Capítulo 6. La espera.

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<< Maddie. Maddie... Alguien estaba diciendo mi nombre. Estaba agobiada. Me perseguían y gritaban mi nombre. Maddie. Maddie. ¿Pero quién era? ¿Qué quería? Maddie. Maddie... >>

Era solo un sueño, otra vez, una pesadilla. Las tenía muy a menudo... La persona que me perseguía y gritaba mi nombre era mi madre. Siempre. 

Me levanté sin ganas y me puse la bata, era imposible pasearse por la casa sin estar tapada con algo. Me dirigí a la cocina para prepararme un café. Mar ya no estaba. Se habría ido a trabajar, pensé. Mientras el café se estaba calentando miré hacia la puerta y recordé el periódico y el ramo de flores. Lo había puesto en agua, en la mesilla de mi habitación. No quería que Mar lo viese, pero era cuestión de tiempo. Me tomé dos tazas de café para empezar con ánimo el día, bien despejada. Cogí un libro, "Ventajas y desventajas de llamarse Sanddie". El título me parecía una estupidez, pero me había picado la curiosidad y decidí leerlo. 

Tras una hora de lectura me di cuenta de que no estaba tan mal... Entonces llamaron a la puerta. Por un instante me alarmé. ¿Y si era Peter? Yo estaba con estas pintas, en pijama, despeinada, tomando café y leyendo... No parecía una adulta responsable. Volvieron a llamar. Estaba empezando a agobiarme. Me solté el pelo que tenía recogido en un moño enredado y me pasé los dedos por dentro, como si así fuese a alisarse, me quité la bata y fui corriendo a mi habitación. Antes de hacer nada, se me ocurrió observar por la mirilla a ver si realmente era Peter, porque si, por ejemplo, era el cartero, no sería la primera vez que le abro en pijama. Me acerqué sigilosamente y puse mi ojo cerca de la puerta. Efectivamente, era el cartero. Un sentimiento de rabia se apoderó de mí. Le abrí la puerta, puse buena cara, una cara falsa por supuesto, cogí las dichosas cartas y cerré la puerta de golpe. ¿Por qué había pensado que sería Peter? En ese momento no lo sabía, pero ahora tengo la respuesta: El amor, te vuelve idiota, no te deja pensar con claridad.

Me metí en la ducha y canté a todo pulmón mientras frotaba la esponja con mucha espuma contra mis piernas. Sentía que esta ducha me convertiría en una nueva persona, que me limpiaría de todas las tonterías que había vivido estos días. Pero no era así. Al salir, mi primer pensamiento fue él. Como siempre, desde hacía unos días. 

Pasé el resto de la mañana leyendo, comí lo primero que encontré por el frigorífico, me fui a trabajar y volví con las mismas. Peter no había aparecido. Y así fue durante toda la semana. ¡Una semana entera sin verle la cara! "Seguro que ya se ha olvidado de mí", "Posiblemente mi beso fue horrible y no quiere verme más", "Oh, no, ¿y si tenía que haberle respondido por las flores y no lo hice? Ahora pensará que no lo quiero..." Pensamientos de ese estilo aparecían y desaparecían de mi mente durante toda esa semana. Para ser sinceros, me estaba desesperando. Lo echaba de menos... No me gustaba admitirlo, pero quería pasar tiempo con él. Y parecía que me había dejado tirada. 

El lunes siguiente, por la tarde, pasó algo raro y horrible al mismo tiempo. Yo ya me estaba olvidando de él (qué va, eso es mentira pero yo creía que sí...) cuando de pronto, llegando a "Angel's Cake" vislumbré en la puerta a una pareja, estaban pegados, hablando, bastante acaramelados diría yo. Pero no, no era posible, no podía ser él... Cuando estuve lo suficientemente cerca para comprobarlo, el alma se me cayó a los pies. Respiré hondo e intenté no llorar. Era una chica fuerte, nunca lloraba en público, pero esta situación me obligaba a aguantarme las ganas de matarlo. Era Peter, con una chica rubia, guapa, delgada... La muy perra era perfecta, tenía unos ojos azules preciosos, no como los míos que eran dos bolas marrones sin ninguna profundidad. Peter, ese canalla, no parecía darse cuenta de que yo había llegado, estaba ahí, bien pegadito a esa... Sus narices se rozaban, hablaban y se reían, eran tan... despreciables. Decidí carraspear para llamar su atención. No porque quisiera que me viese, sino porque estaban en la puerta de mi maldito trabajo. (Qué caradura, justo viene a la puerta de MI TRABAJO a enseñarme cómo besa a otras chicas, cuánto más lo pienso, más lo odio...). Tras mi leve carraspeo, Peter se dio la vuelta y me vio. Abrió la boca como si quisiera decir algo pero no dijo nada. La chica, esa estúpida modelo sacada de una revista, por favor es que era feísima..., forzó una sonrisa que me crispó hasta límites insospechados. Si no hubiese estado Peter delante, le habría pegado una bofetada. 

Nací para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora