Capítulo 8. El pasado.

39 1 0
                                    

Iba caminando, directa al restaurante en el que habíamos quedado Peter y yo, estaba nerviosa. Había escogido un vestido de pequeñas lentejuelas azules, palabra de honor, corto, un abrigo negro y unos zapatos de tacón altos que me hicieron resbalar con la helada al salir de casa. Esa ropa me hacía pasar mucho frío pero la ocasión lo requería, tenía que estar perfecta. Me había maquillado, había ido a la peluquería... ¡Quería estar deslumbrante para él! 

Cuando por fin llegué al lugar indicado, intenté mirar a través del cristal para ver dónde se había sentado Peter, pero no logré ubicarlo. Me decidí a entrar, en realidad, el frío lo decidió por mí. Nada más poner un pie en el restaurante, un camarero muy amable cogió mi abrigo y lo colgó en un perchero. Asentí dándole las gracias y me sentí a buena temperatura, sin duda tenían la calefacción encendida, hacía calorcito. Me retoqué el vestido, estirándolo por si se había arrugado y me erguí rápidamente. Un camarero diferente al anterior, este era bastante más mayor, me preguntó a nombre de quién estaba la reserva. Dudé qué responder por un momento... Odiaba este tipo de situaciones. ¿Por qué no estaba Peter aquí y hablaba él?

- Eh... Pues, seguramente, esté a nombre de... Peter... - ¿Cómo era su apellido? Oh Dios mío, yo siempre recordaba este tipo de detalles y con los nervios se me había olvidado. Era algo de... Stone... sí... - Peter Woodstone, eso. - El camarero me miró extrañado y forzó una sonrisa. Sería el tipo de persona con la que me acabaría peleando, por ser un maleducado claro, pero hoy no podía hacer el ridículo. 

- Su acompañante ya ha llegado, señorita. Venga por aquí. - Seguí al camarero a través de un entramado de mesas y sillas. Se trataba de un restaurante muy elegante, iluminado por velas, con decoraciones imitando a la antigüedad... Me gustaba. 

- ¡Maddie! Estás impresionante. - Ahí estaba, él sí que era impresionante, y yo le gustaba. Me emocionaba por dentro pero no quería que él se diese cuenta. Se levantó para saludarme y puso esa sonrisa de galán que me derretía. Por poco me mordí el labio pero recordé que los llevaba pintados. Me dio un suave beso en la mejilla, llevaba puesto un traje muy bonito, negro, con una camisa azul claro, iba muy guapo.

- Gracias. Tú también estás muy guapo... - Estaba empezando a sonrojarme. ¿Qué me pasaba? Esta etapa ya la habíamos superado. Tenía que relajarme. Peter arrimó mi silla para que me sentase, era todo un caballero.

Tras un largo rato de mirar la carta y reirnos de algunos camareros que no tenían paciencia, empezamos a pensar qué pedir. Peter decía que en ese restaurante había de todo, así que podía pedir lo que más me apeteciese. Sinceramente, lo que más me apetecía en ese momento era una hamburguesa, de las que hacía mi madre, con queso y lechuga... Mmmm...

- Yo voy a pedir Codorniz con salsa de escabeche, aderezada con una capa de fromage. - Espeté al instante una cara de asco. Era un niño rico. Lo había supuesto desde hace un tiempo, cuando vi que vestía de camisa y que iba bien afeitado, con colonia cara. Pero pensé: "No, será que tiene buen gusto". Pues no. Había sido un niño bien, estaba segura. Peter supo apreciar mi cara de desprecio y se corrigió al instante, lo cual me molestó muchísimo.

- Era una broma... Eh... - Soltó una risita nerviosa. - Pediré, una milanesa con patatas, sí, eso sí que está rico ¿verdad?

- ¿De qué vas? Yo puedo comer esos platos finos si quiero ¿eh? No tienes que pedir una milanesa para estar "a mi altura", idiota. - Me había enfadado realmente. ¿Qué se había creído? Yo no era tan... ¿Una milanesa con patatas? Lo odiaba intensamente. 

- Perdona Maddie, es que... Como pusiste esa cara, yo... Lo siento. Tienes toda la razón. Que cada uno pida lo que quiera, somos como somos y comemos lo que nos apetece. - Soltó esa frasecita con un toque bromista que me hizo gracia. Una risa brotó de mi interior y se me pasó el enfado al momento. Era idiota pero me gustaba. 

- Bien, pues yo pediré una milanesa con patatas. - Asentí orgullosa y Peter hizo un gesto de conformidad, entre risas. 

- Yo mantengo mi elección, Codorniz. - El camarero se acercó a tomar nota de lo que pediríamos. Era un restaurante demasiado fino, colocaban el pan con unas pinzas de agarrar, el champán era carísimo y después de cada plato servían unas servilletas de limón para limpiarte las manos. No era mi estilo, para nada. Pero por un día, no estaba tan mal.

- Bueno, Maddie, háblame de tu pasado. - Peter parecía interesado. Bebió un sorbo de champán y me miró atentamente.

- Mi pasado... No hay mucho que contar. Vengo de un pueblo no muy lejos de aquí. Vivía en una gran casa de campo con mis padres, mi hermano y mi abuela. La verdad, tuve una infancia muy feliz. Éramos muy campestres, aprendí a plantar, cultivar, ordeñar, esquilar... Lo típico de una granja. Mi familia sigue allí, yo decidí mudarme a la ciudad con Mar, que también es del pueblo, siempre fue mi amiga, las dos queríamos ver mundo, tener trabajos más abiertos... Si te quedas en el pueblo, solo puedes ser granjero. - Solté una pequeña carcajada al imaginarme de granjera, no era tan loco, pero me hacía gracia. 

- ¿Y nunca has vuelto al pueblo? - Peter me seguía el rollo muy atento. Pobre, estaba tan mono con ese traje... Y me gustaba tanto que me escuchase.

- Claro que sí. ¡Cada vez que tengo vacaciones! Navidades, verano... Me encanta mi pueblo. - Me gustaba mucho hablar de mi familia, los quería tanto... En ese momento me di cuenta de que Peter era huérfano. Me sentí muy mal... No sabía cómo arreglarlo. - Pero la familia tampoco está tan bien... - Dije rápidamente con un tono exagerado.

- Maddie, no te preocupes. Mi familia era genial, pero... tuvieron mala suerte. - Dijo apesadumbrado. Parecía cómodo con la conversación así que me atreví a preguntar.

- Háblame entonces de tu pasado... - Empecé a comer la milanesa que... ¡Estaba impresionante! Cogía un trozo de carne y un trozo de patata, todo junto y a la boca. ¡Qué bien sabía! - Peter reaccionó ante esto con una fuerte risotada, tanto que los señores de la mesa de al lado nos miraron. Ahg, odiaba a ese tipo de señores que te miran por encima del hombro, seguro que eran multimillonarios...

- Disculpen... - Peter pidió perdón a los ricachones y empezó a contarme su historia. - Bien, yo nací aquí, en la gran ciudad, rodeado de mayordomos y niñeras que me hacían todas las tareas. Mis padres trabajaban mucho, eran empresarios importantes, tenían una fábrica de... Tabaco, creo. - ¿Creo? ¿Qué tipo de hijo no sabe el trabajo de sus padres? Peter me miraba fijamente con esos ojos verdosos y su pelo azabache, me desconcentraba lo guapo que era. Tenía que centrarme. - Éramos ricos, como te habrás imaginado. - Asentí. - Íbamos todos los fines de semana a cenas importantes en clubes, a eventos organizados por otras empresas o a fiestas de etiqueta. Me gustaba, la verdad, pero lo que más me divertía era la vuelta a casa. Mis padres me llevaban a por un helado, siempre, y paseábamos por el parque, ese al que te llevé el otro día. - Me sentí afortunada en ese momento. Me había llevado a mí... Le sonreí. - En esos momentos nos contábamos qué tal nos había ido la semana, qué había aprendido en clase... Y jugaban conmigo. Era muy divertido... Pero un día, hace unos años, mientras hacía la carrera, tuvieron un accidente de avión. Tanto viajar, tantos acuerdos de empresa... para nada. Me costó mucho superarlo, pero así es la vida. Y entonces fue cuando me busqué un piso yo solo y me hice profesor. 

Me quedé sin palabras, estaba conociendo al verdadero Peter que estaba escondido tras esa máscara de vanidad y egolatría. Me placía que se abriese a mí. Le cogí la mano, que estaba apoyada sobre la mesa. Él sonrió y entonces ocurrió, conectamos al más alto nivel. Nos queríamos. Comimos a gusto durante un par de horas y luego salimos del restaurante. La cuenta la pagó él, aunque insistí por quedar bien, pero menos mal que al final ganó él, porque fue carísimo. Dimos un paseo corto, porque el frío no nos permitió más y entramos en el cine. Allí, viendo la película (una película horrible, por cierto, era de alienígenas, pero por la noche era la única que ponían) me sentí muy bien, cómoda, a gusto. Nuestras manos estuvieron cogidas toda la película y nos besamos más de una vez. No me importó que la película fuese un desastre cinematográfico, no me importó que fuese un niño rico, no me importó nada... Porque estaba realmente enamorada.

Nací para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora