12 - No está solo.
Santiago se limpió enseguida observando al muchacho. Su mente comenzó a debatirse entre llevarlo a la cama o dejarlo ahí. No quería darle mucha importancia, pero sus manos picaban por recogerlo y acurrucarlo en un sitio cómodo, pensar que si lo dejaba ahí podría enfermar no era muy agradable.
Se dijo a sí mismo que lo haría por la única razón de no querer pasar otro día más sin poder tomarlo, si lo dejaba enfermar, seguramente Braulio alegaría que necesitaba descansar y le prohibiría follárselo, había disfrutado tanto hacerlo, que no deseaba tener restricciones.
Lo cargó y fue a la habitación, en cuanto dejó el pequeño cuerpo sobre la cama, quiso revisarlo. Levantó un poco la camisa, notó ciertas marcas nuevas de los agarres sobre su cadera y en su pequeño trasero, de entre las nalgas podía distinguirse el semen que escurría y lo rosado que estaba después de como lo había tratado.
Bueno, tenía suerte, pues si Dana no hubiese llegado en el momento justo, le habría dado una paliza por los destrozos de su casa. Aún no estaba muy satisfecho, ese niño tenía que pagar más, hasta que el enfado se fuera.
Después de revisar que no estuviese herido de su delicado y estrecho orificio, quedó satisfecho, entonces decidió dormir. Se recostó a un lado del muchacho y pronto cerró los ojos perdiéndose en una imagen oscura donde el tiempo pasó volando.
El pequeño azabache comenzó a despertar, la habitación estaba cálida y por la ventana entraba la luz del día, pero él no se sentía bien. Se sentó, notando el dolor de su lastimada entrada trasera, fue al baño con dificultad, pues caminaba despacio a causa de los estragos en su cuerpo.
Tan solo al sentarse comenzó a chorrear semen. Quería volver a llorar, pero se sentiría más idiota de lo que ya creía ser, se limpió y fue al lavabo para asearse un poco, limpió con cuidado su trasero, el agua refrescó y calmó un poco el malestar, después se observó en el espejo.
Lucía terrible, unas ojeras enormes que se habían hecho durante aquellas semanas, pues a pesar de dormir demasiado, no descansaba cómodo. Su cabello lucía despeinado y un poco más largo, su cuello y piernas mostraban moretones y en su rostro ya casi desaparecían los rastros de la golpiza que recibió al intentar huir.
Recordó a sus amigos con preocupación, quería preguntarle a Santiago qué fue de ellos, tenía que hacerlo. Así que lavó su rostro y salió nervioso del tocador. Observó el cuerpo del mayor, bocabajo en la enorme cama y con una sábana cubriendo solo de la cadera para abajo, aquello perturbaba a Dylan, no quería ningún tipo de contacto con él y aun así no era posible evitarlo.
Se asustó al verlo abrir los ojos y fijarlos en él, como si fuese el culpable de haberlo despertado. Pero reconoció que no se veía tan amenazante cuando recién despertaba, jamás lo había visto de esa forma a pesar de dormir siempre a su lado.
La ligera tranquilidad del menor se borró de golpe cuando Santiago desvió la mirada y de pronto se levantó cambiando totalmente de semblante.
-no me jodas, son las cinco de la tarde. -farfulló el mayor comenzando a vestirse enseguida, había visto el reloj.
Dylan estaba de pie a unos pasos y Santiago lo empujó para entrar al baño y encerrarse un momento.
Santiago tardó un par de minutos dentro.
Apenas salió, secándose el rostro con una toalla y solo con sus pantalones puestos, observó al menos, ahora con más lucidez. Debía admitir que verlo con esa camisa grande que cubría solo lo suficiente era demasiado tentador.
Dylan se encontraba sentado en la orilla de la cama y parecía estar esperando a que saliera.
- ¿vas a entrar? -preguntó el mayor señalando el baño.