C A P Í T U L O 12.

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Zach.

Apenas las palabras escaparon sus labios, un peso se hizo presente sobre mis hombros y todo rastro de juego que podía haber en mi desapareció.

Sin embargo, me decidí a actuar como un idiota que no entendía nada en un intento de que se arrepintiera de lo que estaba preguntándome y no me obligara a contestarle, de que dejara de mirarme de esa manera que seguramente me haría soltar la lengua y decírselo todo.

—¿Por qué, qué?

Ella me miró, con sus labios ahora presionados en una fina línea que causó que mi corazón se estrujara, siendo consciente de que mi para nada inocente pregunta la había molestado. Si era honesto, a mi también me molestaría que alguien fingiera no tener idea de qué estoy hablándole si es claro que lo sabe.

—No eres idiota, Zach, no actúes como si lo fueras.

Yo realmente no lo era. Solo había tomado una mirada en su dirección para saber a qué se refería con su pregunta.

Mirándola en ese momento, quise soltarle todo. Decirle por qué había hecho lo que había hecho, por qué, a pesar de que lo hubiera hecho, no había absolutamente nada en todo el universo que yo hubiera querido hacer menos que eso. Quería decirle que todavía la quería con aquella misma intensidad que yo le había prometido hacía unos meses, y que no había forma de que mis sentimientos por ella se pudieran apagar de un día para el otro como si tuvieran un interruptor.

—No soy idiota —siguió, en el mismo tono de voz bajo pero seguro —. Se que un día algo en ti cambió y luego... —ella tomó una bocanada de aire —. Lo que intento decir es, si realmente me querías como decías que lo hacías... ¿por qué me dejaste? —sus ojos buscaron los míos y no demoró más de medio segundo en encontrarlos, siendo imposible para mi alejar mi vista de los suyos brillando con ese fuego que me hacía amarla más a cada segundo que pasaba, si eso era posible —, ¿fue porque encontraste a alguien más o...?

Su voz se apagó con decepción, con dolor, y, antes de que pudiera siquiera pensar que quizás era una buena idea que ella pensara eso, que la había engañado y por eso la había dejado, yo estaba hablando de nuevo.

—No —dije, como si me hubiera golpeado en el estómago —. No, Kellie. Nunca.

Algo pareció cambiar en ella, como si un repentino alivio hubiera llegado finalmente después de casi cuatro meses, y me sentí un idiota por no habérselo aclarado antes, por haberla hecho pensar eso de mi, de nosotros. Pero luego aquella expresión de dolor volvió a su rostro.

—¿Entonces? —susurró en un hilo de voz.

Quería decirle todo, absolutamente, pero sabía que no podía. Si se lo decía, nada de lo que había pasado, nada de todo el sufrimiento por el que nos había puesto a ambos tendría sentido.

—Lo siento, Kells —murmuré, con mi pecho ardiendo como si lo hubieran prendido en llamas y no hubiera forma alguna de apagarlas —. Lo siento mucho.

Ella volvió a presionar sus labios en una línea, la expresión de dolor que yo tenía en mi rostro reflejándose en el suyo.

—Pero, ¿por qué? —insistió.

En ese momento no me importó en lo absoluto. En ese momento era lo suficientemente egoísta como para quererla solo para mi, como para volver a tenerla en mis brazos, que ella me tuviera en su corazón. En ese momento, abrí mi boca dispuesto a contarle el por qué había hecho lo que había hecho, por qué había roto tanto su corazón como el mío con un par de palabras que nunca había sentido.

Y, en ese momento, alguien más se sentó en nuestra mesa, como si lo hubiéramos invitado y no fuera en realidad un intruso en nuestra muy privada conversación.

Midnight Blue Eyes  [ESPAÑOL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora