C A P Í T U L O 10.

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Zach.

Ella ya ni siquiera podía dejar de gruñir cada minuto y medio, todas las veces en que no podía llegar al resultado de la ecuación frente a ella.

—¿Por qué soy tan tonta? —alargó, la frustración tiñendo cada una de sus palabras mientras cerraba sus ojos con fuerza y pasaba una mano por su cabello.

Mi estómago se estrujó ante lo que decía.

Siempre me había dolido que ella dijera esas cosas, siendo tan injusta con ella misma, tan dura con ella misma, mientras que, cuando yo la veía, solamente veía lo jodidamente inteligente que era, la impresionante mujer en la que se había convertido con el tiempo, a pesar de todo lo que le había pasado.

—Kells, ya hemos hablado de esto muchas veces. No tienes un pelo de tonta en todo tu cuerpo y lo sabes, así que deja de decirlo, me enloquece. —dije, soltando un suspiro.

A ella realmente le costaba la matemática, tanto como a mi me había costado estudiar para literatura, y me enloquecía saber que, a pesar de todos mis intentos por ayudarla, solo había una cantidad limitada de cosas que podía hacer.

Nada de lo que yo pudiera decir alguna vez le iba a hacer justicia a lo que sentía que ella era, lo que merecía.

Cuando abrió los ojos, mirándome con aquella mirada derrotada con la que ya me había mirado varias veces en la misma situación a lo largo de los años, mi corazón se estrujó. Sus ojos estaban cristalizados por la frustración que yo sabía que ella estaba sintiendo sin necesidad de que soltara un solo sonido o palabra.

Llevó su mano hasta su rostro, frotando la punta de su nariz con el dorso de la misma un par de veces.

—Lo sé —gruñó —. Es solo que así se siente algunas veces.

Yo lo sabía más que nadie. Sabía cuánto la afectaba esto, sentirse como que no era lo suficientemente inteligente, incluso cuando yo sabía que lo era.

Ante su expresión y sin poder contenerme, hablé.

—¿Sabes? Hemos estado con esto mucho tiempo —comencé, poniéndome de pie y extendiendo mi mano hacia ella, aún sentada en el suelo y mirándome con confusión —. Nos merecemos un tiempo libre, ¿quieres ir por un café?

¿Qué. Diablos. Estás. Haciendo?, mi cerebro preguntó. 

Como si un solo golpe directo a mi corazón no hubiera sido suficiente para destrozarlo, ahora estaba invitándola a ir por un café, lo cual solo indicaba que mis esperanzas de que quizás algo entre nosotros podía suceder nuevamente aumentaran exponencialmente, teniendo como resultado algo que solamente podía ser negativo.

Era un idiota.

Yo ya la había lastimado una vez, por buenas razones, sí, pero ella no lo sabía, y yo estaba decidido a no volver a lastimar un solo pelo de toda su hermosa existencia en mi miserable vida.

Pero, de nuevo, aquí estaba yo; hablando antes de poder tener tiempo de pensar en lo que estaba haciendo.

Ella miró mi mano, extendida en su dirección, y luego miró la calculadora frente a ella, dudando por un segundo. En el momento en el que consideré que quizás debía bajar mi mano, sentarme y dejar de querer seguir golpeando a mi pobre corazón, sus dedos se aferraron a mi mano, tomando impulso y aprovechando la poca fuerza que tuve que ejercer con tal de ponerla sobre sus pies. Por supuesto, eso fue lo único que se tomó para que mi estómago se volviera un manojo de nervios y mi corazón se acelerara.

Por primera vez en cuatro meses, estaba tocándola.

Y no fue hasta ese momento que me di cuenta de cuánto realmente la extrañaba. Siempre me había hecho falta su presencia, pero hasta el momento no me había dado cuenta de lo mucho que había necesitado su tacto, sus manos, su piel. A ella.

Mis ojos no parecían ser capaces de alejarse de nuestras manos, aún la mía sosteniendo la suya, y cuando la miré, me di cuenta de que ella también estaba mirándolas.

Pareció darse cuenta de esto, y, mientras subía la mirada a mi rostro, sus delgados dedos se deslizaron fuera de mi agarre, causando un leve malestar en mi interior. Su mano se escondió en el bolsillo delantero del jean que traía puesto, aquel jean que, notaba apenas ahora, yo le había quitado más de una vez.

Solté un suspiro lo más disimuladamente que pude, enfriando mis pensamientos y la ruta que comenzaban a tomar mientras alejaba la vista de ella.

Todo por un par de jeans que se me hacían demasiado conocidos.

Le di una pequeña sonrisa ladeada en un intento de que no notara lo que estaba pensando.

—¿Vamos?

Ella también me sonrió.

—Vamos.

Eso fue todo lo que necesité para darme la vuelta y encaminarme a mi camioneta.

Kellie lo estaba haciendo de nuevo, si en algún momento se había detenido, y ni siquiera se estaba dando cuenta. Ella estaba prendiéndome fuego lentamente, haciendo que todo lo que sentía por ella y que había estado intentando guardar en un cajón perfectamente sellado dentro de mi por cuatro meses surgiera nuevamente, como si fuera una flor y ella fuera el sol que tanto necesitaba para vivir.

Y lo peor de todo era que ella, nuevamente, no tenía idea del efecto que causaba sobre mi, de cómo me afectaba su tacto, de cómo temblaba con solo imaginarla, de cómo solo el pensamiento de su sonrisa ponía una en mi rostro. 

Kellie no tenía idea de lo perdido que estaba en ella.

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Midnight Blue Eyes  [ESPAÑOL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora