Él no ha sido capaz de dejar de robarle miradas en todo este tiempo, y ella todavía no ha logrado controlar los latidos de su corazón cada vez que lo veía hacerlo.
Después de cuatro meses de lo que solo podría ser considerado un helado infierno, un...
Me desperté de golpe, con el corazón latiendo desesperado en mis oídos. El sonido me había sobresaltado, disparando mis latidos y causando que me despertara de una manera para nada agradable.
Me senté en la cama, viendo como Zach gruñía y se daba la vuelta, poniendo la almohada sobre su cabeza como lo había hecho tantas veces cuando la alarma sonaba en un intento de silenciar el molesto sonido. El problema era que el sonido no era una alarma, era el tono de llamada de mi celular.
Estiré mis manos por toda la cama, intentando encontrar el aparato perdido entre las mantas hasta que mis dedos fueron capaces de agarrarlo y contestar a la llamada, viendo con ojos entrecerrados por el brillo el nombre de mi madre iluminando la oscuridad.
—Kells, ¿podrías por favor contestar? —farfulló Zach con voz adormilada antes de que hiciera lo que estaba pidiéndome.
Me reí en respuesta, apretando el botón verde que aparecía en la pantalla.
—¿Hola? —pregunté, esperando que mi madre me explicara por qué estaba llamándome.
—¿¡Kellie!? —chilló al otro lado de la línea. Ante su tono, Zach levantó la cabeza de debajo de la almohada y me miró. Todo en él decía que estaba noventa y cinco por ciento dormido, y no pude evitar el sentimiento de ternura que se arremolinó en mi pecho al verlo —. ¡Gracias a Dios! ¿¡Estás bien!?
Fruncí el ceño, olvidando lo guapo que se veía Zach por un momento, para prestarle atención a la preocupación en la voz de mi madre.
—Sí, mamá, ¿por qué no lo estaría? —respondí, intentando tranquilizarla.
La mujer al otro lado se mantuvo en silencio unos segundos antes de explotar.
—¿¡Quizás porque son las tres de la madrugada y todavía no apareces en tu casa, Kellie Margaret Blaine!?
Mis ojos se abrieron de par en par y mi mandíbula cayó abierta, mirando a Zach sentarse en la cama, confundido ante mi reacción y ahora despierto.
—¿¡Qué!? ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho, me quedé dormida!
—¿Dormida? ¿Dónde?
Mis mejillas enrojecieron, alejando mis ojos de los intrigados del chico frente a mi.
—En la casa de Zach. —murmuré.
—Oh —fue lo único que salió de su boca —. Oh, esta bien. Deberías haber empezado por ahí, al menos no me preocupabas de esta manera. —me regañó.
—Zach y yo ya no...
—Lo sé, cariño, pero lo conocemos y sabemos que él siempre te cuida. No me preocupa que estés en su casa. ¿Te quedarás ahí?
El calor en mis mejillas subió hasta mis orejas, negándome a mirar a Zach.
—No. —respondí.
Ella simplemente me dijo que estaba bien, se despidió y terminó la llamada.
Miré a Zach una vez que mi madre ya no estaba escuchándome hablar, encontrándolo nuevamente acostado y con una sonrisa.
—Son las tres de la mañana. —alegué como un reproche, pero ambos sabíamos que no lo era.
Él se encogió de hombros.
—Es lo que sucede cuando te quedas dormida en mi cama. Siempre decías que este colchón era el paraíso —bromeó, causando una sonrisa de mi parte mientras yo evitaba mencionar que lo que me hacía dormirme así de fácil era estar entre sus brazos, no el colchón, y luego volvió a hablar, esta vez con seriedad pero sin perder la sonrisa —. Podrías quedarte aquí a dormir. Solo quedan un par de horas antes de que tengamos que despertarnos, de todas maneras. Si te importa, puedo ir a dormir al sofá, no tienes que irte.
Mis mejillas parecían ser incapaces de enfriarse.
—No tengo ropa.
—Puedes usar algo de mamá, solías hacer eso las primeras veces, al menos. —dijo.
Mordí mi labio inferior, dudando.
De verdad quería quedarme a dormir en su casa. En su cama, en realidad, entre sus brazos y sintiendo cada parte de su cuerpo contra el mío como antes, pero no estaba segura de si eso era lo correcto en aquel momento.
—O puedo llevarte a tu casa. Cualquiera que decidas está bien para mi. —murmuró, mirándome directamente a los ojos.
Decidida a no pensarlo demasiado, asentí con la cabeza.
—Vale —dije, y agregué en broma, intentando desaparecer el sentimiento de nerviosismo —, supongo que quedarme no le hará daño a nadie.
Una sonrisa iluminó su rostro entero, asintiendo él también, y se puso de pie con su almohada en la mano, causando que mi ceño se frunciera.
Antes de que pudiera siquiera pensarlo, mi mano se disparó a la suya libre, deteniéndolo de un suave tirón.
—¿Qué pasa? —preguntó, sin intentar soltarse de mi agarre, sino que jugueteando inconscientemente con mis dedos.
Sentí mis mejillas enrojecer aún más ante lo que estaba por decir.
Di otro suave tirón de su mano en mi dirección.
—No tienes que irte. —murmuré, subiendo mi vista hasta sus ojos, los cuales me miraban con la sorpresa y un brillo emocionado bañándolos.
—¿Segura? Porque no tengo...
—Segura. —interrumpí, soltando su mano y volviendo a acurrucarme en su cama bajo las mantas, esperando a que hiciera lo mismo de su lado.
Bajo mi atenta mirada, volvió a dejar la almohada donde estaba anteriormente y se acostó a mi lado, de la misma forma en la que yo estaba acostada.
Ambos estábamos sobre nuestro lado, nuestras rodillas acariciándose y nuestros rostros a apenas unos centímetros de distancia.
En ese momento, en aquel cómodo silencio que nos envolvía, lo único que quería hacer era decirle cuánto lo quería, cuánto lo amaba.
Sin poder prevenir mis acciones pero sin arrepentirme en lo absoluto, me apoyé sobre mis antebrazos y me incliné hacia él, presionando mis labios sobre los suyos en un beso tan inocente pero que a su vez significaba tanto que dolía. Con mis ojos cerrados y mis labios sobre los suyos, recordé cada momento juntos, cada sentimiento que él provocaba, y no quise alejarme jamás de él, de esos momentos, de esos sentimientos que sólo él era capaz de suscitar en mi.
—
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