato justo?

La respuesta agresiva volvió contundente, el liso de concreto volvió a ser su espaldar y Billy su atacante.

Había tocado el punto más sensible de una masculinidad impuesta en casa. Porque si algo de esto llegaba a los oídos de Neil, quizás el californiano no viviría para contarlo.

—¿Te parece gracioso?

—No es una jodida broma —el libro y unos cuantos útiles más cayeron de sus manos —Golpéame si piensas que será la solución, genio, pero lo haré.

—Estás jodiéndome —sus puños bajaron rígidos, tan tensos que necesitaba destrozar ese rostro para calmarse —¿Qué mierda lograrás con eso?

—Tú fuiste el primero en amenazarme con esa estupidez —recriminó indignado —¿Qué mierda querías lograr tú con eso?

Billy lo observó en silencio, bailando la mirada y no teniendo una respuesta que no sonara comprometedora, porque, aunque lo negara innecesariamente, solo quería llamar la atención de quién ahora mismo lo miraba expectante.

Queers (Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora