Zach.
Kellie, sentada frente a mi de piernas cruzadas como indio y un almohadón entre ellas, me miraba como si fuera una niña en víspera de navidad, con la ilusión desbordando sus hermosos ojos.
Me reí, sacando la guitarra de su estuche y sentándome frente a ella. Me acomodé en mi lugar y la miré, encontrando sus ojos aún más brillantes que antes.
Me di cuenta de que la camisa celeste la hacía lucir más formal de lo que debería en mi habitación, y me vi tentado a ofrecer quitársela.
—¿Lista? —pregunté. Ella asintió con la cabeza varias veces, emocionada.
Intentando ocultar la sonrisa burlona y divertida en mi rostro, bajé la vista a la guitarra y toqué los primeros acordes de una de sus canciones favoritas.
Ella soltó una risa entre divertida e incrédula que pronto intento camuflar con una tos. Por supuesto, cuando entrecerré mis ojos en su dirección, ni siquiera intento contenerla y solamente estalló en risas, robándome una sonrisa.
—¡Eso es terrible! —soltó entre risas, señalando la guitarra entre mis manos y sacándome una risa también —. Vaya, Zach, el tiempo esta oxidándote, deberías jubilarte —bromeó.
Solté una carcajada, empujándola por el hombro suavemente.
—Por supuesto que no —bufé, volviendo la atención a la guitarra y, ahora, decidido a tocar como se debía.
Lo previo había sido un juego, una broma para poder lograr que ella riera de nuevo y que mi corazón se llenara de aquella sensación cálida una vez más, pero ahora quería demostrarle que nada había cambiado, que todo estaría bien.
Ella me miraba embelesada, con una suave sonrisa en los labios y una mirada que se parecía al terciopelo llenando sus ojos mientras rasgaba las cuerdas del instrumento.
En ese momento me di cuenta de que no necesitaba que ella riera para hacerme feliz; el solo hecho de estar sentada frente a mi con aquella mirada en su rostro era más que suficiente para que no solo mi corazón se llenara de aquella sensación, sino que se esparciera por todo mi cuerpo, comenzando en mi pecho y dirigiéndose a cada rincón.
El solo hecho de que me mirara a mi, de todas las personas, con esos ojos tan llenos de amor, era suficiente como para hacerme querer quedarme a su lado por el resto de mi vida.
—De eso estaba hablando cuando te pedí que me tocaras una canción —murmuró sonriente.
Le devolví la sonrisa, continuando con los acordes que me sabía de memoria.
Cuando la canción llegó a su fin, su sonrisa se agrandó, robándome una a mi también.
—Gracias —dijo.
Le guiñé el ojo.
—Cuando quieras, Kells —respondí, dejando la guitarra en el suelo al lado de mi cama.
Mientras ella mordía su labio inferior y me miraba de aquella manera, con sus ojos desprovistos de juegos y de pronto llenos de deseo, tenía la repentina pero para nada sorpresiva necesidad de besarla.
Como si estuviéramos pensando lo mismo, ambos nos acercamos al otro en el mismo momento, su mano yendo directamente a mi cuello y la mía a su cintura.
No había sensación en el mundo que superara la de sus labios en los míos, su cuerpo contra el mío y nuestras respiraciones danzando como una. No había nada en el mundo que yo pudiera preferir antes que estar entre sus brazos.
Sin siquiera darme cuenta, su espalda estaba sobre el colchón, conmigo sobre ella, su pierna derecha a la altura de mi cadera y la planta de su descalzo pie haciendo un camino desde la parte trasera de mi muslo hasta mi pantorrilla. Una de mis manos estaba presionada en su cadera mientras las suyas se perdían entre los mechones de mi pelo.
Sus manos se deslizaron por mis costillas hasta el bordillo de mi camiseta blanca, acariciando todo en su camino, y, tras juguetear con ella unos segundos, tiró hacia arriba y la quitó. Las mías hicieron lo mismo con su camisa, ni siquiera gastándome en desabotonarla y dejándola solamente con un sujetador blanco que me hizo cerrar los ojos por un momento para no perder el control. Mis labios volvieron de su cuello a los suyos mientras pasaba mi mano por su espalda, acercándola aún más a mi y dejando libre el camino hasta el broche de dicha prenda, el cual en pocos segundos estuvo acariciando las puntas de mis dedos.
Antes de que pudiera desabrocharlo, la puerta de mi habitación se abrió de par en par, causando que detuviéramos nuestro hambriento beso y miráramos con horror como el niño en la puerta era mi hermano, mirándonos con la cabeza hacia un lado y el ceño fruncido con confusión.
—Mierda —farfulló Kellie, empujándome a un lado y dándole la espalda al enano en mi puerta con sus mejillas furiosamente enrojecidas como nunca.
—¡Jake! —gruñí, lanzando un almohadón en su dirección, el cual golpeó la puerta al ser entrecerrada como protección —. ¡Tienes que golpear antes de entrar! ¡Ya hablamos de esto!
Él cerró la puerta con una risa divertida escapando sus labios.
Miré a Kellie nuevamente, encontrándola boca abajo, apoyada en sus antebrazos y escondiendo su rostro en mi almohada.
—No puedo creer que tu hermano acaba de entrar a la habitación con nosotros... —se silenció a sí misma, la vergüenza tiñendo sus mejillas cuando me miró por un segundo antes de volver a enterrar la cabeza en la almohada.
No pude evitar soltar una carcajada.
Me acerqué a ella, besando su hombro desnudo y poniéndome de pie en busca de nuestras prendas perdidas.
Ahora que Jake había entrado, nada en el ambiente era lo que solía ser hacía solo un minuto.
Lancé la camisa desde el suelo a su dirección mientras recogía la mía, poniéndomela y viéndola a ella hacer lo mismo aún enrojecida.
—Ha sucedido antes —me encogí de hombros.
Afortunadamente, las dos veces previas en que Jake había entrado a mi habitación, Kellie y yo apenas estábamos en la misma fase que ese día; sin camisas, pero aptos para todo público.
Ella entrecerró los ojos en mi dirección y lanzó la almohada directamente a donde me encontraba, robándome una carcajada en el proceso.
—
¡Por fin volví! ¿Un maratón final? 👀
No olviden votar si les está gustando la historia de Kellie y Zach. Ya queda poco❤️
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Midnight Blue Eyes [ESPAÑOL]
RomanceÉl no ha sido capaz de dejar de robarle miradas en todo este tiempo, y ella todavía no ha logrado controlar los latidos de su corazón cada vez que lo veía hacerlo. Después de cuatro meses de lo que solo podría ser considerado un helado infierno, un...