Me desperté muy confundido, un océano de emociones remolinándose en mi interior. Había soñado con una chica, una presencia etérea que no podía visualizar con claridad, pero sabía que era hermosa, como un destello de luz en la penumbra de mi mente. Me levanté rápidamente, la habitación aún impregnada de un ligero olor a sueños. Decidí darme una ducha rápida para despejar mi mente, un intento de ahogar la confusión bajo el agua caliente. Pero al salir, el panorama cambió. Vi a Monse, tranquila y ajena a mis tribulaciones, durmiendo plácidamente.
Sin pensarlo mucho, me armé de valor y decidí hacerle el desayuno. Era mi forma de mostrarle lo importante que era para mí, un acto de amor que podría suavizar la tormenta emocional que burbujeaba dentro de mí. Con una bandeja repleta de deliciosos manjares, me acerqué a la cama. No sabía cómo despertarla sin romper la paz que la envolvía, así que opté por un tierno beso en su frente. Ella se fue despertando lentamente, su rostro iluminado por una radiante sonrisa que disipó un poco de mi confusión.
—Buenos días —dije suavemente.
—Buenos días —respondió, y antes de que pudiera reaccionar, me devolvió un beso, tan apasionado que momentáneamente olvidé mis inquietudes.
—Te traje el desayuno, amor —anuncié, con la esperanza de que ese gesto significara algo más que una comida.
—Gracias —murmuró, mientras comenzaba a disfrutar de lo que había preparado.
—Bueno, te dejo para que desayunes. Necesito hablar con mi madre sobre un asunto —le dije, sintiendo que la urgencia de resolver mi confusión era más fuerte que cualquier otra cosa.
—Está bien, amor. Salúdamela y gracias por este delicioso desayuno —respondió, mientras se sumergía en el placer de la comida.
Salí de la habitación con una sensación de inquietud burbujeando dentro de mí, directo a la sala. Mi mente estaba decidida: debía preguntar a mi madre sobre mi pasado, sobre esa misteriosa chica que aún habitaba mis sueños, cuya imagen se desvanecía al despertar, pero cuyo peso seguía acompañándome.
Marqué su número, el sonido del teléfono resonando en la sala como un eco de mi incertidumbre. Tras varias interminables tonalidades, finalmente contestó.
—Bueno.
—Hola, mamá.
—Hola, hijo. ¿Cómo has estado?
—Bien, pero necesito preguntarte algo, mamá.
—Sí, dime, hijo.
—Últimamente he estado soñando con una chica. No sé quién es y necesito saber de ella. ¿Tú la llegaste a conocer? ¿Qué significó en mi vida?
Hubo un silencio tenso al otro lado de la línea, como si mi madre estuviera sopesando mis palabras.
—Bueno, hijo, no supe mucho de ella. Solo que era tu novia y se iban a casar. La verdad, yo no puedo decirte mucho, ya que el que sabe más de ella es Dan.
—¿Dan? —pregunté, la confusión volviendo a susurrar a mis oídos.
—Sí.
—Bueno, mamá, gracias. Te amo.
—Yo te amo más, hijo. También le envías saludos a Monse.
Colgué, sintiéndome aún más confundido. ¿Por qué Dan no me había contado nada? Tal vez esperaba a que yo hiciera la pregunta. En eso, Monse apareció, radiante y lista para trabajar, dándome un beso de despedida que me dejó un sabor agridulce en los labios. No pude esperar más; mi necesidad de respuestas era apremiante y decidí ir a casa de mi amigo.
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El mejor amigo de mi hermano
RomanceDesde que tengo memoria, siempre he estado enamorada de Joe Anderson, el mejor amigo de mi hermano. Con su risa contagiosa y esos ojos que brillan como estrellas, cada vez que lo veo, siento mariposas en el estómago. Pero, por alguna razón, nunca me...