25 - Ya no se puede fingir.
Santiago llegó a la ciudad, fue a su casa y al entrar escuchó el llanto de su hija. Enrique la cargaba con frustración mientras trataba de calmarla.
-Joder, que bueno que llegas. Esta niña necesita a Dylan. -dijo Enrique en cuanto le vio, pero se percató de que el menor no venía con el castaño. - ¿Y dónde lo dejaste?
-Lo corrí de la hacienda, seguro debe estar rondando por el pueblucho ese.
- ¡Que has hecho ¿qué?! -exclamó sorprendido.
-No me mires de esa manera, y no grites, me duele la cabeza. -farfulló Santiago de mala gana. -Iré a dormir.
-No irás a ningún sitio, tienes que calmar a tu hija, cambiarle el pañal que pesa como una tonelada, y alimentarla para que se duerma. -soltó Enrique dándole a la niña que no paraba de chillar escandalosamente. -Y también deberías volver al pueblo por ese mocoso. Si no lo haces tú, iré yo. Él no pertenece a ese lugar. Si ibas a liberarlo, entonces debiste traerlo a la ciudad.
-Ignoraré todo lo que has dicho acerca de Dylan, mejor vete y más te vale no ir a buscarlo.
-Ignórame si quieres, no me interesa. Pero iré por él, ¿sabes en qué clase de lugar lo has dejado? Recuerda bien el tipo de personas que residen ahí, en su mayoría
-Nadie siquiera se le acercará. -dijo Santiago pensándolo un momento. Aquel pueblo de quinta estaba lleno de personas peligrosas, no lo había pensado y ahora el gusanito de la preocupación salía a relucir.
- ¿Nadie? Claro, como Dylan pasa tan desapercibido -dijo con sarcasmo comenzando a exasperarse. -Si yo no lo conociera, lo usaría para ese tipo de negocios que tú conoces muy bien. ¿Cuántos allá afuera no estarían esperando encontrar a un muchachito así? Además hay personas que lo conocen, solo piensa en la clase de colegio al que lo metiste.
Santiago frunció el ceño, la niña cada vez lloraba más y no podía dejar de darle vueltas al asunto. Claro que sabía qué tipo de escuela era aquella, donde todos y cada uno de los estudiantes pertenecían a familias de dudosa procedencia. Todo ese maldito pueblo era una pantalla para aquellos que traficaban drogas, órganos, personas, y todo lo vinculado con ese tipo de negocios.
Sabía que Dylan estaba en peligro ahí solo.
Enrique le miró frustrado y salió de la casa inmediatamente.
Al quedarse solo, Santiago comenzó a dar vueltas con su hija en brazos. Necesitaba ayuda con eso, y también tenía que comprobar que ese mocoso estuviese a salvo. Ahora pensaba que Enrique tenía razón, debió devolverlo a la ciudad, donde podrían ayudarle personas cercanas; no en un sitio apartado de todo donde no conocía a nadie.
¿A nadie? Bueno, recordaba que Dylan tenía un amigo, y ahora se preguntaba qué clase de persona era aquel tipo. Sabía que se conocieron en el colegio, era lógico.
-Maldición. -murmuró comenzando a estresarse. Tenía que volver inmediatamente al pueblo, ya no podía ignorar más la situación.
En segundos llamó a Dana, quien de inmediato fue para su casa aún sin saber que ocurría. Cuando ella llegó, no le dijo demasiado, solo que cuidara de Cristel. Por más preguntas que la joven le hacía, no le sacó nada de información.
Dana se quedó con la niña en la enorme casa y realmente preocupada por no haber visto a Dylan con Santiago. Presentía que algo estaba ocurriendo y no olía nada bien.
Vale, puede que la chiquilla en sus brazos fuese la que olía así, por ello trató de no pensar mucho y atendió a su sobrina tratando de que se fuera calmando poco a poco. Apenas funcionaba.