24 - ¿Nada es peor?
Santiago no contestó. Tomó a Dylan del antebrazo y lo jaló de camino a la casa. Al entrar, no se detuvo por nada, los empleados veían discretamente lo que estaba ocurriendo.
Tiró al menor sobre la cama después de azotar la puerta tras de sí.
Dylan apenas reaccionó tratando de sentarse, miró a su alrededor, vio que la cuna ya no se encontraba y por ningún lado estaba la niña. Entonces sí se preocupó. De un brinco se puso de pie encarando a Santiago.
- ¿Dónde está Cristel? -cuestionó sintiendo que su cuerpo temblaba. Temía lo peor al ver la expresión furiosa de ese hombre.
-Eso no te interesa. Ya se acabó, se terminó este jueguito estúpido que te estabas tomando muy enserio.
-No entiendo de que hablas.
-Cristel no es nada de ti, no quieras fingir ser bueno haciéndote cargo de ella. -le reprochó con fastidio.
-No lo hago por eso, no digas tonterías. ¡La cuido porque está sola! -exclamó Dylan apretando los puños, realmente trataba de contenerse, pero no podía. Cerró los ojos y al abrirlos miró a Santiago con coraje contenido. -Dime ahora mismo donde está. No voy a permitir que le arruines la vida a alguien tan inocente. ¿¡Dónde está!?
El mayor reaccionó, no de la mejor forma. Escuchar que Dylan le levantaba la voz, le hizo enfurecer aún más. Su rabia aumentó, se sentía frustrado, desesperado, con la mente tan confundida. Tomó a Dylan por el cuello llevándolo contra una pared y tirando las cosas de la mesita de noche junto a la cama.
El muchacho jadeó al sentir que el aire no llegaba a sus pulmones, pensando que quizá Santiago lo mataría.
-Cierra la boca, maldito mocoso. -farfulló el mayor apretando un poco más, viendo que el chico se ponía rojo. -Cristel estará bien, mejor preocúpate por ti.
Su voz era clara de advertencia, Dylan lo sabía.
-Eres eres un asco. -gimió el muchacho ahogadamente, comenzando a ver borroso cuando sus ojos apenas se mantenían abiertos.
Santiago sonrió de lado, de una forma indescifrable. Una sonrisa dolorosa que apenas Dylan pudo percibir. Miró esos ojos azules y agotados, sabía que podía quitarle la vida con sólo apretar más. No, eso no era lo que quería.
Pensar que esos hermosos ojos podían quedar sin brillo, por su culpa, fue un golpe bajo. Jamás había sentido tanto dolor sin una causa aparente, su pecho dolió tanto hasta doblegarlo. No podía seguir, pues sus fuerzas habían desaparecido. ¿En qué estúpido momento se había permitido esa situación?
Por ello todo debía acabar. Ya no quería volver a verlo, pero se sentía culpable. No podía matarlo.
Entonces su mano cedió, abandonó el delgado cuello del menor. Vio como el chico caía delante de él, jadeando para recuperar el aire que no pudo tomar segundos atrás.
-Sí, lo sé. -murmuró secamente. -Soy un asco, un infeliz, y todo lo que quieras decir de mí. -sonrió fríamente, tratando de contenerse. Ya no podía hacer más.
Él mismo sabía lo peligroso que era enamorarse. Por ello mismo no debía sentir nada por ese mocoso. Y aun así no quería dejarlo ir, pero no había vuelta atrás.
-Pero tú eres una puta cualquiera. -continuó sin expresión alguna.
Eso iba a acabar, si no podía herirlo físicamente, entonces le haría sentir peor de lo que él se sentía. Tenía que dejarle claro que le aborrecía. Quizá así él mismo se la creería.