Seis años después.
Dylan, ahora mayor, el cabello un tanto más corto que antes y un cuerpo esperado a su edad, que aunque era aún joven, ya se había convertido en todo un hombre.
Un hombre muy atractivo, pues sus facciones seguían siendo delicadas, pero no tan infantiles como a sus diecisiete. Se encontraba sentado en un sillón individual leyendo un libro de medicina con muchísimo interés.
Lo resguardaba una casa hermosa y enorme, tan silenciosa que era algo extraño.
Aquel verano Cristel había ido a un campamento y volvería al día siguiente, llevaba dos semanas fuera. Se le extrañaba tanto. Ya no era una pequeñita, tenía ahora casi doce años y era una señorita en miniatura, muy linda y dulce.
-Feliz cumpleaños, amor. -susurró Santiago sorprendiendo al más joven que no lo esperaba.
Dylan bajó el libro topándose con una tarta frente a sus ojos, mientras sentía una respiración detrás de su cabeza. Sonrió enormemente y giró un poco para besar a ese hombre con ímpetu.
- ¡Creí que no lo recordabas! Esta mañana no me dijiste nada. -le recriminó acomodándose de nuevo.
-Eso quería que pensaras. -dijo Santiago rodeando el sillón para dejar aquello sobre una mesita y volverse hacia el menor. -Dylan, hoy no he dejado de pensar en todo este tiempo que hemos estado juntos.
- ¿Acaso no te gusta?
-No lo digo por eso, me encanta estar contigo, es solo que cada que lo pienso, no puedo creer la manera en que llegamos a esto.
-Bueno, si lo dices de ese modo, yo no recuerdo cómo fue que pasó, pero sé bien una cosa. -aseguró con firmeza, mirando intensamente ese par de ojos verdes que tanto le fascinaban. Santiago esperó en silencio dejándolo continuar. -Te amo cada día más, tenemos una vida juntos que se ha ido formando, una hija increíblemente buena y noble, ¡la hemos educado juntos! Y por ello, no cambiaría nada de mi vida, absolutamente nada.
Santiago sonrió inclinándose hacia Dylan, asaltó sus labios, deseoso de no dejarlos nunca. También él había cambiado un poco, menos que Dylan o Cristel, pero ahora tenía treinta y ocho años bien conservados. Sus expresiones se habían suavizado con el tiempo, aunque seguía siendo tan guapo como siempre, ese rostro perfilado y afilado, su barba creciente en ese momento y su cabello revuelto e igual que antes.
Ambos aún eran muy jóvenes y disfrutaban cada segundo que pasaban juntos como si fuese el ultimo.
Todo había resultado ser increíble desde el inicio y pintaba para mejorar.
Después de hablar con la familia y amigos, pasaron un mes viviendo en el departamento donde Dylan había habitado años atrás, pero eso no era suficiente. Santiago entonces decidió dar la más hermosa sorpresa a su querido muchacho y a su, entonces, pequeña hija. Compró una casa increíble, con jardín, habitaciones por doquier, cochera, y todo lo que se pudiesen imaginar. De hecho, vivían en una zona residencial, cerca de donde ahora residía Dana con Braulio, quienes dos años atrás decidieron vivir juntos.
Con el paso del tiempo, los amigos de Dylan comenzaron a aceptar su relación, en menos de un año, ya la llevaban en paz con Santiago, y para el siguiente, incluso consideraban que realmente había cambiado.
Enrique se encontraba en otras circunstancias, viajando como siempre, pero cada que volvía solo sabía molestar a Santiago, como ya era costumbre. Incluso Guillermo llegaba en algunas ocasiones de visita.
Se podía decir que Guillermo había tomado liderazgo en el mundo de los negocios, ahora que no tenía la competencia de Santiago, pues éste había decidido dejar de buscar más fortuna. Santiago ya lo tenía todo a manos llenas, tanto que ni en dos vidas enteras lograría acabárselo, por ello no necesitaba más dinero, solo pasar tiempo con Dylan y no cabía duda de que eso era lo mejor del mundo.
-Vamos a la habitación. -susurró Dylan gimiendo suavemente cuando sintió las manos del mayor buscando desabotonarle el pantalón. Santiago sonrió.
-Mejor lo hacemos aquí, aprovechemos que Cristel no está. -continuó hasta haberle quitado aquella prenda, no era capaz de esperar un segundo más en ese momento.
Dylan enroscó sus piernas en la cadera de Santiago cuando sintió que él iba a incorporarse.
Y sí, Dylan había recuperado la movilidad, logró caminar de nuevo y todo se dio apenas dos años atrás, desde entonces, Santiago se había dedicado a cumplir cada sueño del menor, incluso el deseo de ayudar como enfermero. Después de todo, se había graduado, pero jamás trabajó en ello. Ahora era voluntario en fundaciones y Santiago solía acompañarlo.
Ambos cayeron sobre otro sillón, Dylan quedando debajo y Santiago sin dejar de besarlo comenzó a descender.
Cuando la boca del mayor apresó la virilidad de Dylan, él no pudo evitar estremecerse y gemir sin pena alguna. Había aprendido a expresarse, a demostrar sin temor cuando algo le gustaba, y sobre todo, cuando se sentía tan, pero tan bien.
Santiago sabía lo que hacía, ya que con el paso del tiempo, se habían entendido muy bien como pareja. En la intimidad no había más temores, no se forzaba a hacer nada, incluso Dylan solía tener la iniciativa en varias ocasiones.
Pero ese día no, él deseaba dejarse llevar. Se derretiría en los brazos de Santiago hasta la muerte y nunca iba a arrepentirse.
Gimieron juntos cuando Santiago invadió el interior del sensible esfínter, que era suyo. Dylan le pertenecía por voluntad, lo cual nada podría jamás ser comparado con lo que sentía al pensarlo. Ver el cuerpo del menor debajo del suyo, sentir su piel, probarlo una y otra vez, no se cansaría nunca de él. Lo amaba.
El vaivén solo era el comienzo. Los besos no se hicieron esperar mientras el miembro de Dylan iba reaccionando ante los roces y embestidas que recibía deliciosamente. En su vida hubiese imaginado sentirse tan bien, pero ahora no podía evitar desear que ese hombre lo hiciera suyo a cada momento.
Las cosas habían cambiado sumamente, y para bien. Quizá, no tuvieron un buen comienzo, y tal vez su relación, la formal, pudo o no ser resultado de algún tipo de trastorno tras la agresión sufrida, aunque eso ya no importaba. Se amaban, ambos habían cambiado.
Dylan era entregado, incluso impulsivo. Y Santiago, él adoraba con toda el alma a su amante, su amigo, el amor de su vida, su novio, no había título que describiera lo que Dylan resultaba ser para él; eso sí, sabía que su vida entera le pertenecía al hermoso azabache de ojos azules, quien ahora jadeaba de placer sobre el sillón de su hogar.
No había nada que desearan ahora, ambos se sentían realizados, amados y fascinados. Habían llegado tan lejos, a pesar de que todo pudo ser totalmente diferente.
FIN.