C A P Í T U L O 19.

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Kellie.

Inhalé el característico aroma que Zach siempre tenía, cerrando los ojos por un momento mientras me recuperaba de lo que acababa de suceder.

Solté un suspiro, aferrándome a él con aún más fuerza que antes y sintiendo su agarre aumentar la presión como respuesta.

—Gracias, en serio. —repetí, aunque ya se lo había dicho un par de veces.

Él me tomó por los hombros, alejándome un poco. Apenas estuve en su campo de visión, su mano subió a mi rostro, con su pulgar borrando las lágrimas que habían caído por mis mejillas.

—Kellie, jamás tienes que agradecerme por esto, sabes que siempre que me necesites aquí estaré, sin dudarlo, ¿está bien?

Asentí con la cabeza, mi corazón aleteando con un tonto cosquilleo ante sus palabras.

Podía ver en sus ojos que él quería preguntar qué había causado el ataque de pánico, pero mantuvo las palabras dentro de su boca.

—Está bien. —repetí.

Sus labios se presionaron contra mi frente por unos largos segundos, causando que cerrara los ojos ante el contacto, sintiéndome diez kilos de preocupación más liviana que antes.

Sentir su piel contra la mía, su aroma, sus manos, en aquel momento era todo lo que necesitaba. Era tan reconfortante el saber que él aún estaba ahí, que aún le importaba, que el hecho de que ya no estábamos juntos se escapó de mi mente. Volví casi cuatro meses atrás en el tiempo, deseando que ese largo período de tiempo nunca hubiera existido y que, si yo simplemente le soltaba un "te quiero" y lo besaba, él iba a responder a ambas.

Ante ese último pensamiento, me di cuenta de que no podía volver cuatro meses en el tiempo, no podía fingir que nada había sucedido, que nunca habíamos dejado de ser nosotros, porque el solo hecho de que había pensado decirle "te quiero", explicaba que algo había cambiado entre nosotros. Yo no quería decirle que lo quería, quería decirle que lo amaba, que lo necesitaba en mi vida, que quería que volviéramos a estar acurrucados en su cama con nada más que una sábana cubriéndonos, que me hacía falta, pero ahora algo había cambiado. Ahora de pronto tenía un irracional miedo a la posibilidad de un rechazo de su parte.

Solté un casi infinito y tembloroso suspiro, soltándome lentamente de su agarre. De mala gana, su cuerpo estuvo a una distancia prudencial del mío.

Estaba mirándome con aquella mirada preocupada con la que me miraba todas las veces que esto había pasado, aquella mirada que inundaba mi pecho de una sensación cálida y mi estómago de aleteos.

Abrió la boca y luego la cerró, como si hubiera reconsiderado hablar.

Finalmente lo hizo.

—¿Vas a decirme qué pasó? —murmuró, su voz suave como el terciopelo pero su pregunta inquietándome.

Mi mirada intentó huír de la suya, pero apenas sus dedos acariciaron mi barbilla, con su pulgar casi rozando mi labio inferior, mis ojos volaron a los suyos.

—Tuve un ataque de pánico —dije, como si él no lo supiera ya y como si no me diera cuenta de que eso no era lo que él me preguntó. Sus ojos me miraban con una intensidad que hacía mis rodillas temblar incluso estando sentada, siendo imposible rehuir su mirada —. No lo sé, Zach —murmuré, bajando la mirada a su pecho, el cual subía y bajaba a la velocidad de su calma respiración —, recibí demasiada información en muy poco tiempo. No soy buena procesándola.

Pero eso no era ninguna sorpresa, él me conocía mejor que nadie.

Presionó los labios en una fina línea y sus ojos endurecieron, su mano perdiendo todo contacto con mi piel. Casi se me escapó un quejido ante lo último.

Él dejó su espalda apoyarse contra la pared. Ya no estábamos enfrentados, ahora su perfil estaba en mi dirección mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, soltando un suspiro. Apoyó sus antebrazos en sus rodillas flexionadas, viéndose increíblemente guapo a pesar de lo derrotado que se veía.

Cuando habló no me miró.

—Lo siento, Kellie —murmuró, y luego soltó una suave risa sin una pizca de humor, pasando su mano por su cabello en un movimiento brusco —. Lo siento, no tendría que habértelo dicho.

Ante sus palabras mi ceño se frunció, mi espalda enderezándose.

—¿Qué?

—Lo siento —repitió, su mirada volviendo a mi por un momento antes de regresar a la pared frente a nosotros —. Fue egoísta decírtelo, no debería haberlo hecho, sé por qué lo hice y...

—Tú no... —lo interrumpí, deteniéndome a mi misma para calmarme en lo que me tomaba inhalar, con el ceño fruncido —. Tú me lo dijiste porque te lo pregunté, Zach. ¿Qué te hace pensar que hubiese preferido que no me lo contaras?

Me miró de reojo, soltando otra risa irónica.

—El hecho de que estamos sentados en el suelo de una librería, diez minutos después de que tuvieras un ataque de pánico que casi hace que mis pulmones y los tuyos exploten.

Mordí mi labio inferior con fuerza, sintiendo como ardía bajo la presión pero sin soltarlo.

—No es tu culpa. —dije.

Yo también lo conocía como a nadie, y sabía que él tenía la tendencia a echarse la culpa por cosas que realmente no le correspondían.

Mordió su labio inferior con la misma presión con la que yo había estado mordiendo el mío unos segundos atrás, y casi pude ver como lo que yo había dicho no había cambiado lo que estaba en su mente.

—Zach —dije, mis dedos cerrándose en su muñeca para que me mirara. Cuando lo hizo, soltó su labio —. No lo es.

—Sí lo es, Kells —dijo, deslizando su mano hasta que mis dedos estuvieron entrelazados con los suyos. Soltó un suspiro, mirando nuestras manos —. Te lo dije porque, en el fondo, esperaba que eso hiciera que me perdonaras. No podía seguir mintiéndote.

—¿Cómo eso hace que sea tu culpa?

—No lo sé, Kellie. —farfulló, la presión de su mano en la mía aligerándose.

Antes de que pudiera alejar sus dedos de los míos, los cerré a su alrededor, nuestras manos entrelazadas.

—Estás diciendo muchas estupideces últimamente. —murmuré, robándonos una sonrisa tanto a él como a mi.

Él me miró, dándole un apretón a mi mano.

—¿Alguna vez me detuve?

Finalmente 3/3

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