Pasaron días, y las semanas se convirtieron en un ciclo de tristeza y aislamiento. Mi familia estaba preocupada, insistiendo en que debía comer, pero la depresión me mantenía atrapada en mi cuarto, donde los recuerdos de Joe pesaban más que cualquier carga.
Finalmente, abrí la puerta y bajé a la sala, donde encontré a mi hermano mirando televisión.
- Hola, ¿puedo sentarme contigo? - pregunté, mostrando un atisbo de esperanza.
- Sí, y eso que sales de ese cuarto - respondió él con un tono neutro.
- Bueno, ya me aburrió estar encerrada.
- Bueno, ahora que estás afuera, ¿vamos por unos helados?
- Está bien.
Salimos juntos, y al subirme al auto, noté que él platicaba con alguien. Miré por el retrovisor y vi a Joe, cuyo rostro mostraba una expresión de enojo. De repente, mi hermano y Joe comenzaron a pelear, y no pude quedarme de brazos cruzados.
- ¡Dejen de pelearse! - grité con todas mis fuerzas.
Cuando grité, ambos se detuvieron y me miraron, sorprendidos.
- Hermano, vámonos. No tenemos nada que hacer aquí.
- Tienes razón - respondió él, y nos subimos al auto, dejando a Joe detrás con una mirada triste que atrapó mi corazón.
Esa tarde fue una distracción que no me alivió por completo.
Cuando llegamos, subí a mi cuarto y vi a mis mejores amigos en mi cama, un momento inesperado que me llenó de sorpresa.
—Hola, chicos —dije al entrar, tratando de ocultar mi inquietud.
—Hola —contestaron serios, el tono de sus voces haciéndome sentir un escalofrío de anticipación.
—¿Qué sucede? —pregunté, sintiendo que algo inusual cargaba el aire.
—Pues te traemos buenas y malas noticias.
—Primero de quién se trata —respondí, apretando los labios y adoptando una expresión seria.
—Sarahi y Joe.
—Bueno, ¿qué tienen que decir? —inquirí, con la curiosidad y el temor entrelazados en mis palabras.
—Primero Sarahi. Pues tenías razón, el bebé que va a tener no es de Joe y ya sabemos quién es el papá.
—¿En serio? ¿Y al menos tienen pruebas? —mi voz temblaba ligeramente al formular la pregunta.
—Sí, y muchas —respondieron los dos, su mirada cómplice reforzando la gravedad de la situación.
—Y teníamos días que queríamos hablar contigo de esto. Lo sabemos hace poco, pero el día de la fiesta de Joe, lo que viste en su cuarto solo fue una trampa de Sarahi.
—¿De qué hablas? —interrogué, la confusión comenzando a manifestarse en mí.
—Bueno, Sarahi y Joe no tuvieron relaciones. Lo que sucedió fue que Joe se metió a bañar, ya que en la fiesta un chico le vomitó y pues olía feo. Entonces, fue cuando Sarahi se metió a su casa, se desnudo y se acostó en la cama de él, y cuando tú entraste pensaste mal. Además, Joe no se esperaba que Sarahi estuviera en su cama, y menos que tú entraras en ese momento.
—¿Y por qué no me dijeron esto antes? —les cuestioné, sintiendo el ardor de la traición intensificarse.
—Porque nunca saliste de este cuarto y no dejabas que nadie te visitara —explicaron, el peso de la verdad presionando mi pecho.
—Bueno, pero la farsa de Sarahi se tiene que acabar ahora —declaré, dejando que la determinación me guiara.
Salí hacia la casa de Joe con las pruebas en la mano, mi corazón latiendo con fuerza a medida que la ansiedad crecía en mi pecho. Cuando llegué a su casa, estaba muy nerviosa y toqué el timbre, cada sonido del timbre resonando como un tambor en mis oídos.
—Hola —me saludó Joe con semblante serio cuando abrió la puerta.
—Hola, ¿podemos hablar? —pregunté, sintiendo la necesidad de aclarar lo que sabía.
—Claro, pasa.
—Bueno, ¿de qué quieres hablar? —contestó, con una expresión que parecía más preocupada que curiosa.
—¿Por qué no me dijiste la verdad? —mi voz se quebró, cada palabra cargada de emoción.
—¿De qué hablas? —su confusión me exasperó.
—De que todo fue una trampa, que tú y Sarahi no tuvieron relaciones, y que fue una artimaña para separarnos y que no me buscaste —dije, alzando la voz casi sin querer.
—Porque hace días me enteré yo de esto, y porque no me dejaba verte tu hermano. ¿Y tú cómo te enteraste de esto?
—Eso a ti no te importa, y tengo algo para ti —respondí con firmeza. Me levanté del sofá y le lancé una carpeta sobre la mesa, el sonido seco del papel al caer resonando entre nosotros.
—Necesitas leer estos documentos y ver esto.
—Sí, está bien —contestó Joe, levantándose del sofá, su expresión la de alguien que se siente traicionado, desorientado.
Me paré a tomar agua en la cocina y, a lo lejos, veía cómo Joe leía todos los papeles con cara de asombro. La verdad me hizo sentir mal por él, pero sabía que tenía que vengarme de Sarahi, que él no debería seguir engañado. Entonces, de pronto, Joe se levantó de la mesa, su enojo palpable. Me puse enfrente, intentando interponerme para que no fuera a cometer alguna locura. Sin embargo, sabía que era imposible detenerlo; él tenía más fuerza que yo.
—Muévete, déjame salir —me ordenó, el fuego en su voz encendiéndose.
Cuando escuché sus palabras llenas de enojo, el nudo en mi pecho se apretó con fuerza, haciéndome querer actuar sin pensar. Era como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, impulsándome hacia él. La decisión fue instantánea: me enrosqué en su figura, cerrando la brecha que parecía separar nuestros mundos. Al besarlo, el tiempo se detuvo; era un acto casi instintivo, una respuesta a la rabia con la que sus palabras habían resonado en mi mente.
No sabía si este gesto lo calmaría, pero la necesidad de sentir sus labios, de conectar de alguna manera en medio de la tormenta, era más fuerte que cualquier duda. Al principio, el beso fue torpe, breve. Su sorpresa era palpable, y sus labios permanecieron inmóviles por un momento, como si el tiempo hubiera congelado su reacción. Esperé, un instante que se sintió eterno, hasta que finalmente se separó un poco, mi corazón latiendo con fuerza mientras contenía la respiración.
Pero entonces, algo cambió. Joe, como si se hubiera liberado de una traba invisible, me devolvió el beso, esta vez con una intensidad que me hizo sentir que estaba en llamas. La pasión en su gesto transformó la frialdad del momento anterior en un torrente de emociones, rompiendo las barreras que nos mantenían distantes. Era una mezcla de deseo y anhelo, de enojo y comprensión, que se entrelazaba en aquel encuentro.
Su abrazo se hizo más firme, envolviéndome con una necesidad que solo complicaba la situación entre nosotros, pero que, en ese instante, era todo lo que quería. Nos perdimos en el beso, y el mundo externo se desvaneció, menos importante que la conexión que recién comenzábamos a explorar.
ESTÁS LEYENDO
El mejor amigo de mi hermano
RomanceDesde que tengo memoria, siempre he estado enamorada de Joe Anderson, el mejor amigo de mi hermano. Con su risa contagiosa y esos ojos que brillan como estrellas, cada vez que lo veo, siento mariposas en el estómago. Pero, por alguna razón, nunca me...