Van siete, lentina

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6 de septiembre del año extraviado. El Olvido, Italia

Querido olvido:

Hoy tuve un sueño que ya es recurrente. En él, la luz ilumina la escena, se refleja y me ciega. Todo está desolado y, a la vez, tan tranquilo que parece idílico, como la calma que viene tras la tormenta perfecta. 

El suave céfiro de la mañana mueve las espigas doradas, que crecen cerca de la playa,  anunciando un suave verano atípico. La brisa mece la tela de su vestido floral al tiempo que se voltea con una sonrisa en su rostro y un brillo pícaro en sus ojos, saboreando el último lengüetazo de su helado. Con las manos libres corre hacia el mar reflejándose, al despojarse de su vestido, los rayos de sol en su piel ligeramente tostada.

Las olas, con un suave arrullo, la reciben en sus aguas como el abrazo de dos amantes enfrentados que en la muerte se reencuentran. Ella, impetuosa, se lanza a sus brazos, rompiendo moldes, salpicando con su risa . Es como la verdad que nos hace libres.

No puedo resistirme y, como si tuvieran vida propia, mis pies avanzan  entre el trigo que, al rozarme, va desprendiendo la ropa que aprisiona mi cuerpo. «Nada me ata a la tierra», pienso al sentir los finos granos de arena entre mis dedos desnudos y, al llegar al agua, me ciega el reflejo de mi sonrisa ingenua.

Como una boya, ella es mi referencia en el inmenso azul. Chapoteando, me dirijo directo a reunirme con ella, eterna espera que dura unos breves segundos. Alimentado por el deseo de juntar nuestros dedos, de fundirnos en un abrazo y de embelesarme con su eterna sonrisa, doy las ultimas brazadas y me estiro para alcanzar la mano que ella me ofrece, la mano que se difuminó y que nunca estuvo.


Cartas desde el olvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora