**Narra Joe:**Me desperté sintiendo un dolor de cabeza que pulsaba con intensidad. No estaba del todo seguro de lo que había ocurrido en la fiesta; los fragmentos que recordaba eran vagos y desordenados, pero había uno que destacaba en mi mente: Scarlet. La imagen de su risa iluminaba mi confusión, pero los detalles eran un rompecabezas cuyas piezas apenas encajaban.
Me levanté con esfuerzo y bajé a la cocina, donde busqué un analgésico, con la esperanza de que el alivio físico también limara mi confusión emocional. Volví a mi habitación y me dejé caer sobre la cama, la mirada perdida en el techo blanco.
De repente, un recuerdo nítido atravesó mi mente como un rayo. El instante en que Scarlet apareció en mi vida, la tarde en que me atreví a acercarme a ella y susurrarle que me gustaba. Tenía catorce años, y aunque ella solo era dos años menor, siempre la había visto como un pequeño destello de luz que deslumbraba mi mundo. La forma en que se enojaba cuando la llamaba "pequeña" solo aumentaba su belleza en mi corazón adolescente.
**Flashback:**
Era una tarde cualquiera, Ella y yo estábamos viendo películas en mi casa, atrapados en un mar de risas y bromas. Fue en ese momento, cuando su hermano salió de la habitación, que el silencio se tornó abrumador. El latido de mi corazón resonaba en mis oídos. Con una mezcla de nerviosismo y valor, me acerqué a su oído y murmuré:
—Me gustas.
Recuerdo claramente su rostro, la sorpresa grabada en sus ojos, antes de que el pánico la impulsara a correr. En mi mente, había anticipado una reacción diferente, un "A mí también me gustas" que nunca llegó. Después de eso, las palabras se me hicieron veneno, y opté por mantenerme alejado de ella. Años pasaron, y aunque había salido con otras chicas, un pequeño rincón de mi corazón siempre pertenecía a Scarlet. Esa incertidumbre, si me odiaba o si, de alguna manera, también sentía algo por mí, nunca se desvaneció.
**Fin del Flashback.**
¡Oh, Scarlet! Nunca entendí cómo lograste colarte tan profundamente en mis pensamientos, cómo tus risas y tus lágrimas se convirtieron en la música de mi vida. Pero ahora, mientras el dolor de cabeza se disipaba, los recuerdos de la fiesta comenzaron a caer sobre mí como un torrente.
Me quedé en shock cuando, entre los fragmentos de la noche, recordé que había besado a Scarlet de nuevo, y esta vez, ella no se apartó. ¿Acaso le importaba? ¿Podía ser que le gustara? Dudas y esperanzas chocaban en mi mente, creando un cóctel de ansiedad y emoción que apenas podía manejar.
Decidí darme una ducha para aclarar mis pensamientos y, tras un rato, tomé el teléfono y marqué su número. La emoción corría por mis venas.
—Hola —respondió, su voz sonando sorprendida.
—Soy yo, Joe.
—Ah, hola —contestó, un tanto aturdida.
—Oye, ¿te puedo preguntar algo?
—Sí, dímelo.
—¿Te gustaría ir a cenar conmigo?
—Sí.
—Genial. Paso por ti a las ocho.
—Está bien.
**(Fin de la llamada)**
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**Narra Scarlet:**
Desperté y miré el reloj; eran las dos de la tarde. Mi casa estaba en silencio, sola, con la única compañía de mis pensamientos. Con mi madre trabajando y mi hermano en un partido de fútbol, decidí hacer algo de comer. Una vez satisfecha, subí a mi habitación y, al no tener nada que hacer, me sumergí en uno de mis libros favoritos.
Eran las cinco de la tarde cuando recibí una llamada inesperada de un número desconocido. Al contestar, me sorprendí al escuchar que era Joe. No sabía cómo había conseguido mi número, pero eso no importaba. Después de una breve conversación, me llené de emoción al colgar; ¡me había invitado a cenar!Salté de la cama, me duché y me arreglé rápidamente. Elegí unos jeans azules y una blusa negra que decía: "Quizás no se trate del final feliz, quizás se trate de la historia”, un regalo de mi hermano. Cuando miré el reloj y vi que eran las ocho, sentí una mezcla de nervios e ilusión.
De repente, escuché un golpe en la puerta. Al abrirla, Joe apareció, luciendo atractivo. “¿Ya estás lista?” preguntó. Cerré la puerta de mi casa con un latido acelerado y salimos.
En el camino, me pidió que me vendara los ojos. Accedí, intrigada. Cuando el coche se detuvo, escuché cómo Joe bajó y abrió mi puerta. Me guió a través de un elevador y, al salir, susurró que podía quitarme la venda. Al hacerlo, quedé atónita: estábamos en el techo de un restaurante, con una impresionante vista de la ciudad.
“¿Te gusta?” me preguntó. “Me encanta”, respondí, el corazón palpitando de felicidad.
La mesera tomó nuestra orden y, aunque estábamos cenando, para mí todo eso era más que una cena; era una cita perfecta. Joe se comportaba como un caballero, algo que no esperaba de él, ya que lo conocía como un mujeriego. Durante la cena, me habló de su pasado y de sus amigos, revelando que su mejor amigo era, inesperadamente, mi mejor amigo. Nos reímos mucho al recordar anécdotas de Mario y, al terminar de comer, me preguntó si quería dar un paseo.
“¡Claro!” respondí. Caminamos hacia la playa y, tras un largo trayecto, llegamos a un muelle donde un enorme barco tenía mi nombre. “¿Te quedas mirando o subes?” dijo Joe, extendiendo su mano. Nuestros dedos se entrelazaron con una mezcla de emoción y nervios.
Mientras navegábamos, la noche se volvía más hermosa. Joe se acercó, nuestras miradas se encontraron y la cercanía creó una tensión eléctrica entre nosotros. Coloqué mi dedo sobre sus labios y susurré: “No doy besos en la primera cita”. Su respuesta fue juguetona, pero no pude evitar reír.
Entramos al barco y me sorprendió su comentario sobre dormir juntos. “No me quedaré aquí, mi mamá se preocuparía”, protesté. Pero él había planeado todo y le había enviado un mensaje a mi hermano para que dijera que estaba en casa de Monse.
En un arranque de valentía, Joe se quitó la camisa, mostrando su físico perfecto. “¿Dónde dormirás? Aquí es lo único cómodo”, bromeó. A pesar de mis dudas, me recosté a su lado, girando de espaldas. Sentí sus brazos rodear mi cintura y respiraciones suaves en mi cabeza. “Buenas noches, mi pequeña”, me susurró, y una oleada de calor recorrió mi cuerpo.
“No puedo creer que esto esté pasando”, pensé mientras caía en un profundo sueño.
Desperté al día siguiente y, al ver a Joe a mi lado, mi corazón dio un salto. Cuando abrió los ojos, me miró y, sin previo aviso, me besó. Fue un beso lento y apasionado, pero me interrumpí, insegura de lo que podía significar. Sin decir nada, me levanté, salí de la cama y corrí hacia el muelle.
Después del muelle, decidimos continuar nuestra aventura explorando otros lugares de la ciudad. Caminamos por las calles llenas de vida, donde el aire estaba impregnado de aromas deliciosos de los restaurantes y cafés. Pasamos por un pintoresco mercado donde las coloridas frutas y verduras nos llamaban la atención, y no pudimos resistir la tentación de probar algunas.
Luego, nos detuvimos en un café acogedor con mesas al aire libre. Ordenamos un par de pasteles y cafés, disfrutando del ambiente animado. Nuestro tiempo juntos se llenó de risas y conversaciones, cada momento se sentía especial mientras compartíamos historias y sueños. La tarde se convirtió en un momento inolvidable.
Al llegar a casa, abrí y cerré la puerta con prisa, una vez en mi habitación, mi corazón latía con fuerza. Recordé su beso mientras acariciaba mis labios, pero también sentí un miedo creciente: el miedo de enamorarme de él, el miedo de que pudiera romperme el corazón.
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El mejor amigo de mi hermano
RomansaDesde que tengo memoria, siempre he estado enamorada de Joe Anderson, el mejor amigo de mi hermano. Con su risa contagiosa y esos ojos que brillan como estrellas, cada vez que lo veo, siento mariposas en el estómago. Pero, por alguna razón, nunca me...