20. Hora de huir

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Mí respiración era visible en el frío, mis dientes rechinaban con el frío, el delgado vestido blanco que llevaba no hacía más que aumentar mis pocas esperanzas de huir de aquí

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Mí respiración era visible en el frío, mis dientes rechinaban con el frío, el delgado vestido blanco que llevaba no hacía más que aumentar mis pocas esperanzas de huir de aquí. Debía cruzar el bosque para poder escapar, para poder vivir.

Porque si me unía a él moriría, sin duda alguna moriría.

No habría salvación para mí, ni para el ser cuya vida depende de mí.

Los espasmos musculares me mataban, me dolían tanto esos temblores musculares que pensé que mis costillas de romperían al chocar una con otra, pero rendirme no era una opción, no lo era. Escuchaba las pisadas de los hombres detrás de mí, el sonido de los sabuesos me asustaba, podía sentir sus filosos dientes a punto de romper mí piel. Les rogué, les supliqué que no lo hicieran, que pensaran en mí, era mí vida la que estaban arruinando, ¿Para qué? ¿Por más poder? ¡Yo era su hija! ¡Su única hija! ¿Tan poco valor tenía a los ojos de ellos? ¿Sólo era una moneda de cambio? Al parecer sí.

Mis pies se unieron en la helada nieve, pero nada era más frío que su corazón. Los primeros días con él grité tanto que creí que mis cuerdas vocales se romperían, lloré tanto que mis ojos se hincharon, cada golpe que le dí él me lo devolvió incluso peor. Intenté dejar de comer, tal vez así conseguiría algo, pero nada funcionó, nada, era aterrador, vivir con alguien así, porque él era un monstruo, esa era la única forma de describirlo. Ni siquiera me quería realmente, solo me tenía allí, como un trofeo, burlándose de todos aquellos hombres que pidieron mí mano, ¿Todo para qué? Para terminar con un anciano de 50 años que solo quería intimar conmigo.

Había estado tan asustada que no noté la roca bajo la nieve, impactando con fuerza mí piel, perforando la carne en una explosión de gritos y quejidos de mí parte, caí hacía el frente, cubrí mí cabeza con mis manos, tratando de evitar que aumentará el daño, pero no pude. Rodeé colina abajo y no me detuve hasta chocar contra un árbol. Allí empapada de sangre y con el dolor más cruel que había sentido en mí vida fui arrastrada del cabello hasta las entrañas de esa maldita casa.

Gyula parecía sorprendido por mí respuesta, algo desconfiado, pero ya era tarde, ambos corríamos por el bosque, esquivando las raíces de los árboles que surgían salvajemente por la tierra

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Gyula parecía sorprendido por mí respuesta, algo desconfiado, pero ya era tarde, ambos corríamos por el bosque, esquivando las raíces de los árboles que surgían salvajemente por la tierra. El inmenso bosque parecía no tener fin, Gyula corría adelante de mí, volteando una que otra vez para asegurarse de que vaya detrás de él, corría y corría, como si mí vida dependiera de ello, más bien, mí vida depende de ello yo misma era testigo de la crueldad de un castigo.
Yo sabía lo dañinos que eran los castigos que inculcaban los miembros de mí comunidad a quienes se equivocaban o rompían una regla, en especial a las mujeres, si ellos me encontraban, si ellos me encontraban...

¡Corre, Conejo, Corre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora