Probablemente todos los seres humanos tengamos algo de nuestras vidas por lo que quejarnos. Es casi imposible que nadie tenga cosas de su infancia que le gustaría cambiar o que está convencido que, de estar en la posición de sus padres en un futuro, haría las cosas completamente diferentes.
Tuve una buena infancia, no puedo decir lo contrario.
Un techo, una cama, una familia. No podría ir por la vida diciendo que fueron años difíciles, porque sé que hay mucha gente que lo tuvo y aún lo tiene mucho peor que yo, pero tampoco puedo decir que fueron mis años más felices.
Mi padre no solía estar demasiado presente. Su empresa estaba terminando de consolidarse y, si bien era un hombre de dinero, se estaba encaminando a tener mucho más. Mi madre, completamente enamorada del hombre con el que decidió casarse, siempre estaba detrás de él, asegurándose que todo lo que necesitara se encontrara a su alcance.
Siempre fueron la pareja perfecta. Ambos con sueños y ambiciones.
Tener hijos estaba en sus planes, porque formar la familia perfecta era parte del plan. Sin embargo, creo que no consideraron que sus hijos iban a tener sus propias personalidades y que existía la posibilidad de que ninguno de los dos estuviera interesado en seguir sus pasos.
Samuel nació siete años antes que yo. En ese tiempo mis padres intentaron darle la mejor educación, inculcarle los mejores valores, encaminarlo hacia lo que ellos esperaban de él. Está de más decir que no funcionó. Mi hermano jamás fue de los que siguen las reglas y mucho menos de los que siguen las órdenes de sus padres.
Me refiero a que, Samuel era incluso de los que se metía en problemas en la escuela sólo porque mamá le decía "pórtate bien" antes de salir de casa, así que llegó un momento en el que ya no sorprendía a nadie cuando hacía lo contrario a lo que nuestros padres pretendían.
Así que eventualmente se rindieron.
No es que lo hayan abandonado y que no le hayan seguido dando todo lo que necesitaba, sino que dejaron de esperar cosas de él.
Luego llegué yo y se podría decir que conmigo se rindieron mucho más fácil. Era un desastre desde pequeña. Excéntrica, problemática, demasiado activa. Hablaba cuando aparentemente no tenía que hacerlo, me reía en los momentos menos apropiados, me interesaba por videojuegos sangrientos. Tampoco era lo que ellos habían esperado.
Lo que le reconozco a mis padres el hecho de que nunca se nos impusieron. No nos obligaban ni nos amenazaban para que hiciéramos lo que ellos querían, sino que sólo se limitaban a mirarnos con pura desaprobación, lo que se transformó en su marca característica.
Intenta crecer con eso y que no te quede ninguna cicatriz en el proceso.
Como mis padres llegaron a la conclusión de que aparentemente algo habían hecho mal y que claramente no debían volver a intentarlo, Samuel y yo no tuvimos más hermanos. También aprendimos a depender mucho el uno del otro.
A pesar de nuestra diferencia de edad nos volvimos prácticamente inseparables. Lo hacíamos todo juntos. Incluso me convertí en su protectora y confidente cuando se dio cuenta que las chicas no le interesaban ni un poco y la gente comenzó a juzgarlo, como si tuvieran alguna clase de derecho a hacerlo.
En una de esas tardes en las que tratábamos de escondernos del resto del mundo, fue que descubrimos "High Scorer", un local de juegos arcade que se convirtió en nuestro refugio durante un tiempo.
No tardé mucho en descubrir que realmente esos juegos no eran lo mío, que despertaban en mí una ansiedad que no sabía que tenía y que el único juego para el que era buena era el Pinball. Probablemente se debiera a que durante un tiempo fue el único juego que tenía en mi computadora, pero sea como fuera, era buena.
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El Juego Termina Contigo [ GAME OVER #1 ]
RomanceMelly y Bradley viven en mundos completamente opuestos, ella con un teléfono siempre en la mano y él con la cabeza en la cocina y, como le gusta pensar, con los pies sobre la tierra. La gamer y el cocinero parecen no tener nada en común, sin embargo...