Capitulo 21.

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La magia no era su fuerte, pero conocía quien si lo era.
No, no hablaba de Zatana ni de Raven. Necesitaba de alguien que fuera tan contra las reglas como lo haria él. Necesitaba de Jhon Constantine. Y no era de extrañar que aquel ser tan... especial, estuviera vagando por los barros bajos, apostando y bebiendo hasta perder el conocimiento, rodeado de prostitutas o de demonios (o de prostitutas demonios).
Luego de que Damian dejara a su padre solo con el cadáver de Obsorne, se tomó la libertad de ir en busca de su traje de Robin, aprontando su cinturón está vez, aunque su intención no era ir a pelear como lo haría habitualmente, sin embargó está podría aparecer de cualquier forma, y preferiría hallarse tan listo como le era posible.

Miró a Alfred agradecido antes de desaparecer de los laboratorios, había arreglado de forma maravillosa su uniforme.
-Si me permite joven amo, le recomendaría una charla amena con el amo Bruce.- le extendió la capa con una cordialidad envidiable.
-No.- fue tan cortante al responder, que el anciano podría jurar que hubiera sido lo mismo que coger unas tijeras y cortar el ambiente con ellas. No tuvo más alternativa que callar y dejar que el flujo de las cosas arreglar la relación tan comprometida que mantenían. Al final y al cabo, él era un simple mayordomo.

Ahora, se hallaba pisando barro sobre las calles de los barrios bajos, rodeado de animales moribundos y niños esbeltos llorando por comida, buscando en cada bar el trasero de Constantine.
-Estoy buscando a este sujeto.- con su máscara marcadole el rostro, y los guantes aparentando sus manos, le mostró una fotografía a un hombre gordo y medio ebrio que se encontraba acostado en una mesa de mala calidad, dentro de un bar olvidado por Dios. El hombre ni siquiera le miro. Se rasco grotescamente su barba que apenas le cubría su papada, y luego escupió a un costado, cayendo justo sobre la bota del muchacho.
"Genial" se dijo.
-La fiesta de disfraces no es aquí.- le dijo con una voz ronca que arrastraba las letras levemente, burlandose antes de tomar su cerveza de un botella color ámbar que portaba un logo " marca perro".
Damian chasqueo la lengua antes de enroscar su mano por el gordo cuello del sujeto, estampando el rostro contra la mesa astillada y podrida del lugar. La madera cedió con tal violencia, que varios de los pedazos se vieron volando por el lugar, golpeando incluso a otros borracho (que ni siquiera sabían sus propios nombres) pero que no reaccionaron ante la escena.
-Volvere a preguntar una vez más.- repitió, colocando su bota embarrada sobre el cuello del hombre. La tierra mojada le ensució asquerosamente la piel grasienta, pero poco le importaba, pues, la borrachera se le había evaporado como por arte de magia luego de aquel arrebato violento.- ¿Dónde encuentro a Jhon Constantine?.- le enseño nuevamente la fotografía, pero está vez acercó su rostro sin apartar su pie.
-L-lo conozco pero hace días que no ha venido aquí.- respondió tan rápido como su lengua torpe le permitía, tartamudeando en el proceso. Ese chico no parecía un héroe.
-¿Sabes dónde puede estar?.
-A la vuelta hay un casino. E-el siempre va a apostar luego de beber.- le informo tragando con dificultad.
Damian quitó su pie, y tan pronto como había irrumpido en aquel bar, desapareció. Dejando a un gordo ebrio confundió y meado sobre las maderas podridas.
Arreglo su vestimenta, y acomodo sus guantes. No sabía el motivo, pero los hallaba tan incómodos que deseaba arrancarselos inmediatamente.
No bastó demasiado esfuerzo cuando al girar en la esquina, contempló un casino alejado. Con las paredes de ladrillos que alguna vez fueron pintados, desconchadas y las letras del lugar desalineadas, incluso hacía falta la "s", tal vez alguien la habría robado, dando como resultado "caino".
Supo que el sujeto estaría allí cuando oyó su voz desde el interior.
-...una ves más.
No sabía a qué se refería, pero pronto lo averiguaría.
-No está permitido el ingreso a menores.- un hombre tan alto como el Everest, le detuvo. No solo su altura era grande, sus dedos gruesos como salchichas se estamparon contra su esternón cuál cemento. Un quejido involuntario escaló por su garganta, como cuando golpeas abruptamente tu espalda contra una pared. Pero no sé dejo intimidar. Con su mano, golpeó ágilmente los tendones del portero, seguido de una patada sobre la boca del estómago. Le había faltado mayor fuerza para derribarlo, y lo notó cuando el hombre apenas trastabillo hacia atrás.
"Oh no", tendría que pelear contra el enorme gorila.
Apronto sus puños de forma defensiva, mientras que el sujeto hacia crujir su cuello ancho.

Feromonas. (JonDami) (DamiJon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora