40 - Lo que se necesita.
-Dylan, tienes que esforzarte más en tus terapias. -decía Enrique, quien lo había llevado esa tarde al hospital. -Han dicho que pareciera que no haces los ejercicios que te mandaron.
- ¿Dé que me sirve? Solo me hacen recordar que no puedo mover las piernas, se burlan de mí pidiéndome que lo intente.
-Es para que recuperes la movilidad, si nunca lo intentas, entonces no te vas a recuperar.
-Quiero ir la universidad. -murmuró el muchacho cambiando de tema. -Además necesito ir al hospital donde iba a hacer mis prácticas.
-Si sigues intentándolo realmente, podrías volver a caminar y no tendrías que cancelar esas prácticas que tanto has esperado hacer.
-Es que eso ya no me interesa.
-Dylan.
-Enrique, por favor. No quiero que insistan más. ¿Por qué quieren seguir ayudándome? No quiero que se preocupen por mí, déjenme decidir si quiero o no cansarme al intentar volver a caminar. Algo dentro de mí me dice que sería inútil esforzarme, pero nadie quiere escucharme.
El rubio suspiró frustrado y se marchó. Simplemente así no podía, cuando Dylan comenzaba a hablar de esa manera, dándose por vencido, era imposible hacerlo cambiar de idea.
Esa maldita actitud había comenzado días después de que le dieron de alta. Y llevaba así dos semanas. Nadie sabía que le sucedía, él casi nunca se portaba de esa manera, y ahora era el momento menos indicado.
Dylan se quedó solo en el departamento. No soportaba más su situación, comenzaba a rendirse. Pero aún no era el momento. Tenía que hablar con Santiago al menos una última vez.
Decidió que sería ese mismo día. Sabía que Santiago se encontraba en la casa donde todo comenzó, pero había algo más, Cristel estaba en casa de Dana, pues la pequeña había ido esa mañana a verle junto con la chica, le contaron que volvería con su padre hasta el fin de semana, pues tal parecía que el mayor se encontraba muy ocupado con unos trámites de aquella propiedad.
Solo esperó media hora, asegurándose de que Enrique se habría marchado. Tomó el teléfono llamando a un taxi, explicándole su condición para que no hubiese problema. Minutos después el servicio llegó.
Santiago terminó de mostrar la casa y se despidió de los posibles compradores, quiso encargarse de eso personalmente solo para tener algo de tiempo solo.
Adoraba a esa pequeña, pero dolía escucharla preguntar por Dylan. Él también quería saber cómo se encontraba el muchacho y no se enteraba más que por lo que su hija le contaba cuando volvía de visitarlo.
Decidió descansar un poco, se dirigía a su habitación cuando el timbre sonó. Pensando que serían los mismos que había despachado momentos antes, fue a abrir de inmediato. ¿Acaso ya se habían decidido tan rápido?
Abrió la puerta descubriendo que no se trataba de quienes pensaba. En su lugar, se encontró a Dylan, que le miraba sentado en aquella silla de ruedas con la expresión más seria que jamás había visto en él.
- ¿Cómo llegaste? -preguntó Santiago bastante sorprendido.
- ¿Acaso te importa? Ni siquiera debería. -contestó bruscamente el menor, entrando a la casa como podía. Chocó con el umbral de la puerta y solo entonces Santiago reaccionó.
-Ten más cuidado. -tomó la silla y lo metió cerrando de inmediato. Iba a decir algo, pero Dylan no se lo permitió al interrumpirlo justo a tiempo.